Por Jude Sheerin
Donald Trump no es el primer presidente en ser calificado como mentalmente inestable por sus enemigos políticos. Pero algunos de sus predecesores sí tuvieron problemas de salud mental, como ansiedad social, trastorno bipolar e incluso psicopatía.
En el verano de 1776, la Guerra de la Independencia de Estados Unidos iba tan mal para los rebeldes que aparentemente George Washington intentó suicidarse.
Según el biógrafo Ron Chernow, cuando los milicianos huyeron presa del pánico en Kip’s Bay, Manhattan, el comandante de 44 años de edad entró en un estado catatónico.
Washington se quedó sentado sobre su caballo mirando al espacio mientras docenas de soldados británicos lo atacaban en un campo de maíz.
Los futuros ayudantes del que luego sería el primer presidente de Estados Unidos agarraron las riendas de su montura y con dificultades lograron llevarlo a un lugar seguro.
Uno de sus generales, Natanael Greene, dijo más tarde que Washington estaba «tan molesto por la conducta infame de sus tropas que buscó la muerte en lugar de la vida».
La presunta crisis nerviosa de Washington ilustra cómo incluso hasta los grandes líderes pueden bloquearse bajo presión.
Problemas de salud mental en la Casa Blanca
Casi dos siglos y medio, el estado mental de su descendiente político se encuentra bajo un examen algo menos indulgente.
La psiquiatría presidencial ha estado de moda desde que Donald Trump entró en la Casa Blanca.
Pero Trump, quien sostiene que es «un genio muy estable», no es ni mucho menos el primer líder de Estados Unidos al que califican como lunático.
- «Soy un genio muy estable»: por qué se está cuestionando la salud mental del presidente Donald Trump
John Adams, el segundo presidente del país, fue descrito por su archirrival Thomas Jefferson como «absolutamente loco por momentos».
El Philadelphia Aurora, periódico del partido de Jefferson, dijo de Adams que era «un hombre despojado de sus sentidos».
Theodore Roosevelt «pasaría a la historia como uno de los ejemplos psicológicos más ilustres de la distorsión de procesos mentales conscientes», según el contemporáneo Journal of Abnormal Psychology.
«Su mente está hecha pedazos… su neurosis puede terminar en un colapso nervioso, o una obsesión aguda», decía el historiador estadounidense Henry Adams, cuando Roosevelt hacía campaña en 1912.
Después de que Woodrow Wilson sufriera un derrame cerebral, sus críticos afirmaron que la Casa Blanca se había convertido en un manicomio, señalando los barrotes instalados en algunas ventanas del primer piso de la mansión presidencial.
Pero, como lo relata John Milton Cooper en su biografía de Wilson, esos barrotes se instalaron durante la presidencia de Teddy Roosevelt para evitar que sus hijos pequeños rompieran las ventanas con sus pelotas de béisbol.
Sin embargo, según un análisis psiquiátrico de los primeros 37 comandantes en jefe, Adams, Roosevelt y Wilson sí tenían problemas reales de salud mental.
El estudio realizado en 2006 estimó que el 49% de los presidentes sufría de una enfermedad mental en algún momento de su vida (una cifra que, según los investigadores, está en línea con las tasas nacionales).
El 27% de ellos se vieron afectados mientras estaban en el cargo.
Uno de cada cuatro de ellos cumplía con los criterios de diagnóstico de la depresión, incluidos Woodrow Wilson y James Madison, dijo el equipo del Centro Médico de la Universidad de Duke en Carolina del Norte.
También concluyeron que Teddy Roosevelt y John Adams tenían trastorno bipolar, mientras que Thomas Jefferson y Ulysses Grant sufrían el trastorno de ansiedad social.
«Las presiones de un trabajo como ese pueden desencadenar problemas que hayan estado latentes», dijo el profesor Jonathan Davidson, quien lideró el estudio.
Woodrow Wilson sufrió su derrame cerebral en 1919 durante una pelea -destinada al fracaso- para que se aprobara el Tratado de Versalles.
