La presencia de las Sagradas Escrituras en los planteles escolares de la República Dominicana es indiscutible. La Biblia está revestida de una singular importancia y pertinencia para forjar valores cristianos en los niños, niñas y adolescentes, que por siglos ha demostrado ser vital para las relaciones armoniosas en las sociedades.
Todos los que hemos conocido la importancia de su lectura, colegimos en que la Biblia es el Manual de Vida por excelencia, porque en ella se encuentran instrucciones precisas para ostentar el modelo integral de vida que los miembros de la familia, como el núcleo que conforma la sociedad, deben aprender para el alcance de una sociedad saludable, justa y equitativa; con un desarrollo humano digno.
Su lectura nos ilustra en los valores con los que debemos conducirnos para ser ejemplo de ciudadanos correctos en todos los entornos que ocupemos, incluyendo nuestras propias familias. Siempre he dicho y reiteró que si viviésemos conforme los diez Mandamientos no habría cárceles, ni desgracias ni guerras.
El denominado Libro de la Ley, la Palabra de Vida, la Espada del Espíritu, ha contribuido a forjar lo que consideramos hoy derechos inalienables del ser humano, porque en sus preceptos están contenidas reflexiones esenciales sobre la dignidad humana y la vocación del hombre a ser bueno y honrado.
No es casualidad, entonces, que la Biblia haya sobrevivido guerras, cambios sustanciales de la sociedad, los vaivenes de la política y las grandes catástrofes de la humanidad. En consecuencia, tampoco es de extrañar que la Biblia, como Ley de Dios, haya inspirado a los seres humanos de todas las clases sociales, con sus escritos sagrados que son a la vez santos y autoritativos.
Si la naturaleza humana está ineludiblemente acompañada de sus creencias religiosas y espirituales, sean cuales sean, ¿no resulta evidente que el estudio del principal documento escrito que acompaña a la humanidad en su devenir espiritual sea parte integral de la formación humana?
Algunos advertirán que el Estado, como receptor y administrador de los fondos públicos no debería obligar a todos a aprender de tal o cual libro, pero la Ley 44-00, que modifica la Ley General de Educación, establece claramente el recurso del que disponen padres, madres y tutores para eximir a sus hijos, en el caso que quieran, del aprendizaje bíblico.
Lo lamentable de este debate público motivado por una Resolución que demanda el cumplimiento de dicha Ley que data del 2000, es que el Congreso Nacional, y en especial representantes de la oposición, exijan el cumplimiento de la Ley para la asignación de recursos económicos, pero no exijan lo mismo al momento de impulsar la formación religiosa de los estudiantes, que al final de cuenta es una formación ética, moral y basada en principios humanos que el concierto de países que habitan la Tierra, asumen como inalienables.
¿Qué hace más daño? Formar niños, niñas y adolescentes que no tengan temor a Dios, que no conozcan las enseñanzas de Jesús, que ignoren la importancia de respetar la dignidad de los demás; o por el contrario hace más daño que una ínfima minoría de ciudadanos que profesan una religión que no esté basada en la teología católica romana o la teología cristiana, no se vean reflejados del todo en el contenido de la formación humana y religiosa. Evidentemente, para estos últimos, siempre existirá la opción de estar exentos de la materia.
La Biblia es la misma para todos, con variantes sustentadas en la interpretación histórica, contextual e idiomática. Si bien es cierto que estas variantes son objeto de profundos debates teológicos, no menos cierto es que en el concurso de quienes siguen los preceptos de la Biblia, sea cual sea la denominación religiosa que profese, se aplican los principios de la democracia, la igualdad y la justicia social, que al fin y al cabo es de lo que estamos sedientos.
Y yo me pregunto: ¿Porque leamos o aprendamos del comunismo, nos convertiremos en comunistas? Profesar una religión o ninguna, ser comunista, demócrata o socialista, siempre es una decisión desde la razón del Ser humano, pero para tomar decisiones sensatas y coherentes hay que estar informados.
En un mundo complejo, que bombardea a nuestros hijos con informaciones incontrolables, que les desorientan y les llevan por el camino equivocado, los legisladores deberían tomar más de su tiempo para regular el inmensurable cúmulo de estímulos negativos que reciben nuestros hijos, en lugar de poner en cuestionamiento el libro que sustenta la fe de los dominicanos y dominicanas.
Ahora más que nunca se necesita enseñar respeto y amor. En esta era de lo absurdo y de la civilización del espectáculo, promover contenidos positivos parece ser una pequeña gota en un océano de barbaridades. Pero es la forma como podremos generar cambios positivos en las comunidades del país, para así guiarnos más por los valores bíblicos y menos por los antivalores que escuchamos y vemos en todas partes.
Fuente: Listín Diario