En mi caso, al funeral más reciente que he asistido, fue al de la primogénita y única hija de la amiga Priscila Rivera, capitana del equipo nacional superior de voleibol dominicano. La joven Megan, ida a destiempo, es uno de los casos que nos lleva a valorar aun más la vida y a que nos formulemos la pregunta que guía este escrito.
Al estar acompañando a Priscila, escuché en los alrededores de las capillas A y B –las que se encuentran en el segundo nivel- de la funeraria Blandino de la Lincoln, a varias personas indagando de manera inoportuna sobre la causa del fallecimiento de la joven. En uno de los casos, también oí a una persona cuando decía: Acaso tiene importancia que sepamos de qué muere una persona, y peor aun, querer saber las condiciones en qué falleció. Mientras, otra persona intervino y manifestó: Nosotros no somos reporteros ni investigadores, para estar averiguando de qué y cómo ha muerto una persona, en un lugar en donde se supone es para llevar consuelo y paz a los afligidos.
En uno de los grupos que platicaban, como si no estuvieran en un ritual fúnebre, le dice una profesional de la conducta que se identificó como tal, en su intento por mitigar el murmullo: Escuchen, el querer saber de qué y cómo murió una persona y hasta el colmo de preguntárselo al doliente más directo del fallecido, es una forma de mostrar incapacidad o dificultad para entender o sentir lo que está experimentando el que tiene el duelo. Dicho en una sola expresión, a eso se le llama, déficit de empatía.
Como si no fuera poco, otro grupo que se encontraba en el velatorio, donde había un antropólogo, decía en su condición de profesional: Para la biblia la muerte es cuando sale el espíritu del cuerpo. Para la filosofía es la transformación del organismo vivo en cadáver. Para el hinduismo y el budismo, la muerte es reencarnación, expresada en el desprendimiento del alma hacia otro cuerpo y para la ciencia médica, es un efecto terminal de la extinción biológica de los órganos.
El antropólogo añadió: El ritual del velatorio, dependerá de las tradiciones culturales de un pueblo. En Corea, por ejemplo, se toma alcohol y se divierten con juegos de mesa. En el país, sin embargo, lo que hacen en la nación asiática, sería una aberración, aunque en los últimos tiempos –tal vez como modelo importado- se advierten algunas conductas en determinados sectores sociales, que riñen con las tradiciones cristianas y dominicanas.
Más adelante, al salir de la funeraria, ya cerca de la puerta, un sociólogo, divisado por sus atuendos típicos que lo delatan, decía: La muerte no es democrática, tampoco religiosa y menos política. La muerte no tiene edad, sexo, educación, tiempo, o estilo de vida. La muerte, es sencillamente cruel, pues nos hace sufrir; pero tiene algo bueno, nadie se escapa de ella nos llega a todos.
Al escuchar lo narrado, como economista me dije: En algo la muerte es desigual, en dominicana los hombres mueren primero que las mujeres, en una proporción cercana al 59. 0 % VS el 41.0 % del total; pese a que la composición por sexo es casi idéntica, en un 51.0 % son femeninas y un 49.0 % masculinos.
Cuando me encontraba sentado en el carro, esperando que se enfriara un poco su interior, aproveché para pensar sobre la muerte, hasta llegar a mi mente la preguntaba, ¿de qué morimos los dominicanos?
Tan pronto estuve frente al computador, ingresé al portal del Ministerio de Salud Pública, con la esperanza de encontrar las informaciones que me ayudaran a dar respuesta a la pregunta precedente. Haciendo el ruteo dentro del portal institucional, el cursor del computador lo dirigí a la sección del vice ministerio de planificación y al darme cuenta que había un boletín sobre estadísticas básicas de salud, con fecha de publicación del mayo de 2019, exclame, ¡bingo!, tengo lo que necesito para las respuestas que busco.
Pero la alegría duró poco, al hojear digitalmente el boletín, advertí que los datos corresponden al 2016 y peor aun, los que pertenecen a las causas de los fallecimientos están referidos al año 2013. Entonces, llegué a la conclusión de que en salud pública no solo falta mucho por hacer en materia de sus políticas, sino que en términos gerenciales, como organización rectora, se encuentra en la fase análoga, con una de sus características: La dilación en la divulgación de la información.
Examinando los datos de la página número nueve, la relativa a los indicadores de mortalidad, se aprecia que un 99.0 % de las defunciones están certificadas por médicos, y que en el 2013 fallecieron 37,660 personas, –la Oficina Nacional de Estadísticas, ONE- revela que a diciembre del 2018 ascienden a 40,440 los que murieron. De los datos de 2013, la muerte ocasionada por diarrea a niños menores de cinco años, alcanzaron 54, por infecciones respiratorias agudas 76, también en infantes menores de cinco años de edad, y 215 por causas maternas.
En las estadísticas vitales de la ONE, no se aprecia un patrón de comportamiento que defina el mes de mayor ocurrencia de muertes en la República Dominicana. En el 2018, como dato más actualizado, marzo aparece con el de mayor número de fallecidos en el territorio nacional.
Las principales causas de muertes de los dominicanos se encuentran: Las enfermedades del sistema circulatorio con un 32.1 %, siendo el sexo femenino la mayoritaria, la segunda, por causas externas un 18.5 % (homicidios, suicidios, accidentes de tránsitos, fenómenos naturales), en tercer lugar, corresponden a las neoplasias, con un 13.5 %, en cuarto lugar, las defunciones infantiles con un 11.5 %, seguida de las enfermedades transmisibles con un 7.8 %.
De los datos precedentes, se puede inferir que las políticas públicas tienen un gran desafío, en cuanto a reducir las muertes por causales prevenibles, como las transmisibles, las defunciones infantiles, los homicidios y los accidentes de tránsito. Lamentablemente, la ausencia de una base de datos históricos y actualizados, no permite auscultar acerca del comportamiento de la composición de las causales de las defunciones en dominicana y de las acciones para mitigarlas, evitarlas y hasta erradicarlas.