Barcelona, España.-Prácticamente nadie está usando desde la desescalada y la nueva normalidad los servicios montados por los hospitales para que los sanitarios con sufrimiento psicológico y emocional pidieran ayuda y la recibieran. Se podía hacer por correo, por teléfono y en persona con toda clase de facilidades. “Pero hay una especie de fobia a pedir ayuda. Solo hablan del tema si te encuentran por el pasillo o tomando un café”, reconoce Víctor Pérez, responsable de psiquiatría del hospital del Mar.
Este centro puso en marcha en los peores momentos de la epidemia un café –que estaba cerrado entonces– con aforo limitado donde tomar algo y charlar un rato y donde siempre estaba disponible un psiquiatra o un psicólogo. Fue la herramienta más eficaz para dar acceso a los profesionales a hablar y si hacía falta plantear una terapia. “Pasaron por allí mil personas y ahora la demanda se ha ido reduciendo al mínimo”, explica Víctor Pérez.
Abunda la tristeza, la irritabilidad, la ansiedad continua y el sueño fragmentado con imágenes traumáticas, pero todo el daño está ahí, sin atender, pendiente de ayuda psicológica, “porque no se trata en estos momentos de medicación, sino de atención psicológica”.
La lista de secuelas incluye mucho cansancio, intolerancia a las malas noticias, a veces les cuesta mucho ir a trabajar, no piden la baja por la situación del hospital, están hastiados, mucha tristeza, con sentimiento de culpa por lo que está pasando, por no estar al cien por cien. Sufren ansiedad, insomnio o más frecuentemente sueño fragmentado: se despiertan con imágenes especialmente traumáticas para ellos, imágenes que están ahí y se evocan porque están cargadas de emociones. “Y se repite, y se repite…”
“La mayoría de los que han estado mal saldrán por sus propios medios de esta situación, pero un grupo, no. Son los que dentro de dos meses estarán fatal y ya no tendrán más remedio que pedir la baja”, vaticina el psiquiatra.
Aún no tienen datos. Un equipo de investigadores del IMIM (el instituto de investigaciones médicas ligado al hospital), dirigidos por el epidemiólogo Jordi Alonso, participa en un amplio estudio sobre el impacto en las salud mental de la Covid en profesionales sanitarios, población en general y enfermos. Son miles de encuestas y parte de los resultados se publicarán en breve. Pero el cálculo probabilístico del que parten es que casi una tercera parte de los profesionales más expuestos cumplen criterios de un diagnóstico de depresión.
“Sabemos que están ahí, que una parte de ellos desarrollarán estrés postraumático, con un nivel de hiperalerta y de ansiedad continuo”, apunta Víctor Pérez. “Pero tenemos un verdadero problema de acceso: no van a las consultas, ni usan las vías telemáticas ofrecidas con privacidad absoluta y eso puede ser un verdadero problema en cuanto llegue la segunda ola, porque es un número importante de personas que dentro de dos meses estará mal, fatal”.
La situación es común en la mayoría de centros sanitarios y el estudio del IMIM, financiado por la Carlos III y que se realiza en media docena de comunidades autónomas, pretende sacar conclusiones para hacer recomendaciones concretas, “porque creemos que hay factores que intervienen en estas depresiones y en la ansiedad que son evitables, porque pertenecen al terreno organizativo de los propios hospitales durante la parte más dura de la pandemia”, indica Alonso.
En el servicio de salud mental del hospital del Mar intentan atajar la fobia de los profesionales a acudir al psicólogo al modo que hicieron durante las peores semanas: buscan un espacio neutro, que no pueda parecer en absoluto una consulta, ni nada relacionado con el hospital, para encontrarse con los profesionales más afectados por esta crisis. “Necesitan hablar y estrategias para afrontar lo que les pasa. Aunque sea con la excusa de tomar un café”.
Fuente: La Vaguardia.com