Aludes de tierra mortíferos, mineros explotados y desastre medioambiental. En Birmania, el partido de Aung San Suu Kyi no ha podido aún regular la opaca y peligrosa industria del jade, y las oenegés hacen sonar las alarmas en tanto se aproximan las elecciones.
«Hay necesidad de poner fin con urgencia a la minería a gran escala», señaló este jueves Global Witness a la AFP. La elección, que tendrá lugar 8 de noviembre, es una oportunidad para «borrar lo pasado».
Otrora tierra de selvas exuberantes, la región de Hpakant (norte) tiene actualmente el aspecto de un paisaje lunar, desfigurado por los cráteres, acantilados y un laberinto de surcos de tierra excavados en medio de minas de jade a cielo abierto.
Poco después de su llegada al poder, en 2016, la Liga Nacional para la Democracia, el partido de Aung San Suu Kyi, intentó limitar esta explotación descontrolada.
Las autoridades del país, primer productor mundial de jade, no otorgaron nuevas licencias durante dos años, el tiempo necesario para aprobar una ley sobre las piedras preciosas.
Pero el texto refrendado es muy vago y fragmentado, según sus detractores, y la explotación anárquica «parece haber continuado sin tregua en los últimos años», apunta Global Witness.
Junto a la extracción industrial realizada por las empresas mineras, muchas veces en forma ilícita y desorganizada, se ha desarrollado una práctica más artesanal controlada por organizaciones mafiosas: unos 400.000 mineros ilegales trabajan en sitios cerrados por las compañías y sin el menor control o vigilancia.
– Droga –
En los dos casos, los mineros trabajan en condiciones extremadamente precarias y peligrosas, con frecuentes avalanchas de tierra durante la temporada de lluvias.
El 2 de julio, casi 300 de ellos se vieron arrastrados por un alud de tierra, en la peor catástrofe minera registrada en el país.
«Realmente, no sé quién mueve los hilos» en esta industria, pero «estoy aterrorizado», afirmó Sai Ko, uno de los pocos sobrevivientes. El joven, de 22 años, que perdió a dos amigos en el drama, regresó a su pueblo natal, en el centro de Birmania, y aún sufre fuertes migrañas.
Para soportar las condiciones laborales agotadoras, más del 80% de los mineros consumen drogas, heroína o metanfetaminas producidas en el estado vecino de Shan, destaca Naung Latt de la oenegé Greenland.
Al drama humano se añade un desastre ecológico.
Deforestación, ríos contaminados por desechos de minería: la región de Hpakant está hoy «dañada en el 90%», afirma Naung Latt. Ante la falta de reglamentaciones más estrictas, este lugar se «perderá definitivamente», advierte.
– 30.000 millones de dólares –
Pero este vacío legal beneficia a los actores de este jugoso comercio que genera más de 30.000 millones de dólares (unos 25.500 millones de euros) al año, casi la mitad del PIB del país.
Una parte muy pequeña de este flujo financiero termina en las arcas del Estado, ya la mayor parte del jade de calidad se contrabandea hacia China, donde la demanda de esta piedra verdosa, que simboliza la prosperidad, parece insaciable.
Este comercio ilegal aporta fortunas a los militares que controlan el acceso a la región de Hpakant desde comienzos de los años 1990 y, junto con ex miembros de la junta (castrense), tienen numerosas concesiones mineras.
Operamos «de acuerdo a las reglamentaciones», afirma el portavoz del ejército, general de división Zaw Min Tun, negándose a hacer más comentarios.
Otro actor clave es una facción insurgente, el Ejército de Independencia de Kachín (KIA), que ha combatido durante décadas contra los militares por el control de las minas y los ingresos que producen. El grupo cobra «impuestos» a los mineros, reconoce Naw Bu, su portavoz, sin brindar más detalles.
Al final, todo el mundo recibe sobornos y el jade financia a los numerosos conflictos entre militares y grupos étnicos en la región e incluso más lejos.
El gobierno debe, imperativamente, obligar a «todos estos actores armados a que dejen de participar en este comercio», destaca Global Witness.
Para la oenegé, la gestión de la explotación de piedras preciosas debe ser integrada rápidamente en las conversaciones de paz entre el Estado birmano y algunas milicias rebeldes.