Ya no es tan fácil ubicarse en el panorama político de Chile.
Durante décadas, el ejercicio fue relativamente sencillo: por un lado, se hablaba de la centroizquierda, representada por la coalición que recuperó la democracia en 1989, incluyendo desde los sectores más conservadores de la democracia cristiana hasta -en los últimos años- el Partido Comunista.
Por el otro, se ubicaba la derecha, representada por los sectores que votaron para que el general Augusto Pinochet se mantuviera en el poder o trabajaron con los militares en temas claves, como el diseño de la Constitución o la privatización de las compañías públicas.
Pero las cosas parecen haber cambiado en el país. Y, sin importar quién gane la elección entre Alejandro Guillier y Sebastián Piñera este domingo, la campaña presidencial y el resultado de la primera vuelta reflejan cierto reacomodo del panorama político en la nación sudamericana.
En la derecha, en primera vuelta surgió por primera vez un candidato presidencial como José Antonio Kast, que obtuvo un 8% reivindicando «las cosas buenas» hechas bajo el régimen militar chileno y llamando a la unión de la «derecha conservadora» y el voto evangélico más tradicional.
Piñera no puede ganar la segunda vuelta sin los votos de Kast y lo incorporó a su campaña, exponiéndose a las acusaciones de haberse derechizado.
Pero el empresario tampoco puede ganar sin convocar a los votantes más al centro de la derecha, que optaron por una mirada más abierta.
Se trata de grupos como «Evópoli», por ejemplo, el partido formado en 2012 que obtuvo dos senadores y cinco diputados en esta elección y que reivindica ideas poco ortodoxas en la derecha tradicional, como la inclusión y la diversidad.
Por su parte, Guillier, el candidato independiente que representa a la coalición de centroizquierda en el gobierno, también ha tenido que enfrentar un fenómeno nuevo: el Frente Amplio, que reivindica la transformación de la política chilena.
El Frente Amplio critica la tibieza de los acuerdos de la transición democrática y busca implantar derechos sociales universales en el país. Su sintonía con la ciudadanía se expresó en el 20% que sacó su candidata presidencial Beatriz Sánchez y en la elección de un senador y 17 diputados.
Guillier llegó a la elección presidencial presentándose como un político no tradicional, cercano al Partido Radical, representante histórico del centro laico.
Fue conductor de noticias en televisión antes comenzar una carrera política como senador en el año 2013 y pasó a la segunda vuelta superando levemente a Sánchez.
Pero el candidato no puede ganar la elección sin los votos de esa izquierda más transformadora que, por el momento, no llamó a votar formalmente ni en bloque por él. El Frente Amplio pidió en cambio un voto reflexivo, advirtiendo que consideraba a Piñera «un retroceso» para el país.
La aparición en el cierre de campaña de Guillier del expresidente Pepe Mujica, del histórico Frente Amplio uruguayo, apuntó precisamente a convocar a esos votantes.
En resumen, para ganar el domingo, los dos candidatos tienen que complacer a votantes muy distintos, conquistando el favor tanto del centro, como de las alas más radicales de su sector: Piñera combinando ideas ultraconservadoras con opciones más liberales y Guillier sumando los votos de los partidos de la transición y de quienes los critican y aspiran a reemplazarlos.
Por eso no es raro que en la campaña hayan surgido ideas como «Chilezuela» —que el país avanza hacia un gobierno como el de Nicolás Maduro— o la del retroceso —que el país perderá algunas de las conquistas de Michelle Bachelet, como la despenalización del aborto o la gratuidad universitaria para los más pobres—.
No es raro tampoco que las encuestas hayan fallado de forma estrepitosa y que nadie se atreva a pronosticar el resultado del balotaje de este domingo.
Socialistas a la derecha del socialismo
«Se desordenó la foto que teníamos de la política», le dice a BBC Mundo Rossana Castiglioni, politóloga y académica de la Universidad Diego Portales en Santiago.
«Cuando uno mira el eje izquierda-derecha, lo que hace es preguntarle a la gente cómo se percibe y luego ubicarlos en ese eje, a partir de la realidad de cada país. Si hacemos eso mirando, por ejemplo, a los socialistas chilenos, creo que ellos nos habrían quedado bien a la derecha del resto del socialismo latinoamericano», dice Castiglioni.
Ese es uno de los factores que podría explicar el surgimiento de nuevos sectores de izquierda como el Frente Amplio.
Se desordenó la foto que teníamos de la política».
La experta, jefa de un equipo de académicos que estudia los desafíos a la representación política en la nación sudamericana, explica que la coalición que tomó el poder tras Pinochet, la Concertación, «está bastante más al centro de lo que tradicionalmente se reconoce. Es una coalición variopinta, pero que se vio obligada a administrar un sistema definido en el régimen militar, con muchas trabas para el cambio».
Castiglioni dice que la izquierda chilena en el gobierno tuvo «varias cosas que no ves en otras izquierdas latinoamericanas». Y enumera: la preponderancia de la tecnocracia; el poder político del ministerio de Hacienda y el ajuste a una Constitución que impide cambios radicales en políticas públicas.
«La tecnocracia es muy sui géneris en Chile. En la discusión sobre las pensiones, por ejemplo, si miras a Uruguay, te vas a encontrar con abogados laboralistas, gente muy sólida, que te habla con boina y tomando mate. En cambio en Chile, te vas a encontrar principalmente con economistas, todos vestidos muy formalmente y que, por su formación, excluyen alternativas de policy making que sí se discuten en otros contextos».
La politóloga apunta a otro sector clave: la salud. «La gran reforma que tuvo Chile, la más importante de la transición, el Auge —el plan de garantías explícitas que asegura la provisión de salud para un determinado número de dolencias— no cambia la arquitectura del sistema. La reforma se hizo manteniendo a las aseguradoras privadas, las Isapres y todo el resto del sistema».
Las reformas en Chile nunca rompían con el modelo definido en la transición. Hasta la segunda presidencia de Michelle Bachelet.
«Bachelet fue la que partió aguas, pues instaló como gran tema de discusión superar no sólo las herencias sociales económicas y políticas de la dictadura, sino también de los gobiernos que siguieron, a partir de la mirada crítica de que instalaron los movimientos sociales del 2011″, le dice a BBC Mundo el Premio Nacional de Ciencias Sociales Manuel Antonio Garretón.
El sociólogo agrega: «Ya que la centroizquierda chilena fue democratizadora, pero no transformadora, surgió una nueva izquierda que apunta a cambiar la sociedad y que, obvio, enfatiza sólo los aspectos críticos de los gobiernos democráticos».
El papel de los jóvenes
Esta nueva generación que está redibujando el espectro político chileno, que en buena medida nació cuando el régimen de Pinochet ya había terminado, no se define ni por los traumas ni las culpas de la izquierda y la derecha tradicional chilenas.
No responden a los cánones clásicos de la política y son la gran fuente de incertidumbre para la elección presidencial.
Muchos de sus líderes surgieron en los movimientos sociales del 2011, y aunque la abstención es un fenómeno creciente que en Chile afecta principalmente a los jóvenes, de alguna manera, ellos tienen la llave de la elección.
El resultado del domingo será determinado por factores como el nivel de abstención electoral, el peso que tenga ese día el electorado más tradicional, o la decisión que tomen los sectores que apoyaron la opción de cambio del Frente Amplio.
«La cosa se desordenó con los jóvenes», sentencia Castiglioni.
En ellos radica parte de las respuestas en torno a qué traerá el cambiante futuro político chileno. Y quién lo liderará durante los próximos cuatro años.
Fuente: BBC Mundo