Al margen del origen histórico católico que motivó la celebración del Día de San Valentín, lo cierto es que el 14 de febrero se ha constituido en una fecha cada vez más importante para jóvenes y adultos: en ocasión de celebrar el día del amor y la amistad. La relevancia de la conmemoración no solo es porque en la referida ocasión se expresan los sentimientos, sino porque desde el ámbito económico las ventas en el comercio se dinamizan: luego de la ralentización comercial de enero, ante el pico de la demanda de diciembre.
Como el amor o la amistad es una variable personal, el enfoque que la economía puede hacer de la festividad, tiene que ser de carácter microeconómico. De manera que, en lo adelante, estaremos refiriéndonos a aspectos relativos a la demanda, la oferta, el precio y las necesidades individuales en el mercado del amor, y que se celebra en el segundo mes de cada año.
Entonces, relevante sería saber para esta opinión, ¿cuál es un buen punto de partida para preguntarse qué hace la economía hablando del amor? -Pueden aplicarse algunas variables económicas al referido tema: -¿Acaso la economía no trata sobre la producción, los recursos escasos y las necesidades insatisfechas, especialmente en el libre mercado? Claro que sí, de eso trata la ciencia económica y justo por eso le suma méritos realizar esfuerzos que permitan enfocar el amor, desde la perspectiva microeconómica, como una forma de enriquecer el tratamiento del tema concerniente al amor, más allá de las perspectivas psicológica, médica, filosófica, literaria, histórica y antropológica.
El amor es una expresión de sentimiento hacia otra persona, el que para que se mantenga en el tiempo debe encontrar reciprocidad. De no ser así, resultaría insuficiente por sí solo y por lo que se requiere que sea un camino de doble vía, dada las necesidades que tiene de ser correspondido con algún nivel de intensidad, igual o mayor.
Como se puede apreciar en la definición del amor, la economía está presente, al menos a través de los conceptos de demanda, oferta y necesidad. Por el lado de quien entrega amor, se encuentra la oferta; en la espera de ser correspondido, se encuentra la demanda: resultando una interacción entre los conceptos más fundamentales de la economía y que a la vez contiene una tercera variable, el precio. Y…, como el amor es escaso, suplir la necesidad de la afectividad implica que su precio tenderá a moverse hacia el alza.
En el mundo del amor, las necesidades van desde la compañía, el afecto, el cuidado, la protección, el diálogo, la comprensión, el apoyo monetario, el sexo, entre otras. Para encontrar la satisfacción de cada una de las necesidades antes indicadas, la condición consiste en demandar la satisfacción de ellas, cuyo propósito radica en encontrar las mejores ofertas.
En el mercado tradicional del amor, asociado más al pasado, la demanda podría afirmarse que se encontraba vinculada al hombre, pues en general, era quien procuraba a la mujer, tomaba la iniciativa, se le acercaba; en cambio, la mujer, asumía una posición más conservadora, cauta, de exhibición sutil, de llamar la atención: características que le permiten acercarse al terreno de las ofertas.
Hoy día, el mercado del amor se ha transformado, resulta difícil identificar a qué género le corresponde la demanda o la oferta. La mujer contemporánea es más independiente, competente y con mayores derechos sociales que en el pasado, llegando en ocasiones a asumir iniciativas como oferente, sin que sean rechazadas por la sociedad; mientras que, el hombre, al entender que la mujer es menos escasa, tiende a disminuir su demanda y hasta espera que le dé señales de oferta.
En la sociedad moderna del presente, se produce en determinados segmentos del sexo femenino, una demanda de tipo inelástica; pues se puede apreciar que en la medida en que ellas le adicionan más valor a sus atributos, su precio tiende a aumentar, sin afectar la cantidad demandada; en cambio, las que no le agregan valor, no nacen con ellos o no los mejoran, su precio se deprime y la demanda no parece aumentar, perjudicándose en la competencia del amor. En la microeconomía se conocen dos tipos de mercados: el perfecto y el imperfecto.
El primero, se caracteriza por disponer de mucha información de calidad, de libre mercado y racionalidad de los consumidores, por eso casi no existe. En cambio, el segundo, al operar en condiciones opuestas es el que más ocurre en la realidad; igual situación le acontece al mercado del amor, que resulta ser imperfecto.
Entonces, como en los mercados imperfectos, la data es insuficiente, con el agravante que en general es de baja calidad y como el corazón procesa parte importante de la información, complementando la función del cerebro; entonces, la exposición al riesgo de quien asume el rol de demandante es más alto, que aquel que interviene en el papel de oferente.
La visión microeconómica del amor, como bien o servicio, es un tema de mercado y como tal, está expuesto a la competencia. En el caso de la perfecta, con muchos oferentes y demandantes en plena libertad, pasa a ser la menos común. Por el contrario, la más socorrida, la imperfecta, con pocos demandando y ofertando en el mercado del amor, ocasiona una distorsión en la determinación de precios.
En el mercado del amor no existe competencia perfecta, como se indicó precedentemente. Nadie o muy pocos tienen acceso, en calidad y cantidad, a la información, produciéndose una asimetría a favor del oferente que posee las cualidades y atributos más ventajosos para satisfacer la demanda. Por el lado de la oferta, quien tiene los atributos y cualidades para satisfacer las necesidades indicadas, las exhibe y, en consecuencia, las ofrece o es conquistado por la demanda. Entonces, aparece el punto de encuentro y se inicia el proceso hacia la conquista de la felicidad, maximizando ambos el bienestar, vale decir el amor.
En cuanto a la escasez, quienes poseen los atributos que satisfacen las necesidades anteriormente señaladas, tienen ventajas competitivas que los pueden llevar hasta ser monopólicos, como proveedor de los mismos; o monopsónico, si está en condición exclusiva de poderlas comprar, dándose el fenómeno en ambos, de que el precio es determinado por ellos.
El proveedor de las necesidades, al tener la capacidad para suplirlas, ejerce una línea de dominio no solo en la pareja, sino también en el mercado frente a sus competidores; dado que esa ventaja competitiva le agrega valor, haciéndolo más atractivo en el mercado.
Desde el enfoque de un economista, en general, enamorarse implica establecer una relación de carácter de monopolio o monopsonio, por parte del proveedor de las necesidades; de ahí los distintos grados de sumisión y dominio en la pareja, y ello implica que uno paga un precio más alto que el otro. De manera que, en la relación interpersonal del amor no se produce una relación recíproca perfecta, aunque en ocasiones, en apariencia tienda a parecerlo.