Por Daniel Verdú
Cien años después de la fundación del fascismo en Italia, varios libros analizan sus semejanzas y diferencias con la extrema derecha en ascenso en todo el mundo
Usted es un fascista. Y su vecino. También muchos de los manifestantes del pasado Día del Orgullo Gay en Madrid, según Inés Arrimadas. Y la gente de Alsasua que gritaba contra políticos de Ciudadanos. Pero también los militantes de Vox y sus dirigentes, o Matteo Salvini y sus huestes en la Liga. No digamos ya quienes declararon la independencia en el Parlament en octubre de 2017, los nuevos partidos que reivindican a Mussolini en Italia o quienes conducen sin respetar el carril bici por su ciudad. Ninguna palabra ha sido tan manoseada en los últimos tiempos para descalificar a rivales de todo pelaje, para reflejar un autoritarismo creciente o para definir, recurriendo fatigosamente al pasado, un aroma político que emana del presente y cuyas características se repiten a lo largo del mapa mundial sin una respuesta adecuada.
El irresistible magnetismo de un periodo histórico en el que algunos, como Umberto Eco, descifraron un estado de ánimo político y moral en permanente retorno ha saturado también el sector editorial. Casi una decena de novedades que abordan la cuestión coinciden este curso en las librerías e indagan en sus raíces, personajes y paralelismos con el mundo actual. Italia pone toda la carne en el asador y despliega al calor de la deriva autoritaria y xenófoba del Gobierno formado por la Liga y el Movimiento 5 Estrellas el mayor catálogo de propuestas. La más celebrada, el reciente Premio Strega concedido a M. Il figlio del secolo, de Antonio Scurati. Una extraordinaria biografía novelada sobre el ascenso al poder de Benito Mussolini —pensada como la primera parte de una trilogía de la que también habrá una serie de televisión— que trituró definitivamente el tabú de narrar los acontecimientos más oscuros de la primera mitad del siglo XX desde el punto de vista de los verdugos. Pero ¿existen realmente similitudes entre aquel periodo y el actual que justifiquen este furor?
Scurati, en plena resaca por el premio más importante de Italia (Alfaguara publicará en enero el libro), encuentra algunos paralelismos en aspectos muy concretos localizados en el clima donde se cocinó el monstruo. “La analogía más fuerte está en el sentimiento de derrota, malestar, abandono, desilusión, rechazo y repulsa a la vieja clase dirigente y las instituciones parlamentarias que custodiaban. También el fracaso de la socialdemocracia desde 1919 hasta 1921, un escenario en el que el fascismo encontró un terreno fértil. Ese tipo de sentimiento antipolítico, que no tiene nada que ver con el análisis racional de nuestra vida, es análogo. Se vuelve a detectar, como entonces, en elevados porcentajes del electorado. Afecta a padres de familia, trabajadores, gente de bien atraída por líderes y movimientos que manifiestan abiertamente el desprecio de la vieja política, pero también a las instituciones parlamentarias. La diferencia es la violencia, en eso no tiene nada que ver”, señala.
Una pequeña burguesía desclasada, asustada por la percepción de una invasión extranjera; partidos que invocan atajos extraparlamentarios y dan la espalda a las cámaras en un clima de descomposición y una crisis económica enquistada que ha machacado a la base de la población. Ese aire enrarecido recorre desde hace años Occidente y llega hasta Brasil, donde Jair Bolsonaro, un capitán del ejército retirado, resucita el autoritarismo y defiende la tortura y la dictadura militar. También alcanza a EE UU, en plena era Trump: personajes como Steve Bannon declararon su amor a intelectuales que dieron cobertura al fascismo como Julius Evola. Desde ahí, la secretaria de Estado de la Administración de Bill Clinton, Madeleine Albright, portadora de un extenso kilometraje diplomático, alerta con su Fascismo. Una advertencia (Paidós) de que el monstruo “no es una etapa excepcional en la humanidad, sino que forma parte de ella” y se presenta hoy con distintos rostros. Putin, Erdogan, Kim Jong-un…
¿Todos fascistas, pues? Scurati, como la mayoría de los intelectuales consultados, denuncia un abuso que ha generado el efecto contrario. “Muchos votantes de estos movimientos antisistema, gente integrada en la sociedad, reaccionan también contra el antifascismo porque durante mucho tiempo se usó de forma irresponsable. Cualquiera que fuese de derechas era calificado como autoritario, tachado de fascista. Es inexacto y ha hecho que el antifascismo, abusado y abanderado por gente que no conocía su verdadero significado, terminase siendo un arma equivocada para la democracia”.
