Casi cuatro millones de mexicanos y centroamericanos se verían obligados a dejar sus hogares por la subida del nivel del mar y la menor producción agrícola, según el Banco Mundial
El cambio climático, tantas veces relegado a un segundo plano en favor de debates de corto plazo y escaso recorrido, es el gran reto económico y social del siglo XXI. Es una amenaza existencial, como alerta la directora general del Banco Mundial, Kristalina Georgieva: la crecida de los océanos por el derretimiento de los polos, la destrucción por las tormentas o las sequías van a provocar que comunidades enteras se vean forzadas a desplazarse a zonas en las que su supervivencia sea más viable. La situación será particularmente grave en América Latina, donde hasta 17 millones de personas tendrán que migrar dentro de su propio país, y, muy especialmente, en México y Centroamérica, donde hasta cuatro millones de ciudadanos se verán forzadas al destierro interno. En todo el mundo esa cifra ascenderá, según los cálculos de la organización internacional, a 143 millones de migrantes internos.
Una de las zonas más impactadas será México y Centroamérica -en la que, a la que el Banco Mundial dedica un espacio significativo. Los 177 millones de habitantes de hoy pasarán a ser más de 200 millones en 2050 y aunque las tres cuartas partes de la población viven en zonas urbanas, sus economías siguen siendo muy dependientes de la agricultura, uno de los sectores más golpeados por los efectos del cambio climático. En el supuesto más adverso, los migrantes climáticos internos podrían llegar a suponer hasta el 1% de la población, cifra que llegaría al 2% en el caso específico de México.
Los “migrantes del clima”, como les denomina el Banco Mundial, pasarán a representar casi uno de cada siete movimientos totales en el país latinoamericano para el año 2050, de acuerdo con las proyecciones. Es el doble de la cifra prevista para 2020. Como en el resto de Latinoamérica y del mundo, la espiral se explica por un empeoramiento del acceso al agua y a la decreciente producción de los cultivos. “Abandonarán las zonas más cálidas y costeras, como el golfo de México o la costa del Pacífico de Guatemala”, anticipa el organismo con sede en Washington, que apunta a dos puntos de recepción de migrantes: la meseta central mexicana y las tierras altas guatemaltecas. Pero no solo. “La meseta central puede ofrecer condiciones más favorables que el árido norte y los estados costeros del sur de baja altitud, que se verán afectados por aumento del nivel del mar. Este patrón se alinea con los niveles avanzados de urbanización de México, una relevancia decreciente de los medios de vida solo para la agricultura y la continua despoblación de las áreas rurales”, apunta el informe publicado este lunes. Según sus cálculos, grandes urbes del país norteamericano como Guadalajara o Monterrey -la segunda y la tercera ciudad más poblada de México, respectivamente, tras la capital- también serán punto de origen de migrantes climáticos.
La parte positiva para México en el drama de los desplazados internos por el cambio climático, si es que la hubiera, es su mayor capacidad económica -es uno de los países de mayor renta per cápita de América Latina- para adaptarse. Los especialistas insisten, sin embargo, que es un proceso que debe gestionarse desde ahora y piden que se adopten planes que permitan a la vez preparar a las zonas vulnerables y las áreas que van a recibir migrantes. También aconseja que se facilite la migración con medidas de formación y la protección social. Algo a lo que, de momento, apenas ha prestado atención la segunda mayor potencia económica latinoamericana.
Bajo la actual senda de altas emisiones, subraya el Banco Mundial, el incremento en la migración climática en México y América Central podría ser “dramático” hacia el final del siglo. “Pero esto no debe llegar a ser una crisis”, ha urgido John Roome, director de cambio climático del Banco Mundial. La forma de evitar el peor de los escenarios pasa, sí o sí, por lo ya sabido y no tan aplicado a escala global: una acción global potente para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. El tiempo se agota, pero si el movimiento es rápido y la acción va por el camino adecuado, el número de migrantes internos podría reducirse en hasta 100 millones de personas sobre las actuales previsiones globales.
Los técnicos de la institución especializada insisten que prepararse ante este reto a largo plazo es también una forma de plantar cara a un problema creciente y que es determinante para el desarrollo. “Si se sabe cuál es el impacto [del cambio climático]”, insiste Roome, “se podrán adoptar medidas más inclusivas, no solo a escala nacional sino también a escala local. Es algo que debe tomarse muy en serio para sostener los avances logrados”, concluye.
Fuente: El País