Luis Miguel Gallego Basteri ya no gana para tanta demanda. Cuando intenta emerger de la etapa más oscura de su carrera le propinan un nuevo revés. El último: una deuda de casi cuatro millones de dólares con su propia discográfica, Warner Music, con la que ha acumulado más de 100 millones de discos vendidos en toda su carrera. A esta se suma otra de siete millones de dólares que le pide el cantante Alejandro Fernández por una prometedora gira conjunta que nunca fue. Y una más de su exmánager, de casi un millón y medio, que ya le ha costado el embargo de su Rolls Royce negro. Luismi, que hace 11 años que no saca un sólo éxito, que lleva siete sin producir un disco y que ha roto relaciones con los recintos más importantes de México y Estados Unidos, ahora es un hombre endeudado.
Él, que representó durante décadas lo que todos querían ser: el triunfador, el deseo de las mujeres más guapas, la mejor mesa en el restaurante, la suite más lujosa del hotel. Que sonaba en los locales más exclusivos y en las barriadas. Porque había pocas cosas que unieran más en México que la perfección de su lado derecho, su traje impecable, su pelo alocado, su pecho bronceado, su manera de arrastrar la voz y marcar mucho las uves. Una joven estrella capaz de vender millones de discos en Estados Unidos cantando en español y de llenar el Madison Square Garden de Nueva York con solo 23 años. Él era El Sol. Pero ya no lo es.
Luis Miguel es ahora un hombre cansado, capaz de cantar solo 20 minutos en un concierto y huir; de cancelar el resto y dar explicaciones incoherentes. Un artista maduro que ya no se desabrocha nunca más el botón de la camisa hasta el ombligo, que no consigue salir como antes en la foto, ni por su lado derecho. Luis Miguel hizo tanto en tan poco tiempo, que ha podido vivir hasta hace dos años con la tranquilidad que le dejaron sus rentas. Plantaba a sus admiradores y seguían agotando las entradas, culpaba al clima para cancelar un concierto y los más aguerridos lo entendían sin pestañear. La fe ciega de sus feligreses parecía no tener límites, pero los tenía.
En 2015 Luis Miguel se rompió. Y los errores que cometió en aquella fatídica temporada —cancelaciones de conciertos, de giras, incumplimiento de contratos— le han costado al artista las demandas millonarias que tiene que enfrentar ahora. La primera empezó con su exmánager, William Brockhaus, un empresario texano a quien le pidió en 2011 que fuera su representante por la amistad que tenía con su esposa, Michelle Salom, descendiente de una familia de sirios con influencia en la localidad fronteriza de Ciudad Juárez y amiga de Luis Miguel desde la infancia.
En noviembre de 2015 Luis Miguel y Alejandro Fernández, dos ídolos de masas en México y Latinoamérica, se reunieron en Punta Mita (Nayarit) para acordar una gira conjunta. El Potrillo y El Sol, ante un hito histórico: la fusión de una generación de fans que tuvo que elegir entre amar a uno y odiar al otro. La idea es que ambos se subieran a las tablas juntos entre abril y noviembre de 2016, con 50 eventos programados en México, Centroamérica y Estados Unidos.
Pero Luis Miguel exigió el pago anticipado de parte de las ganancias. Según una información publicada por Televisa, Alejandro Fernández le adelantó unos siete millones de dólares por una gira que nunca fue. Luis Miguel canceló todo lo acordado, según señala el personal de El Potrillo, y se negó a devolver el dinero que le habían pagado. La guerra legal entre los dos grandes ha supuesto el conflicto artístico más relevante en décadas para la prensa rosa mexicana. Fernández lo sabe, y cuando puede publica en sus redes sociales alguna mención sobre el tema que levanta las ampollas de una legión inquebrantable de fans: «Me encanta tener a El Sol en mis manos», llegó a decir. La lucha, tanto dentro como fuera de los juzgados, promete no acabar pronto.
El último de los golpes que enfrenta el que fuera El Sol de México es una demanda de su propia discográfica, Warner Music, a la que ha tenido acceso EL PAÍS y asciende a 3.651.560 millones de dólares. El documento, fechado el 8 de marzo de este año y elaborado por un juzgado de Los Ángeles, no explica los motivos que alega la disquera para pedir el resarcimiento del daño por esta deuda, pero sí la aceptación de Luis Miguel. El artista reconoce en el escrito que tiene un pago pendiente desde 2014 de cuatro millones de dólares y que llegó a un acuerdo para dilatar la fecha del pago hasta el 30 de noviembre de 2015. Sin embargo, este nunca se produjo y se ve obligado a asumir la demanda de la empresa de discos multinacional.
Son casi 13 millones de dólares los que enfrenta en deudas quien fuera uno de los reyes de la música latina. Hace unos días, El Sol aparecía mucho más estilizado —ya no de un bronceado naranja y ojos ojerosos, como otras veces— y por sorpresa en la tierra que lo viera triunfar, Acapulco. Sus fans incondicionales le gritaron una de sus canciones icónicas en una discoteca en la ciudad costera, cuna de sus fiestas más épicas. Y desde Estados Unidos se cuece una serie prometedora sobre su vida, a cargo del prolífico productor estadounidense Mark Burnett, de la Metro-Goldwyn-Mayer.
El Sol intenta asomar estratégicamente la cabeza para mostrar que sigue vivo, después de una reclusión de casi un año. Pero los tropiezos le están costando al divo de la canción mucho más de 13 millones de dólares: la erosión terminal de su valiosa imagen, que no será fácil de resucitar.
Referencia: El País