Una de las partes de la Cultura es que el conocimiento cultiva la habilidad de facultarnos para entender las cosas y lo contrario, implica desconocerlas, impidiendo su entendimiento y exponiéndonos al perjuicio.
En el país, al igual que en muchos otros más, el déficit cultural en distintas áreas es un común denominador, cuyo déficit puede ser apreciado y tal vez quede corto en el conocimientos de la banca, la economía, la previsión, la alimentación, la actividad bursátil, el deporte, la hídrica, la lectura y la escritura, entre otros.
Sin importar cuál déficit es el más o el menos importante en una sociedad, lo cierto es que la consecuencia se asocia al grado en que es afectado el grupo poblacional. Por ejemplo, no es lo mismo el déficit de cultura bursátil que el de la previsional. El primero, solo podría afectar a la élite que accesa al mercado de valores, que en el caso dominicano ronda los 77 mil titulares; mientras que el segundo, lo haría con aquellos que cotizan en la seguridad social, que se aproximan a dos millones.
Lamentablemente, en nuestro país no se dispone de estadísticas sistemáticas que cuantifiquen los mencionados déficits, excepto las primeras encuestas económicas y financieras del 2017, realizadas por el Banco Central de la República Dominicana (BCRD). Sin embargo, no es suficiente referirnos a ellas, habida cuentas que podrían aportar en la dirección de reclamos hacia aquellos actores claves en cuanto a su determinación y a la reducción de los déficits, como una manera de mitigar las exposiciones a riesgos que muchas veces acarrean consecuencias irreparables.
Al abordar el problema del déficit deportivo, nos estamos refiriendo a la ausencia de una política oficial deportiva que promueva el conocimiento y la práctica en todos los grupos poblacionales de la sociedad, sin importar la edad, el sexo y el beneficio de realizar ejercicios en forma continua, permanente y generalizados geográficamente, en adición a una adecuada alimentación.
La cultura deportiva no es sinónimo de hacer comentarios sobre básicamente dos deportes en la República Dominicana, por parte de los hacedores de opiniones, ni de procurar de ganar medallas y celebrarlas, ya que solo es uno de sus componentes; “cuando se logre hacer del ejercicio un estilo de vida, habremos alcanzado la referida cultura.
Sobre la cultura bancaria, el déficit es notorio, no solo por la poca profundidad de la bancarización en el país, sino porque aun quienes accesan al sistema bancario lo hacen en muchos casos porque heredan la relación con una entidad de intermediación: porque les queda cerca de su trabajo, residencia o sencillamente porque sus salarios están relacionados con la empresa en donde laboran y el banco seleccionado.
Poco se advierte por parte de la población que mantiene vínculos con la banca, atraída por el buen desempeño de sus indicadores bancarios establecidos por las mejores tasas de interés, sin mediar el conocimiento del axioma que reza que: “A mayor tasa, mayor riesgo”, especialmente si ésta se desvía de la del mercado.
Pese a que en el país han ocurrido varios colapsos bancarios de importancia, encontramos a miles de ciudadanos acudiendo a entidades no reguladas ni registradas, en donde después de los engaños aparecen necesariamente las frustraciones.
Asociado al déficit de cultura bancaria y como un componente más del déficit de cultura financiera, está el déficit de cultura bursátil, el que en países como el nuestro con una estructura empresarial familiar y una población con poco potencial de inversionistas, desconocen las ventajas del mercado de valores como medio alternativo, competitivo y complementario, para abaratar los costos y aumentar el rendimiento, expresión inequívoca del referido déficit.
Por el lado empresarial, las empresas tienen poca o nula vocación de ser empresas públicas por aquello de la emisión de valores de ofertas públicas para el financiamiento y tesorería; y por otro lado, el de los ciudadanos que desconocen el mundo del ahorro y la inversión, los que envuelven los temas de la inflación y los tipos de interés que pueden ampliar no solo el rendimiento, sino las posibilidades de aumentar sus horizontes, alineándolos para la preparación cuando llegue la edad de la jubilación o del retiro.
