Lyft y Uber, dos empresas desconocidas hace apenas una década, han revolucionado rápidamente el mundo de la movilidad, suscitando críticas y peticiones de una mayor regulación para sus actividades.
Entre el primer viaje de un UberCab, predecesor de Uber, en San Francisco el 5 de julio de 2010, el lanzamiento de Lyft, dos años después, y la llegada de nuevas empresas como Juno y Via en Estados Unidos, esas empresas emergentes se han convertido en gigantes que llenan las calles de las grandes ciudades mundiales.
«Esa industria ha transformado nuestra vida diaria», afirman los analistas del fondo de inversiones tecnológicas estadounidense Loup Ventures.
La entrada en bolsa de Lyft este viernes y de Uber, en las próximas semanas, son dos de los acontecimientos en Wall Street en 2019, aunque ambas sigan perdiendo dinero cada año.
Lyft se estrenó con éxito en la plataforma de valores tecnológicos Nasdaq, con un alza del 8,74% de sus acciones hasta los 78,29 dólares en el cierre. La empresa recaudó cerca de 2.300 millones de dólares.
Esas dos empresas «unicornio», el nombre con el que se conoce a las compañías valoradas en más de 1.000 millones de dólares que no cotizan en bolsa, tienen una gran influencia en el mundo del transporte.
Uber afirma en su sitio web que más de 700 ciudades ofrecen sus servicios desde Asia hasta América Latina, pasando por Oriente Medio y Europa. Lyft sólo está presente en Estados Unidos y Canadá.
El cambio provocado por esas empresas ha supuesto en ocasiones un golpe muy duro para los taxistas tradicionales, reduciendo mucho el valor de la licencia que necesitan para trabajar. En Nueva York, por ejemplo, el valor de esa licencia se dividió por cinco, según los analistas de Wedbush.
En Estados Unidos, el principal mercado de la industria de los vehículos de transporte con conductor (VTC), las empresas del sector hicieron 2.100 millones de viajes, más que los taxis, según Schaller Consult, un gabinete estadounidense especializado en la movilidad urbana.
Nueva York está precisamente en el centro de una batalla feroz entre las distintas empresas del sector, que no dudan en subvencionar los viajes para intentar ganar cuotas de mercado.
Más de 10.000 conductores, entre taxistas y trabajadores de VTC, circulan cada día a última hora de la tarde solamente en el barrio de negocios de Manhattan, dos veces más que en 2013, según Schaller Consult, lo cual ha aumentado los atascos en la ciudad.
La consultora aboga por imponer una tasa horaria a los desplazamientos de las empresas de VTC. Por el momento, ya tienen que pagar 2,75 dólares por cada viaje que realizan.
Ese impuesto se utiliza para financiar la modernización del metro, cada vez más ignorado por los habitantes, que prefieren las aplicaciones de VTC consideradas como «fiables y baratas», según Bruce Schaller, el director de Schaller Consult.
A imagen de lo que ocurre en Nueva York, la ambición de Uber y Lyft ha llevado a las autoridades a poner coto a su expansión, ante los riesgos económicos y sociales que generan.
Las autoridades búlgaras prohibieron Uber; en Cataluña -en el noreste de España-, en Hungría y en Dinamarca se le impusieron unas normas consideradas como muy restrictivas; y en Italia y en Londres se llegó a suspender su servicio.
Las condenas judiciales contra esas compañías y el estatuto de sus conductores suscitan numerosas controversias. Sólo este mes, Uber pagó 20 millones de dólares para zanjar un litigio en Estados Unidos y más de 2,3 millones de dólares en un pleito en Holanda.
Frente a la posibilidad de que aumente la regulación del sector, esas compañías han emprendido su diversificación hacia modos de movilidad menos polémicos: bicicletas y patinetes eléctricos, transporte de mercancías, de alimentos, etc., aliándose a otros grupos o adquiriéndolos.
El vehículo autónomo es otro de los objetivos de Uber y Lyft, que desean lanzar una flota de autos sin conductores.
Pero eso también genera preocupación respecto a las consecuencias. «Me preocuparía mucho si consiguieran tener una flota de vehículos autónomos», dice Bruce Schaller. «Los viajes serían aún más baratos sin ningún conductor al que pagar y la congestión de las calles sería todavía más alta».