“La mayor analogía está en el rechazo a las instituciones parlamentarias. La diferencia es la violencia”
La cuestión incendia cualquier debate entre historiadores, a menudo divididos como la propia sociedad. La mayoría coincide, eso sí, en que el mundo no hizo las debidas cuentas con el fascismo sellando ese capítulo como sucedió con el nazismo. Emilio Gentile, el mayor experto de Italia en ese periodo, acaba de publicar Quién es fascista (Alianza). Un sugerente título que agarra por el cuello el asunto de la sobreexplotación del concepto y la languidez semántica que su repetitivo eco trae a las crónicas y la vida diaria. “Este abuso denota no entender lo que ha sido el fascismo realmente. Se aplica a personajes con los que no estamos de acuerdo, que no nos gustan. Pero no es nuevo, ha sucedido en los últimos 70 años. Se aplicó a Eisenhower, a Mao, a Stalin… Palmiro Togliatti [secretario general y fundador del Partido Comunista Italiano] llegó a definir como fascista a Carlo Rosselli, que creó el movimiento antifascista Justicia y Libertad. Pero los fenómenos de hoy no tienen nada que ver con el fascismo”.
Gentile, extraordinario historiador y algo radical en este campo, cree que no hay nada nuevo que aportar al estudio del fascismo y que la banalización del término, convertido en objeto de consumo, es ya insuperable. ¿Puede volver el fascismo? “Sí, claro. También podría hacerlo el bonapartismo, el jacobinismo… Estamos usando un término de manera inapropiada para explicar fenómenos nuevos. Y el error responde principalmente a la incapacidad de afrontar con una mirada crítica actual asuntos contemporáneos. La raíz se halla en la falta de una etimología precisa como tiene el comunismo o el liberalismo: fascismo solo significa agrupar. Y hoy se ha convertido en un insulto para prepotentes, antisemitas, autoritarios… Pero ningún populismo actual que invoque el principio de soberanía popular puede ser fascista. El fascismo negaba todo lo que derivaba de la Revolución Francesa. Y si de lo que estamos hablando es de identificarnos con la figura de un hombre fuerte, de alguien que se dirija directamente al pueblo, entonces también podríamos decir que Matteo Renzi es un fascista, ¿no cree?”.
El origen del término se encuentra en el símbolo romano del haz, a su vez heredado de los etruscos. Los fasci simbolizaban la unidad de soberanía, el orden y el poder supremo capaz de impartir justicia. Luego el mismo símbolo se usó en la Revolución Francesa, en la estatua de Abraham Lincoln en Washington o en la marca de la propia Guardia Civil española. Uno de los primeros movimientos sociales modernos que lo usaron fueron los Fasci Siciliani entre 1891 y 1894: una agrupación de inspiración libertaria, democrática y socialista de agricultores que defendía sus derechos laborales. Pero la apropiación definitiva llegó en 1919 con los Fasci Italiani di Combatimento, fundado por Benito Mussolini el 23 de marzo de 1919, verdadera génesis del cambio. En parte por esa dispersión, en su difusión desaforada a izquierda y derecha del arco ideológico, muchos encuentran la legitimidad para usarlo en la actualidad.
Un grupo de escritores, como Sandro Veronesi o Roberto Saviano, ha convertido la militancia contra Matteo Salvini en parte de su corpus literario y ensayístico en Italia. En el extremo opuesto a la restricción del término de Gentile se encuentra también Michela Murgia, autora de Instrucciones para convertirse en fascista(Seix Barral), uno de los éxitos del año. Una suerte de falso manual construido con ironía y provocación para denunciar la infiltración total del fascismo en la sociedad. Sin matices. ¿Banalización? “No creo. Es una manera para recordarlo. No es un fenómeno histórico, sino diacrónico. Se presenta con formas distintas, pero iguales métodos. Llámalo Pepe o Francisco, pero tiene el mismo impacto. Nadie piensa que volverán los Camisas Negras, pero me preocupa que Salvini, por ejemplo, dé entrevistas vestido de militar sin estar en una base militar, por ejemplo”.
Murgia considera que hay tres elementos clave que permiten pensar en un caldo de cultivo político y moral similar al que dio pie a aquel periodo. En primer lugar, la relación que el Ministerio del Interior y sus potentes altavoces mantienen con la disidencia (recuerden a D’Annunzio gritando contra el Parlamento). “Quien manifieste una opinión contraria es atacado en las redes del ministro y recibe una avalancha de amenazas de insultos. Los intelectuales están en la mirilla, pero también los cocineros de MasterChef o los disc jockeys que lo critiquen. Si expresas tu opinión contra él, pasas a ser su adversario. En segundo lugar, la puesta en discusión de los otros poderes del Estado: rechaza ser juzgado y dice que los jueces están politizados. Pero cuando el poder ejecutivo deslegitima al judicial, estamos ante un acto contra la Constitución. Y tercero, el machismo de Estado. Salvini tiende a recuperar modelos sociales superados: Dios, patria y familia. Ataca a las mujeres públicamente, es contra quienes desencadena la violencia más fuerte”, sostiene.
