Este tipo de innovaciones generan entusiasmo entre los inversores y ansiedad entre los trabajadores, ya que en algunas industrias y sectores ya ha comenzado a darse un reemplazo de personas por robots o máquinas. En las fábricas de automóviles, por ejemplo, cada vez hay más robots que realizan tareas mucho más rápido y con mayor precisión que los obreros más calificados. ¿Hasta dónde llegará esta revolución? Según la consultora McKinsey, más de mitad de los empleos en Estados Unidos podrían ser automatizados para el año 2050. Y entre 75 y 375 millones de personas en el mundo tendrán que cambiar de profesión para el año 2030. Algunos dirán que en América Latina o en el Caribe todo sucede más lentamente. Sin embargo, tarde o temprano, el cambio también llegará.
¿Estamos preparados para tal transformación? Esa es la pregunta que aborda El futuro del trabajo: perspectivas regionales, una nueva publicación conjunta del Banco Africano de Desarrollo, el Banco Asiático de Desarrollo, el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo y el Banco Interamericano de Desarrollo.
Según el estudio, hay cinco factores que determinan el impacto que puede tener la tecnología en los mercados laborales. En primer lugar, algunos países son más permeables que otros a estos procesos. Por ejemplo, en algunos Estados centroamericanos los centros de atención al cliente (call centers) son una fuente de empleo importante y, como otros servicios, su potencial para la automatización es elevado.
El mayor riesgo que corremos es desaprovechar esta revolución. La buena noticia es que aún estamos a tiempo para apostar por las políticas correctas
Otro factor a tener en cuenta es el tipo de destrezas laborales de cada país. Según el Foro Económico Mundial, en nuestra región los niveles de capacidades son bajos. Para que nuestros ciudadanos puedan estar preparados para ocupaciones que hoy no alcanzamos siquiera a imaginar, habrá que desarrollar habilidades más sofisticadas y complejas. Y no me refiero solamente a habilidades técnicas, sino también a aquellas que los robots no pueden replicar, como las socioemocionales.
Un tercer factor es el acceso a banda ancha. Internet permite que trabajadores independientes se conecten con clientes en cualquier lugar del planeta. De hecho, hay plataformas digitales dedicadas a establecer ese tipo de vínculos. Sin embargo, los contratos suelen ser de cortísimo plazo, dando lugar a lo que se conoce como la economía gig, el término inglés que describe los empleos efímeros y flexibles, cada vez más presentes en nuestras economías. Este fenómeno preocupa a muchos analistas, ya que reduce las obligaciones sociales de las empresas contratantes.
Las presiones para automatizar también dependerán de la evolución demográfica de cada país. En la medida que disminuya el número de personas disponibles para trabajar, aumentará el incentivo para automatizar. Aunque aún somos una región relativamente joven, las proyecciones indican que la fuerza laboral se irá reduciendo a un ritmo cada vez mayor en las próximas décadas.
La pregunta es: ¿cómo podemos capitalizar las oportunidades que abre esta revolución y amortiguar sus impactos adversos? Uno de los puntos prioritarios es apostar por el desarrollo de nuestro capital humano: tenemos que invertir más y mejor en la temprana infancia, en educación, en salud y en capacitación laboral. El acento también deberá ponerse en mejorar las habilidades de la población mediante el aprendizaje a lo largo de toda la vida.
Una segunda prioridad es apoyar a los trabajadores en las transiciones entre empleos. En el futuro será normal cambiar de trabajo varias veces a lo largo de la vida laboral. De hecho, se calcula que los millennials —personas hoy menores de 34 años— cambiarán hasta 15 veces de trabajo a lo largo de su vida. Y sin duda, tampoco podemos olvidar la necesidad de repensar el diseño de las redes de protección social de nuestros países, ya que necesitaremos adaptar nuestros sistemas de pensiones y desempleo a esta nueva realidad económica y demográfica.
El mayor riesgo que corremos es desaprovechar esta revolución. La buena noticia es que, aunque todavía tenemos grandes desafíos por superar, aún estamos a tiempo para apostar por las políticas correctas. Solo así podremos entrar con buen pie en el futuro del trabajo con un modelo de desarrollo que garantice oportunidades para todos.
Luis Alberto Moreno es presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Fuente: El País