Para el tema de la cultura financiera, se requiere de un estadio donde haya una permanente demanda y oferta de informaciones suficientes, oportunas y veraces, que permitan potenciar el desarrollo del sistema financiero nacional.
Un mercado de valores, aunque con avances, mantiene una ausencia de cultura, no solo a nivel de inversionistas profesionales, muy escasos, sino además en el público en general y en las propias empresas que no acudan en forma significativa al referido mercado como un medio de innovación financiera.
Otra expresión del déficit de cultura bursátil es la insuficiente oferta académica de nuestra educación superior, lo que le resta capacidad y profundidad al mercado para que pueda promoverse con mayores expectativas de éxito, tanto por el lado de las ofertas públicas de valores, como por el lado de los inversionistas.
Complementariamente al déficit de la cultura financiera, también está a su lado la Económica, la que se advierte en un público que no entiende y menos acepta los resultados que se dan a conocer sobre las principales variables macroeconómicas, como el Producto Interno Bruto (PIB), la tasa de inflación, la depreciación monetaria, las tasas de interés bancaria, entre otras; y el poco empeño de parte de las entidades públicas relacionadas con esos temas, para facilitar el conocimiento y la compresión de los temas económicos.
En lo relativo al déficit de la cultura previsional, en una economía como la dominicana en donde hay precariedad de ahorro interno, el sistema previsional que dispone de recursos actuales para atender las necesidades futuras, viene a llenar parte del déficit con el ahorro obligatorio de los ciudadanos que laboran en los sectores público y privado formales.
Acerca del aspecto arriba indicado, otros como los de la cobertura de la atención médica, los seguros, las Administradoras de Pensiones, la jubilación y las pensiones, entre otros, son componentes claves de ausencia de información y conocimiento, para y de parte del público, lo que hace ser persistente el déficit de cultura previsional.
Otros de los déficits culturales es el alimentario. En el país es fácil advertir la ausencia de formación de hábitos en la ingesta de alimentos que promuevan mayor calidad de vida, en lo relativo a la producción, la adquisición, la conservación, la preparación y el consumo.
En la práctica, no siempre las preferencias alimentarias están alineadas a una alimentación saludable: de ahí la importancia de promover informaciones en donde puedan relacionarse la nutrición y la salud ciudadanas.
El profesor Juan Bosch, en su denodado empeño de siempre educar a la sociedad dominicana, en la década de los 70 decía: “Dominicano, el agua es vida, no la desperdicies”; llevaba el mensaje implícito de una cultura del agua o una cultura hídrica, en donde el ahorro del agua potable y no potable era imperativo para su uso eficaz.
Como la calidad del agua es vital para la vida y para las actividades productivas, en especial para la agropecuaria, y al ser un recurso escaso, debe de cuidarse para potenciar su uso, rehuso y pago.
No conozco ningún estudio en el país que mida la cantidad de libros leídos por los ciudadanos en un periodo de tiempo determinado, ni mucho menos respecto a la calidad de lo que leemos en nuestro país. El Ministerio de Cultura podría encargar una encuesta, en ocasión de la feria del libro anual, que mida ese aspecto de la lectura, a fin de promover con algún parámetro los objetivos que se procuran con las referidas ferias.
Si en países con un mayor nivel cultural que el nuestro, como en Argentina, el 60.0 % de su población no se lee ni un solo libro al año, es de suponer que en dominicana, el porcentaje debe de ser superior, incluso su déficit.
Lo mismo sucede con la escritura, ya que en el país los estudiantes universitarios llegan a la academia superior sin saber redactar un solo párrafo y más aún, un texto comprensible, situación que tiende a agravarse por el mal uso de los medios electrónicos de comunicación escrita, los que invitan a reducir el uso de la cantidad de palabras para comunicarse “rápidamente”, pero sin que el mismo mensaje contenga ningún tipo de calidad ortográfica, gramatical y de sintaxis.
Como se puede apreciar, la sociedad dominicana está inmersa en un déficit cultural que nos empequeñece, problema que debe ser visto como un desafío para las políticas públicas y privadas, si es que aspiramos a la construcción de un país más informado y educado.