Las fuerzas de seguridad detienen a más de 250 personas y dispersan a centenares de manifestantes en los Campos Elíseos
Coches incendidados, un monumento nacional asaltado, enfrentamientos en varios puntos neurálgicos de la capital francesa. Los chalecos amarillosdesafiaron de nuevo este sábado al Gobierno francés con una manifestación que terminó con graves desórdenes públicos.
Por tercer fin de semana consecutivo, el movimiento que nació para reclamar la bajada del precio del carburante se manifestó en París y otras ciudades de Francia. La concentración en el Arco del Triunfo, al norte de la avenida de los Campos Elíseos de la capital francesa, pronto degeneró en enfrentamientos violentos con la policía. Un edificio en esa zona fue incendiado. La policía ha informado de que más de 270 personas han sido detenidas. Hay más de un centenar de heridos, 17 de ellos agentes del orden.
El presidente, Emmanuel Macron, que se encontraba en Argentina participando en el G20, sigue sin encontrar la fórmula para desactivar una revuelta con un grito común: “Macron, dimisión”. El mandatario ha afirmado en una serie de tuits que lo ocurrido «nada tiene que ver con una expresión pacífica de un enfado legítimo». «Ninguna causa justifica», ha agregado. Los responsables «quieren el caos. Traicionan la causa a la que dicen servir. Serán identificados y responderán a sus actos ante la justicia».
En París las escenas de tensión ya marcaron la protesta del 24 de noviembre. Esta vez fue a más.
La diferencia era que las fuerzas del orden controlaban todos los accesos a los Campos Elíseos. Los comercios, excepto los restaurantes de comida rápida, tapiaron los escaparates para protegerlos de la destrucción.
Muchos chalecos amarillos —la emblemática prenda fluorescente que deben tener todos los automovilistas en sus vehículos— prefirieron no entrar en la avenida, que hace una semana acabó convertida en un campo de barricadas y llamas. Apenas había unos centenares.
Toda la tensión se trasladó al Arco del Triunfo, el monumento en el extremo norte de los Campos Elíseos donde arde la llama al soldado desconocido. Por la mañana grupos de manifestantes lanzaron objetos a la policía, que respondió con gases lacrimógenos. Hubo pintadas en el monumento. Los manifestantes —casi todos con chaleco amarillo— se dispersaron por las avenidas y calles aledañas.
Otros se dirigieron por calles paralelas hacia el barrio de la Ópera y la calle Rivoli, en el otro extremo de los Campos Elíseos, junto a las Tullerías, los jardines del palacio real del Louvre. Allí se reprodujeron los choques. Al mismo tiempo, se celebraba una manifestación sindical en la plaza de la República, a cinco kilómetros de la convocatoria amarilla.
A media jornada, el ministro del Interior, Christophe Castaner, contabilizó 36.500 manifestantes en toda Francia, incluyendo 5.500 en París. Si se confirmase, sería una cifra muy modesta, inferior a la de sábado anterior.
Al atardecer centenares de chalecos amarillos volvieron a congregarse junto al Arco del Triunfo. En las pintadas se leía: «Macron, dimisón» o «Por menos que esto hemos cortado cabezas». La taquilla del monumento estaba vandalizada. La tumba del soldado desconocido fue la única parte protegida.
Lo que inquieta al Gobierno francés no es tanto la dimensión de la protesta —desde que empezaron hace dos semanas en ningún momento han sido masivas y su seguimiento ha menguado— como su popularidad entre el resto de la población. En torno al 75% de franceses simpatizan con los chalecos amarillos.
El mensaje de Macron, hasta ahora, ha sido doble. Por un lado, dice comprender el malestar de los chalecos amarillos por la erosión del poder adquisitivo y las desigualdades sociales y territoriales. Del otro, se reafirma en sus reformas y se niega a ceder, tanto en la reclamación original del movimiento —la supresión el aumento de la fiscalidad sobre el diésel en enero de 2019— como en el abanico de reivindicaciones variopintas y en gran parte irrealistas, que van desde la bajada de todas las tasas hasta la dimisión del presidente.
El Gobierno cruza los dedos para que el movimiento se agote o los elementos violentos acaben desacreditándolo. Los grafitis ofensivos contra Macron en el mismo Arco del Triunfo, y el caos alrededor de este templo republicano, pueden dañar la imagen del movimiento.
«La voluntad declarada y asumida de atacar a nuestras fuerzas del orden, a los símbolos de nuestros países, son un insulto a la República», dijo Castaner.
Algunos chalecos amarillos y políticos que simpatizan con ellos denuncian a los violentos como grupos externos y culpan al Gobierno de poner el foco en ellos para demonizarlos a todos. Al ser un movimiento tan heterogéneo y sin la organización de un sindicato o un partido —para ser chaleco amarillo solo hace falta ponerse uno—, cualquier grupo violento puede reclamarse de él.
Políticos de todo color —excepto del partido de Macron— han intentado acercarse a los chalecos amarillos. Destacan Marine Le Pen, presidenta del Reagrupamiento Nacional (partido heredero de la extrema derecha de Frente Nacional) y Jean-Luc Mélenchon, líder de la Francia Insumisa, el partido de la izquierda populista. Pero también el antecesor de Macron en la presidencia, el socialista François Hollande, ha conversado con los activistas y ha expresado su simpatía.
Al Gobierno francés también le gustaría hablar con ellos, pero le está resultando difícil. El viernes, el primer ministro, Édouard Philippe invitó a una delegación al palacio de Matignon, sede gubernamental. Solo acudieron dos representantes. Y uno de ellos se marchó antes de la reunión, porque reclamaba que se transmitiese en directo por las redes sociales. Philippe se negó.
Fuente: El País