Hoy el panóptico son las redes sociales, son las biotecnologías, la Inteligencia artificial, el “gran hermano” encarnado en las big tech, para obligarnos a usar el cuerpo como les conviene a los gobiernos aliados del globalismo progresista.
Una de las posibilidades de expresar y vivir la libertad es saliendo al aire libre. De este modo, nuestros sentidos experimentan los olores del campo, el viento, la magnificencia de los árboles o del cielo azul. Sin embargo, todo esto ha sido reprimido por las cuarentenas y otras medidas que nos venden como “sanitarias”.
Pareciera que nuestro propio cuerpo ya no nos pertenece, sino que le pertenece a otros.
Con el COVID-19 y todo el manejo dado desde la OMS, ente supranacional, así como también cada Estado–nación, es evidente que el cuerpo se ha convertido en un botín político por excelencia.
Si antes las guerras se dieron por territorio, hoy por hoy estamos presenciando un proceso más grave que la esclavitud en otras épocas y culturas de la humanidad.
Cuerpo como botín político
El cuerpo se está usando como botín político en la lucha por el poder simbólico, dónde todo fue convertido en significante vacío, principalmente el cuerpo. Obviamente esto no se queda en el plano de lo simbólico, sino que se traduce en la práctica, en la manera en que nos han controlado mediante el pretexto del virus, la pandemia y la «salvaguarda» de nuestra salud.
Lo que tanto el posestructuralismo, con Foucault a la cabeza, criticó como biopoder y disciplinación del cuerpo humano, lo están haciendo hoy a en todo el globo terráqueo.
Se atina a ver la incoherencia para las “doctrinas” postmarxistas, posmodernidad, queer y demás, pues todo depende.
Como afirma la investigadora junior, según la clasificación de Colciencias, Elsy Ortega: «Depende para que interés político sirve el cuerpo. Si es para promover lo que estás ideologías promueven, entonces, el cuerpo es tuyo y tú ‘decides’ que hacer con él, y no solo eso, el resto tenemos que aprobar y financiar una ‘decisión’ que es supuestamente individual, pero por la que tiene que pagar toda la sociedad».
Y continúa: «Sin embargo, si se reclama la autodeterminación sobre el cuerpo para decidir que tratamiento a seguir frente al virus, entonces, ya no es de cada quien, ahí si el cuerpo es de la OMS, del Estado, del colectivo».
Importante resaltar estas palabras en boca de una mujer.
Ahí las prácticas de biopoder, consideradas castrantes y alienantes por Foucault y todos sus seguidores, se vuelven más recalcitrantes, nos “vigilan y castigan” utilizando el panóptico, uno más aterrador que el que imaginó Foucault.
El nuevo panóptico
Hoy el panóptico son las redes sociales, son las biotecnologías, la Inteligencia artificial, el “gran hermano” encarnado en las big tech, para obligarnos a usar el cuerpo como les conviene a los gobiernos aliados del globalismo progresista.
El sociólogo americano Erving Goffman, en su libro Estigma: la identidad deteriorada, analiza el efecto que ser estigmatizado tenía sobre un individuo. Habría que pensar en las personas que son perseguidas en las calles por no usar tapabocas, ¿Qué está ocurriendo allí́ desde lo sociológico y desde lo psicológico? ¿Qué efectos tiene no solo la propaganda de miedo, sino la constante persecución que los ciudadanos sienten sobre sus hombros, si es que no “hacen caso”?
Esto despierta otra serie de comportamientos que pueden desatarse más adelante, pues, estamos ante la configuración de un nuevo estigma, ese que tacha de ignorante, así como de cuerpo biológico rebelde o peligroso a quien cuestione las medidas y rehúse, por ejemplo, vacunarse.
Fuente: https://panampost.com