Por Israel Castillo de Jesús
Recientemente nuestros medios de comunicación tradicionales y virtuales han estado inundados de informaciones referentes a una supuesta implantación de drogas por parte de agentes de la DNCD y una miembro del Ministerio Público en una barbería de Monte Cristi.
No es la primera vez que un video viral se convierte en noticia. Por lo que, lo que llama la atención no es que el video sea viral, sino su contenido, que no representa nada desconocido ni considerado “fuera de lo común” en nuestro país. Todos sabemos que esos casos ocurren a diario y seguramente muchos de nosotros hemos presenciado más de uno.
Lo mismo ocurre, por ejemplo, con la viralización de videos donde se ve a personas comunes peleando, bailando de forma peculiar, arrojando basuras a las calles o a autoridades violar alguna ley o abusar de su poder.
Todos estos casos probablemente los vemos de camino al
trabajo 3 veces por semana, sin embargo, en la cotidianidad no nos produce mayor sobresalto o preocupación.
Entonces, surge la pregunta ¿Por qué nos producen interés esos casos cuando son grabados en video y viralizados?
Un sociólogo seguramente le podría dar una explicación científica a este fenómeno, pero yo, mortal y común eflexiono:
1. El interés particular de algún medio de comunicación o influencer en que se conozca la información contenida en el video, ya sea por beneficio económico (audiencia), por enuncia social o por involucramiento directo, es un elemento vertebral;
2. Cuando se trata de situaciones que merecen la denuncia social y el correctivo estatal, las personas no solemos reaccionar en la cotidianidad, en parte, por miedo a represalias o a lucir “pendejos” ante los presentes, pero cuando el acto oprobioso es captado en video y hecho público, vemos la oportunidad de, a través del anonimato colectivo que brindan las redes sociales, manifestarnos al respecto;
3. El hecho de que la videograbación constituya la tabla de salvación de personas a todas luces inocentes y el estremecimiento que produce pensar qué habría pasado si no hubiera habido cámaras de video allí, o peor aún, pensar que, a cualquiera, en cualquier momento, le puede pasar algo similar, con delincuentes o con “autoridades” de cualquier tipo, genera la solidaridad de los ciudadanos;
4. La sensación de estar contribuyendo a que se haga justicia, es otra razón para compartir videos de este tipo;
5. Desde luego, no todos los videos viralizados son de denuncia social, sino al contrario, esos son los menos. Para el resto de los contenidos (chisme, contenido gracioso, sexo, etc), juega un papel importantísimo la irrefrenable pasión de los dominicanos por todo aquello que genere morbo. Un amigo mío diría que simplemente somos chismosos, de ahí que a menudo veamos a ciudadanos en las redes sociales reprochando a otros, conductas de las que ellos mismos son portadores.
¡Cómo olvidar aquel video del muchacho de la go pro y los agentes policiales que le querían quitar su pasola de manera arbitraria!
En el estado de corrupción y putrefacción que se encuentra la República Dominicana, empezando por aquellos quienes están llamados a garantizar nuestros derechos como ciudadanos y humanos, más que una pistola, un mastín tibetano, una pared o una verja electrificada, resultan las cámaras de video y los celulares, formidables armas de protección.
Si usted es un pobre diablo como yo, sin poderes ni privilegios, lea bien lo que le recomiendo:
¡Ármese hasta los dientes! Ponga cámaras en casa, en el trabajo y en el carro, y si usted conduce una motocicleta o anda en el carrito de Fernando, cómprese una go pro.