Naiara Galarraga Gortázar
Más de una decena de habitantes se acercaron amigablemente y convivieron durante horas con sus anfitriones para sorpresa de los especialistas
El resto del mundo sabe tan poco sobre ellos que ni siquiera les ha dado un nombre propio; los estudiosos los llaman los indígenas aislados que viven en lo alto del curso del río Humaitá. Habitan uno de los lugares más remotos del planeta y hasta ahora este grupo de indígenas brasileños han preferido estar solos, sin contacto con otros pueblos o con blancos. Pero hace un par de semanas uno de ellos llegó a la aldea Terra Nova, en la Amazonia. Lo más extraordinario ocurrió al día siguiente.
El visitante no solo se acercó a los aldeanos sino que incluso pernoctó en casa de uno de ellos. Lo sabemos porque los anfitriones también son indígenas pero de los que sí tienen contacto con foráneos; son de otro grupo, hablan una lengua distinta. El cacique local, Cazuza Kulina, relató la visita a una periodista de G1, una web de Globo. “Le dimos ropas, mantas, utensilios, mandioca, plátano… durmió en casa de mi yerno”, explicó este indígena de la etnia Kulina Madiha. Cuando se levantaron, el visitante ya no estaba. “Se llevó todo y se fue, ni siquiera lo vimos irse”.
Al día siguiente, unos pescadores de la aldea se llevaron una sorpresa mayúscula al toparse con más de una decena de brabos, como los indígenas denominan a estos vecinos que hasta ahora preferían vivir sin contacto con extraños. Iban en busca del que llegó de avanzadilla. “Eran mujeres, niños, varones adultos… Después se fueron por el río a su aldea”, relató el cacique. Se llevaron más objetos, incluidas botellas y trozos de cristal para cortarse el pelo. “Viven aislados a unas cuatro horas de aquí, son buena gente, no se meten con nosotros”. Todos iban desarmados, desnudos.
Los visitantes pertenecen a un grupo del que se tenía noticia desde 2008, cuando fueron descubiertos durante un vuelo sobre esta zona de Acre fronteriza con Perú. Atacaron la aeronave con flechas. Hace cuatro años el fotógrafo Ricardo Stuckert sobrevolaba esa zona del estado brasileño de Acre, en la frontera con Perú, cuando atisbó de manera inesperada a algunos de ellos y logró fotografiarlos desde el helicóptero.
Aventurarse a entrar en contacto con otros entraña siempre un enorme riesgo para los pocos indígenas que todavía viven como vivían sus ancestros cuando los portugueses conquistaron Brasil hace cinco siglos. Por eso el que la inusual visita haya ocurrido en plena pandemia de coronavirus, que golpea con dureza la Amazonia, y que uno de los aldeanos tuviera síntomas de un resfriado ha hecho saltar las alarmas de especialistas y activistas. De resultar contagiado, el grupo entero correría el riesgo de ser diezmado.
Brasil tiene contabilizados 115 pueblos aislados a los que reconoce por ley su derecho a vivir sin contacto con otros. Durante las últimas décadas, las autoridades solo han logrado confirmar la existencia de una treintena de esas comunidades; del resto solo tienen noticias. En los últimos años recaban información sobre ellos sin forzar el contacto. Pero eso podría cambiar a medida que el actual Gobierno desmantela las instituciones que protegen a los indígenas o el medioambiente. El desprecio del presidente Jair Bolsonaro por la cuestión indígena es tal que ha colocado a un policía al frente de la Funai, la fundación creada para protegerlos, y a un pastor conocido por evangelizar indígenas en el Brasil más remoto, al frente del departamento de los grupos aislados.
El indigenista Carlos Travassos, que fue coordinador de indígenas aislados y de reciente contacto de la Funai, explica en una entrevista telefónica la relevancia de la reciente interacción entre visitantes y anfitriones en la aldea de Acre: “Esos pueblos tienen una relación de vecindad, se ven en la selva, o (los aislados) se aproximan a la aldea, observan con curiosidad y a veces cogen alguna herramienta, ropas, una cuerda, un machete…”. Ese es el patrón, pero esta vez el guion cambió. “Porque el primero en llegar estableció un contacto amistoso, se quedó a comer con ellos, tomaron mandioca”. Luego llegó el resto y concluida la visita “se fueron con muchos regalos” a su aldea. Cuenta este especialista que este pueblo sin nombre, al que a veces conocen como los peludos, vive en unas enormes chozas comunitarias y trabajan unos exuberantes cultivos de algodón, batata y banana.
Esta vez la interacción terminó de manera pacífica. No siempre es así. Huir o atacar suelen ser las respuestas más habituales de los aislados ante los intentos de entrar en contacto con ellos.
Travassos se queja de la falta de diligencia con la que la Funai ha abordado el asunto, más si cabe con la sospecha de que uno de los aldeanos estaba con gripe. Sostiene que la institución tenía que haber enviado en 48 horas un equipo a la aldea con profesionales de salud para someterlos a observación clínica e intérpretes para averiguar sus intenciones, para hablar con el cacique que los recibió y ver si dejaron objetos. “Esa omisión es contraria a todas las ordenanzas del departamento de aislados”, recalca Travassos. Cuando O’Globo llamó a la cabina de la aldea Terra Nova, le dijeron que una semana después de la extraordinaria visita allí no había llegado ningún enviado de la Funai.
El organismo aseguró después que “un equipo de la Funai está sobre el terreno verificando las informaciones” y que “está tomando todas las medidas para protegerlos de la covid-19”, pero no ha querido responder si los aldeanos han sido testados de coronavirus o si se ha confirmado algún caso de gripe. El indigenista Travassos advierte: “Todo lleva a creer que el resultado puede ser muy desastroso”.
Fuente: BBC Mundo