Por Miguel Collado
No me aterraría decir los años que cumplo hoy, jueves 14 de diciembre de 2017, si alguien me lo preguntase. Inalterable me mantendría, también, si surgiera la misma pregunta dentro de 10 ó 20 años, cuando quizá ya no esté de este lado del mundo en el que ha habitado mi cuerpo desde hace tantas décadas.
Ya lo he dicho antes: me preocupa más el saber con certeza si estuve antes en algún otro lado con otro cuerpo u otra forma existencial. El cumplir un año más de vida me ha impulsado a pensar en eso.
Pero al pensar en eso también ha pasado por mi mente la idea de inventariar cosas materiales e inmateriales que poseo o que, de alguna manera, forman parte de mí, de mi existir:
No poseo el viento, pero el viento me acaricia cada vez que me asomo a la calle o cuando camino orillando el mar, por ejemplo. Detalles así, importantes para mí: como la gente que me mira y me regala una sonrisa o el conductor que me da la preferencia a pesar de que la cortesía se ocultó en las sombras en mi país.
¡A ver! Todavía poseo: dos manos, dos piernas, dos ojos, una boca, una mente aparentemente cuerda, cabellos para peinar, dos oídos, dientes naturales, una voz, un montón de palabras registradas en mi base de datos cerebral, una memoria con recuerdos que anhelo y recuerdos que no puedo olvidar aunque quisiera, un corazón capaz de amar y que no se atreve a guardar rencor.
¡Cuántas cosas poseo! Eso quiere decir que puedo asir y sostener cosas, así como acariciar personas con mis manos; puedo andar sin muletas —incluso correr— con mis propias piernas; puedo ver la primavera florecida sin tener la necesidad de imaginármela como si fuera un no vidente, porque mis ojos aún conservan sus pupilas y sus iris; puedo morder y masticar con mis propios y cansados dientes, a pesar de que ahora con un poco más de cuidado; puedo oír el murmullo del mar, el canto de los pájaros, las palabras de amor y de cariño que me ofrendan quienes me quieren y el sonido de la lluvia cuando cae en los estanques…¡y así!
En mi haber, en mi valioso tesoro existencial, tengo hermanos que me abrazan y dejan que yo los abrace; amigos y amigas que muchos anhelarían. También buenos vecinos que me extrañan cuando me ausento del barrio; tengo varios compadres muy nobles y solidarios y muchos sobrinos biológicos y adquiridos por la fuerza del cariño.
Como persona normal que soy —ningún psiquiatra ni psicólogo clínico alguno ha dictaminado lo contrario—cuento en mi haber con primos y primas, con tías y tíos y hasta con dos mecánicos de confianza.
No poseo finca ni cuentas bancarias en Suiza, pero sí un hogar que me espera. No poseo autos lujosos con chofer en cada horario, pero sí tengo una gigantesca biblioteca depositaria de sabiduría, que tiene mayor valor para mí.
Y todavía me falta citar más de mi inventario existencial: me tengo a mi mismo y a mis amorosos hijos. ¡Soy rico! A mi edad ¡cuántas cosas tengo!
Celebro por lo que poseo y puedo disfrutar, aunque sean sencilleces, pero no me amargo por lo que ansío y no sé si tendré alguna vez.