Por Liza Collado

La leyenda da cuenta de que Roma fue fundada en el año 753 a.C. atribuyéndoselo a los gemelos Rómulo y Remo, que abandonados al nacer fueron amamantados por una loba, convirtiéndose este acontecimiento en el emblema de la llamada ciudad eterna.

Entre 753-200 a.C. “Roma unifica Italia, consolida su organización política, vence en dos guerras cartagineses y sus siguientes setenta años se dispuso a conquistar Macedonia y el helenizado mundo del mediterráneo oriental” así lo relata el filósofo e historiador inglés Dietrich Schwanitz en su obra La Cultura.

Hasta el año 510 la ciudad fue liderada por los reyes de los estruscos, que gobernaban más al norte; un pueblo de hedonistas y piratas “que aparte de dentaduras postizas y cerámicas no nos dejaron demasiadas cosas”. Del 510 al 270, Roma conquista el resto de Italia y se sumerge en las luchas internas entre patricios o aristócratas y los plebeyos, que era la denominación despectiva para llamar al pueblo, esto trajo como resultado un modelo para las organizaciones políticas del que las designaciones empeladas han perdurado hasta la actualidad.

Gobernada por dos cónsules dotados con los mismos poderes, Roma los elegía anualmente teniendo rango al mismo tiempo de generales del ejército. El organismo político supremo era el Senado, que inicialmente contaba solo con trescientos miembros y luego, muchos más. Los senadores nunca fueron elegidos, sino designados de forma vitalicia por los magistrados, funcionarios antiguos del Estado.

Además de ellos, los señalados, otros se parecen a nuestros ministros actuales. Los censores velaban las prácticas morales, el pago de los impuestos y las obras públicas; los ediles fungían como jefes de policía y vigilantes de los juegos públicos; los cuestores vigilaban las arcas del Estado y los pretores se ocupaban de la justicia.

Los tribunos del pueblo siempre desempeñaron un papel especial, similar al de los actuales comités de empresas, que defendían al pueblo contra la burocracia.

Si damos una mirada integral concluimos en que la Europa moderna se ha levantado sobre las ruinas del Imperio romano, mostrando sentimientos políticos de continuidad. Cuando el príncipe de los francos, Carlo Magno, fue coronado emperador por el papa León III para la navidad del año 800, lo hizo creyendo en el “translatio imperii” la renovación del imperio romano.

Luego llegaron las guerras púnicas; las grandes crisis políticas y la transición al cesarismo; Pompeyo y César, Marco Antonio y Cleopatra; Augusto; la época imperial, Nerón y otros; el cristianismo y varios hechos que han marcado la humanidad hasta nuestros días.

Para quienes escogimos el camino de la actividad política, es importante examinar con detenimiento a quien representa la civilización occidental, cuna de importantes logros y avances, no solo de Europa también de las Américas, admirando su aspiración de fortalecer la institucionalidad y tomando de ella las mejores prácticas.

La tarea de reformar toma tiempo, el esfuerzo mayor es lograr las transformaciones generacionales que promuevan una cultura política distinta, innovadora, esa que represente las nuevas generaciones, enrumbando el país por el camino que nos hemos propuesto consolidar, siendo garantes del bienestar colectivo.