Imagen de un árbol en un bosque de Girona. JUDIT CONTRERAS EFI

Por MARC PALAHÍ

Hemos llegado a un punto de inflexión histórico. La ciencia demuestra que el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la degradación de los recursos cruzan los límites de resiliencia del planeta.

«La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo», dijo Nelson Mandela. Esta reflexión se vuelve más importante que nunca en la actualidad cuando necesitamos transformar nuestro mundo a un ritmo y una escala nunca vistos. Dicha transformación es necesaria porque hemos llegado a un punto de inflexión histórico. La ciencia demuestra que el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la degradación de nuestros recursos naturales son síntomas claros del hecho que estamos cruzando los límites de resiliencia del planeta.

En este contexto, es urgente que la educación ejerza de motor de cambio para construir un futuro donde nuestra sociedad prospere dentro de los extremos ecológicos del planeta en base a una economía basada en el uso sostenible de recursos renovables. Para ello, aunque parezca paradójico, es importante superar la dicotomía entre economía y ecología, y crear un nuevo paradigma donde economía y ecología se refuercen mutuamente y sean las dos caras de la misma moneda: un futuro sostenible.

Hay que crear un nuevo paradigma donde economía y ecología se refuercen mutuamente y sean las dos caras de la misma moneda

Un estudio reciente de la Universidad de Aarhus, en Dinamarca, demuestra que crecer cerca de entornos con vegetación se asocia con un menor riesgo de trastornos de salud mental en la edad adulta. Además, la ciencia sugiere que el aprendizaje en espacios naturales como bosques, puede tener, no sólo actitudes positivas en cuanto al entorno natural, sino que también mejora las habilidades interpersonales, incluyendo la comunicación, el trabajo en equipo y la adquisición de conocimientos.

Si queremos que la educación transforme el mundo, es muy probable que debamos repensar nuestros sistemas educativos, pero también los entornos en los que se educa a nuestras futuras generaciones. Más aún cuando vivirán mayoritariamente en ciudades donde la desconexión con la naturaleza es mayor que en las zonas rurales. El hecho de que la presencia prolongada en espacios verdes sea beneficiosa para la salud física y mental, así como para el aprendizaje nos debería hacer reflexionar sobre su mayor integración y presencia en ciudades y muy especialmente en los entornos escolares. Además, bosques urbanos, árboles, así como la construcción en madera son algunas de las herramientas más efectivas de que disponemos para reducir el consumo energético y la huella de carbono en nuestros edificios y en general en nuestras zonas urbanas.

Un estudio demuestra que crecer cerca de entornos con vegetación se asocia con un menor riesgo de trastornos de salud mental en la edad adulta

El siglo XXI se está caracterizando por una revolución digital sin precedentes que está transformando nuestra economía y hasta nuestra forma de vivir. Las ciudades y las escuelas no son ajenas a dicha revolución, y cada vez más esfuerzos e inversiones se destinan al uso de tecnologías digitales en la educación. Pero no olvidemos las palabras de la experta en educación María Montessori: «Un niño, más que nadie, es un observador espontáneo de la naturaleza».

Fuente: El País

Marc Palahí es director del Instituto Forestal Europeo (EFI)