Murgia es autora también de un polémico fascistómetro publicado en el semanario L’Espresso. Un experimento que podría echar sus raíces en California F- Scale, el test de Theodor Adorno para detectar rasgos autoritarios, y que funciona como una suerte de j’accuse psicológico al fascista que lucha por salir dentro de cada uno de nosotros: todos bajo sospecha. Una idea que transmite también el libro de Jason Stanley Facha. Cómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida (Blackie Books). La idea de que nuevas formas de autoritarismo acechan entre las sombras de nuestras estructuras políticas, sin embargo, no se sostendría si no fuera por su arraigo en esa frontera que configuran la pérdida de sentido de la palabra y un laborioso proceso de blanqueamiento de su acepción.
“Estamos usando un término de manera inapropiada para explicar fenómenos nuevos”
Una cantinela intenta periódicamente en Italia convencer de las bondades del dictador. Carreteras, trenes que llegaban en hora, depuración de zonas pantanosas, erradicación de enfermedades. “Mussolini también hizo cosas buenas”, escandalizó el expresidente del Parlamento Europeo Antonio Tajani el pasado mes de marzo. Con ese irónico título y editado en Bollati Boringhieri, Francesco Filippi se propuso este año desmontar todas las fake news construidas alrededor de la obra del tirano de Predappio, propagadas principalmente en Internet y que impactan sobre todo en los más jóvenes. “El fascismo ha logrado una presencia crossmedia y ha saltado de libros de historia a la web. Esta obra [en la lista de los 10 más vendidos desde hace 16 semanas] pretende ser una suerte de botiquín para curar algunas de sus mentiras, la mayoría de las veces no contestadas. Muchos italianos, por ejemplo, piensan que Mussolini creó el sistema de pensiones. Cuando en realidad se instauró en 1895 y él tenía 12 años”.
La revisión desprejuiciada de aquellos años, como propone Scurati, genera tensiones. En el último Salón del Libro de Turín, varios títulos competían por la atención del público. Los roces llegaron por caminos aledaños del mismo asunto. Altaforte, una editorial cercana al partido declaradamente fascista CasaPound, aterrizó con un libro biográfico sobre Matteo Salvini y fue expulsada del evento. Si no hubiera sido así, la polémica habría sido mayor aún: invitados como la superviviente de Auschwitz Halina Birenbaum amenazaron con desertar del evento. Una decisión razonable. Ideal también para disparar al pianista y echarle en cara a su director, Nicola Lagioia, aquello atribuido a Winston Churchill: “Los fascistas del futuro se llamarán a sí mismos antifascistas”. “Fue algo interesante. El Salón del Libro no practicó la censura excluyendo a Altaforte. Siempre ha habido casas editoriales de extrema izquierda o derecha. El hecho no era la libre circulación de ideas, el problema era que es muy cercana a un movimiento político que no se entiende del todo hasta qué punto es legal. Luego empezaron a decir que el antifascismo era el cáncer de la cultura italiana”, defiende.
La digestión literaria del fascismo, considera Lagioia y otros muchos intelectuales, no se completó en su momento. “Ha habido una literatura antifascista importante en los cincuenta, pero fueron marginados. Tras la caída del fascismo, resultó que nadie en Italia lo había sido. Por este motivo hay ahora una generación que indaga en esa historia. En España, Javier Cercas, Javier Marías o Fernando Aramburu han pasado cuentas con el pasado. Existe una hornada de escritores sucesiva al franquismo que lo refleja. Tolstói habló en Guerra y paz de las campañas napoleónicas muchos años después de que hubieran sucedido. Toca a las generaciones sucesivas ahora acudir a ese pasado. Por lo demás… sí, puede ser que también haya una moda editorial”. Mientras tanto, y hasta que baje el suflé, usted podría seguir siendo un fascista.
LECTURAS
Quién es fascista. Emilio Gentile. Traducción de Carlo A. Caranci. Alianza, 2019. 224 páginas. 8,90 euros.
Instrucciones para convertirse en fascista. Michela Murgia. Traducción de Ana Ciurans. Seix Barral, 2019. 150 páginas. 15 euros.
Facha. Cómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida. Jason Stanley. Prólogo de Isaac Rosa. Traducción de Laura Ibáñez. Blackie Books, 2019. 240 páginas 18,90 euros.
Anatomía del fascismo. Robert O. Paxton. Traducción de José Manuel Álvarez. Capitán Swing, 2019. 424 páginas. 24 euros.
Fascismo. Madeleine Albright. Traducción de María José Viejo Pérez. Paidós, 2018. 352 páginas 22,90 euros.
Fuente: BBC Mundo