Lo dejó incapacitado y afectado por depresión y paranoia hasta el final de su presidencia, en 1921.
La primera dama, Edith Wilson, prácticamente dirigía la Casa Blanca, en lo que los opositores llamaron el «gobierno por enagua».
Cuando Wilson dejó el cargo, dijo un reportero, era un tímido y «destrozado remanente del hombre» que alguna vez había sido.
Parálisis del duelo
Se cree que otras dos presidencias fueron destruidas por la depresión clínica.
Según el profesor Davidson, un trastorno depresivo importante dejó a Calvin Coolidge y a Franklin Pierce incapaces como líderes después de que murieran sus hijos.
Pierce sufrió una horrible tragedia justo antes de su toma de posesión en 1853. El decimocuarto presidente, su esposa Jane y su hijo Benjamin estaban en un tren que se descarriló cerca de Andover, Massachusetts.
El carruaje cayó por un terraplén y Benjamin, de 11 años, murió al instante. Era el único hijo de los Pierce, que ya habían perdido otros dos niños.
«Cómo podré reunir el valor para todos los deberes que tengo ante mí, es difícil saberlo», le escribió el presidente demócrata a su secretario de guerra, Jefferson Davis.
El profesor Davidson dice que el tormento interno de Pierce lo llevó a renunciar a cualquier papel ejecutivo real mientras la nación se dirigía hacia la guerra civil.
Se cree que la pena de Pierce, junto con el estrés de presidir un país que estaba a punto de destrozarse, exacerbó su prolongado abuso del alcohol.
Murió de enfermedades relacionadas con insuficiencia hepática, según su biógrafo Michael F. Holt.
Por su parte, Coolidge asumió el cargo como un líder optimista y enérgico.
Pero en el verano de 1924, su hijo de 16 años, Calvin Jr, fue a jugar a la cancha de tenis de la Casa Blanca, vistiendo unas zapatillas sin calcetines.
El niño se hizo una ampolla en un dedo del pie, que se infectó, y murió de envenenamiento de la sangre.
Según la biografía de Amity Shales, Coolidge se culpó a sí mismo por la muerte del adolescente.
«Cada vez que miro por la ventana», decía el presidente, «siempre veo a mi hijo jugando al tenis en esa cancha».
Su comportamiento se volvió cada vez más errático y explotaba ante invitados, ayudantes y familiares.
Durante una cena en la Casa Blanca, se fijó en un retrato del presidente John Quincy Adams, señalando que su cabeza parecía demasiado brillante.
Coolidge ordenó a un sirviente que frotara un trapo en las cenizas de la chimenea, subiera una escalera y lo frotara en el cuadro para oscurecer la cabeza de Adams.
(John Quincy Adams también sufría depresión y solía andar deprimido por la Casa Blanca, jugando al billar e irritando a su esposa británica, según una biografía de Harlow Giles Unger).
Coolidge prácticamente se retiró de la vida política. Lo más preocupante fue que ignoró las alarmas económicas un año antes del desplome de Wall Street en 1929.
En su autobiografía, el 30º presidente escribió: «Cuando ella (mi hija) se fue, el poder y la gloria de la presidencia se fueron con ella».
Otros presidentes fueron capaces de recuperarse de una pérdida.
Theodore Roosevelt luchó contra una depresión severa al principio de su carrera política, después de la muerte de su joven esposa en el Día de San Valentín de 1884.
Se fue un par de años a la zona de los Badlands, en Dakota, donde construyó un rancho, cazó búfalos, arrestó ladrones y mató a un pistolero en una cantina.
Abraham Lincoln fue propenso a la melancolía a lo largo de su vida, según el biógrafo David Herbert Donald.
En 1841 en Springfield, Illinois, mientras se desempeñaba como legislador estatal, Lincoln rompió su compromiso con Mary Todd (aunque finalmente se casaron) y se hundió en una profunda depresión.
