- El regreso a China, acompañado de su familia india, del soldado que en 1962 se perdió dando un paseo y terminó cautivo en terreno enemigo.
- Su hijo nos cuenta su reencuentro con tres hermanos que le quedan vivos y la visita a la tumba de su madre.
Dice Vishnu Wang que su padre, que ahora tiene 77 años, «siempre hablaba de su casa en China y de lo que le gustaría volver allí». Salió de ella en 1960, cuando en la dura posguerra china hacían estragos las nefastas políticas del Gran Salto Adelante del camarada Mao. Tras alistarse en el Ejército, en 1962 le tocó hacer la guerra entre su país y una India independizada hacía menos de una década. Destinado en la zona fronteriza para construir carreteras, un día salió de paseo y se perdió. Terminó como prisionero de guerra en el lado indio, un lugar que no pudo abandonar durante más de medio siglo. Hasta ahora.
Desde el épico retorno del Ulises de Homero a la increíble historia del sargento nipón Shoichi Yokoi, que sobrevivió tres décadas en las selvas de Guam tras el fin de la II Guerra Mundial, se cuentan por cientos los relatos de militares a los que, por una o varias razones, les llevó años regresar a su hogar tras la batalla para reunirse con los suyos. El último en sumar su nombre a tan insigne lista ha sido precisamente el padre de Vishnu, el soldado chino Wang Qi, que por fin ha podido retornar como un auténtico héroe a su añorado Xuezhai natal para abrazar a los pocos allegados que han sido capaces de soportar el paso del tiempo.
«Hoy es el día más feliz de mi vida desde hace 54 años«, aseguró este septuagenario de pelo cano al aterrizar en la ciudad de Xian el pasado 11 de febrero. «Por fin he vuelto a este maravilloso, precioso país. No hay palabras para describir lo que siento», declaró a los medios entre los vítores, abrazos, pancartas de bienvenida y lágrimas que brotaban de visitantes y visitados.
Transcurridas dos semanas desde su regreso, su hijo Vishnu, que viajó desde la India a China junto a él, atendió a Crónica por teléfono para narrar el transcurrir de los días que han seguido al anhelado regreso. «Hemos visitado muchos lugares y personas, comido deliciosos platos chinos y recibido muchos regalos…Mi padre está muy bien, radiante de felicidad«, dice este contable de 35 años. «¡A mí también me gusta mucho este país!», añade entre risas el joven indio. Además de su vástago, a Wang le han acompañado en su regreso su nuera Neha y su nieta Khanak. Su esposa Shushila y su hija Anita se quedaron en India, al parecer por ciertos problemas de salud.
Guerra entre vecinos
La particular odisea de Wang, tercer hijo de una familia humilde de siete hermanos, dio comienzo en 1960, cuando se alistó en el Ejército de Liberación Popular de Mao Zedong. Dos años más tarde, tras meses de tensiones fronterizas y tiranteces políticas, los dos países más poblados del mundo -India y China- se enfrascaban en una guerra entre vecinos que en unas pocas semanas dejó 2.000 muertos.
Entre los uniformados chinos que participaron en el conflicto, eclipsado internacionalmente por la crisis de los misiles en Cuba, se encontraba un bisoño Wang, que con sus 23 primaveras estuvo asignado a las tareas de construcción de una carretera cerca de la línea divisoria con India. En enero de 1963, semanas después de la declaración de alto el fuego promulgada el 20 de noviembre, el soldado decidió salir de su campamento para dar un paseo, la que a la postre sería la última vez en medio siglo en la que pisara suelo patrio. «Durante la caminata me perdí y entré sin percatarme en India«, ha relatado en varias ocasiones Wang. A las horas, cansado y hambriento, avistó un vehículo de la Cruz Roja al que pidió ayuda. Pero en lugar de ser devuelto a China, el soldado fue entregado al Ejército rival, que lo arrestó «por entrar ilegalmente en territorio indio y amenazar la seguridad del Estado», según se puede leer en un documento oficial que el exmilitar mostró al diario Global Times. A partir de ese momento comenzó un periplo de siete años por varias cárceles indias que finalizó en 1969, cuando un tribunal decretó su liberación.
En vez de permitirle regresar a su país, Wang fue obligado a instalarse en la remota aldea de Tirodi, en el estado de Madhya Pradesh, donde muchos disidentes locales vivían en compañía de prisioneros chinos, paquistaníes y bangladesíes. Con una situación legal oscura, ningún documento en mano y la prohibición de salir del país, Wang se vio forzado a empezar una nueva vida de la nada en un entorno social y cultural diametralmente diferente al suyo.
Durante los siguientes años, aprendió indi, trabajó en una fábrica de harina, se casó con Shushila (a la que su familia forzó a desposarse con un extranjero), tuvo cuatro hijos -uno de ellos fallecido en 2007 a causa de una enfermedad- y montó un pequeño negocio que apenas le dio para vivir. Sin embargo, jamás logró dejar de echar de menos a su patria y a su gente. «Siempre nos decía que su mayor deseo era poder regresar», apuntó Vishnu.
Intentando volver desde 1986
Tras escribir decenas de cartas durante años, en 1986 logró contactar con sus parientes, lo que supuso una gran alegría. Ya en 2002 consiguió hablar con su madre por teléfono por primera vez en 40 años. «Ella me decía que me quería ver ya que sus días se acercaban a su fin. Le dije que estaba intentando regresar. Escribí cartas a todo el mundo que podía conseguir algún documento para salir del país, pero nada sucedió», explicó este enero a la cadena BBC. En 2006 ella falleció, y no fue hasta hace tan sólo unos días que Wang pudo cumplir sus deseos. «El pasado lunes mi padre visitó su tumba en compañía de sus tres hermanos. Fue un momento bonito pero muy doloroso, todos lloraron mucho», relató su hijo.
En 2009, su sobrino Wang Yingjun viajó a Nueva Delhi para intentar ayudarle a obtener los papeles que necesitaba y, en 2013, la embajada china en India le concedió un pasaporte para 10 años y una ayuda económica anual, pero las autoridades de inmigración indias no le dieron permiso para abandonar el país.
Sin embargo, su suerte cambió este año tras relatar sus peripecias a la BBC en un reportaje ampliamente divulgado por los medios y las redes sociales chinas. Incluso el influyente diario conservador Global Times tomó cartas en el asunto, e instó desde sus páginas a lograr una solución que ayudara a mejorar las siempre complicadas relaciones entre ambas naciones. La posterior intervención de una delegación diplomática china sirvió para acelerar los trámites y, tan sólo 10 días después de que la historia hubiera sido publicada, Wang se montaba en un avión rumbo a su China querida.
Desde entonces, su regreso ha sido cubierto al minuto por los medios estatales chinos, que han encontrado en su caso un filón propagandístico para resaltar los esfuerzos que los dirigentes del país han hecho por traer a casa a su veterano soldado (eso sí, sin cuestionar el por qué tardaron décadas en hacerlo o en concederle un pasaporte).
Además, las autoridades comunistas ya han mostrado su predisposición a que Wang pase sus últimos años en China, e incluso le han ofrecido un terreno y una casa en su pueblo natal para que se quede. Sin embargo, Vishnu señaló que su padre aún no tiene claro qué hacer con su futuro, ya que su mujer e hijos son ciudadanos indios con su vida allí organizada. «En principio, mi padre volverá a India para buscar a mi madre y mi hermana, y juntos regresarán a China de visita. Lo que pase después, lo tendremos que decidir en familia».
Referencia El Mundo