Un amigo lo puso bajo vigilancia, sacando las navajas y cuchillas de afeitar de su habitación.
En la capital del estado se rumoreaba que se había vuelto loco.
Dada su disposición a la depresión, sus ayudantes debieron temer cómo lidiaría en plena Guerra Civil estadounidense con la muerte de su hijo de 11 años, Willie, probablemente de fiebre tifoidea, en la Casa Blanca en febrero de 1862.
Más tarde ese mismo año, después de otra derrota humillante, esta vez en la Segunda Batalla de Bull Run, Lincoln le dijo a su gabinete que se sentía casi listo para ahorcarse, según la biografía de Donald.
Pero a pesar de su dolor, el 16º presidente logró mantenerse y mantener al país unido también.
Presidentes ‘psicopáticos’
Un estudio realizado en 2012 por psicólogos de la Universidad de Emory en Georgia encontró que varios presidentes exhibían rasgos psicopáticos, entre ellosBill Clinton.
Los dos considerados los más psicopáticos eran Lyndon Baines Johnson (LBJ) y Andrew Jackson, el héroe de Trump.
Los atributos psicopáticos fueron identificados por el equipo de Emory como carisma superficial, egocentrismo, deshonestidad, insensibilidad, control de impulsos deficiente e intrepidez.
La investigación cubrió a todos los presidentes, excepto al actual y a Barack Obama.
Johnson, por ejemplo, tenía un ego del tamaño de su estado natal de Texas.
Robó descaradamente su elección en el Senado de 1948, luego hizo una broma aún más descarada al respecto, según la biografía de varios volúmenes de Robert Caro.
A LBJ no le importó poner la mano encima de la falda de otra mujer mientras su esposa, Lady Bird, estaba sentada a su lado.
Le gustaba humillar a los subalternos convocándolos a tomar un dictado mientras orinaba en un lavabo o defecaba en un inodoro.
Andrew Jackson es recordado hoy más por su crueldad que por el envidiable logro de ser el único presidente en pagar la deuda nacional.
Y la reputación de Bill Clinton, por supuesto, quedó destrozada por su impulsividad sexual.
Algunos presidentes han manejado las tensiones de la Oficina Oval menos bien que otros.
Ya como vicepresidente, Richard Nixon tomaba medicamentos para la ansiedad y la depresión, junto con pastillas para dormir que ingería con alcohol.
La biografía de John A. Farrell detalla cómo el inestable líder del Watergate bebió excesivamente durante su turbulenta presidencia.
Henry Kissinger, su principal diplomático, dijo una vez que Nixon no pudo recibir una llamada del primer ministro británico durante una crisis en Medio Oriente porque estaba «cargado».
Su psicoterapeuta, el doctor Arnold Hutschnecker, fue el único profesional de salud mental que se sabe ha tratado a un presidente en la Casa Blanca.
Dijo que Nixon tenía «buena parte de los síntomas neuróticos».
Entonces, ¿Trump está mentalmente enfermo?
El diagnóstico del profesor Davidson es que no. Cita el debate entre los psiquiatras a nivel internacional sobre si el narcisismo, un rasgo tan frecuentemente atribuido al actual presidente, es un trastorno de personalidad.
Pero Nassir Ghaemi, autor de A First-Rate Madness: Uncovering the Links Between Leadership and Mental Illness(«Una locura de primer orden: descubriendo los vínculos entre el liderazgo y las enfermedades mentales»), cree que el presidente Trump tiene «síntomas obsesivos clásicos».
El profesor de psiquiatría de la Escuela de Medicina de la Universidad de Tufts en Boston dice: «No duerme mucho. Tiene un nivel de energía física muy alto».
«Es muy impulsivo con el gasto, sexualmente impulsivo, no puede concentrarse».
La presidencia de Trump, se nos dice tan a menudo, está rompiendo normas históricas.
Pero las extrañas y problemáticas vidas de los anteriores comandantes en jefe parecen plantear la cuestión: ¿qué es normal?
Fuente: BBC Mundo