Por ALEJANDRO PAULINO RAMOS
Los actos altagracianos se iniciaron el lunes 14 y concluyeron el viernes 18 de agosto de 1922, cuando en peregrinación marcada por la fe, cientos de dominicanos regresaron la imagen de la Virgen hasta Salvaleón de Higüey.
El 15 de agosto del 2022 se cumple los primeros cien años de la coronación de la imagen de la Virgen de la Altagracia, que tuvo lugar en la ciudad de Santo Domingo durante el periodo de la ocupación militar americana (1916-1922). Para el evento, de significativa transcendencia en el ámbito de la religión católica, se trasladó la santa imagen desde la iglesia de San Dionisio, antiguo santuario en Higüey, hasta la Catedral Metropolitana de Santo Domingo.
Los actos altagracianos se iniciaron el lunes 14 y concluyeron el viernes 18 de agosto de 1922, cuando en peregrinación marcada por la fe, cientos de dominicanos regresaron la imagen de la Virgen hasta Salvaleón de Higüey. El acontecimiento religioso guarda estrecha relación con una leyenda que cuenta la aparición de la imagen de la Virgen de la Altagracia a mediados del siglo XVI, cuando todavía no se completaban los primeros cincuenta años del descubrimiento de América.
Raíces de una leyenda centenaria
Cuenta una leyenda que ya tiene más de quinientos años, que muy temprano, cuando apenas se iniciaba la colonización española de la isla de Santo Domingo en el siglo XVI, en un extremo, en el apartado lugar de la región Este que tenía por nombre Duey, pero que todos conocemos como la población de Higüey, bordeando la costa oriental caribeña de la que hoy conocemos como República Dominicana, surgió un culto milagroso arraigado ya en el corazón de los dominicanos: el culto, la veneración de la santa imagen de la Virgen María, la santa madre de Jesucristo, en la advocación de la “Alta Gracia” que Dios le concedió en su maternidad.[1]
La leyenda con la que sustentan su fe los cristianos católicos de la República Dominicana tiene, como lo anota el sacerdote capuchino Fray Cipriano de Utrera, una temprana referencia en el continente europeo, mucho antes de que sucediera el descubrimiento de América, y que en la ciudad de Manzanares “situada en la Mancha, España adentro”, cuya población estuvo puesta debajo del patronato de Nuestra Señora de Alta Gracia, fue donde “existió para 1512 una imagen de la Virgen de Alta Gracia”, aunque no existen concluyentes pruebas que indiquen la vinculación de ese hecho con lo que aconteció décadas después en la isla de Santo Domingo.[2]
También dice el fraile capuchino, (se llegó a decir que queriendo quitarle primacía a los higüeyanos en lo referente al culto a la Virgen), que en la ciudad colonial de Santo Domingo, anexo al hospital de San Nicolás de Bari, existió, primero que en la región oriental, una humilde iglesia dedicada al culto de la Altagracia, lo que fue rechazado por el historiador Vetelio Alfau Durán, quien anota que el templo de Higüey “es el primer santuario que hicieron los católicos en la Española y por consiguiente es el primer Santuario” cristiano de todo el continente americano.[3].
De todos modos, no es necesario rediscutir algo que desde hace tiempo, si tomamos en cuenta el año de 1691, fecha en que el culto se expandió de manera definitiva por toda la isla, que ya está confirmado en la fe y en el imaginario popular y muy especial en el sentimiento cristiano de una parte importante de los dominicanos, de que fue Higüey, la villa en que orgullosamente se conserva el milagroso retrato, fue la primera donde surgió y donde tuvo vida la veneración por la imagen de la Virgen de la Altagracia, cuya adoración, desde cercanos tiempos de la época colonial, trascendió por lo menos hasta pobladores de la isla de Puerto Rico y se expandió en la parte española de la isla de Santo Domingo desde el siglo XVII, tal y como está confirmado en las informaciones existentes referidas a la Batalla de la Limonade o de la Sabana Real, que tuvo lugar próximo a la población de Monte Cristy en enero 1691.
Han pasado mucho más de quinientos años en que España, en manos del navegante Cristóbal Colón impuso su poder y afincó la cruz cristiana en la tierra descubierta en 1492, y muy pronto, en tiempo de la gobernación de Nicolás de Ovando, ya tenía existencia la villa de Higuey,[4] y no pasaron cincuenta años después de aquella inicial fecha del descubrimiento, de que en ella se diera inicio al “cuto de la Altagracia y la existencia de su imagen en Higüey se diera como un hecho cumplido”,[5] pues mucho más temprano, antes de finalizar la primera mitad del siglo XVI, en 1534 o 1535, se tiene como años posibles “de los comienzos de este culto en la Isla”[6], debido a que ya para 1540, los documentos eclesiásticos hacen referencias a este.
Lo que Cuenta la Leyenda
En la localidad de Salvaleón de Higüey, antes de que existiera el templo que sirvió de santuario a la Virgen de la Altagracia, ya comenzaba a tener inicio la veneración a la imagen que todos conocían como la “Virgen de la Niña”, en referencia a que fue ella, la hija de un hacendado del lugar, quien puso los primeros cimientos del culto para 1534 o 1535, como quedó recogido por Juan Elías Moscoso en su leyenda “La Altagracia”, la cual aparece publicada en la citada obra de Utrera.
La leyenda recogida por historiadores y sacerdote ha trascendido en el tiempo, y al parecer tiene su comienzo en un hecho que fue recogido cientos de años después por el escritor Carlos Agramonte,[7] y de la que nos relata lo siguiente:
Por allá, en el año de 1500, vivía en Higüey una “familia de católicos fervorosos, de origen español. En el seno de dicha familia, vivía un niña de catorce años de edad, muy religiosa, a la cual la Virgen de la Altagracia se le apareció en sueños, informándole: “Soy la Virgen de la Altagracia y he venido a proteger a estas tierras de todas las calamidades. Todos los habitantes deberán invocarme en tiempo de adversidades y de infortunios y yo intercederé ante el Altísimo y los protegeré”.[8]
Por otro lado, también nos cuenta Juan Elías Moscoso sobre la referida leyenda[9], con la que parece dar continuidad a lo anterior, que hace “más de tres siglos, (…) vivía con su familia en las regiones del Duey, uno de los antiguos colonizadores españoles, que disfrutaba de una fuerte fortuna y gozaba de merecida fama y del aprecio y estima de las altas dignidades de la colonia. Era costumbre en él, en épocas señaladas, hacer viajes a esta ciudad del Ozama, con el principal objeto de vender su ganado para proveerse de los menesteres de su hogar.
“En una ocasión, y a principio de enero, el buen padre emprendió uno de estos viajes, trayendo el encargo de su dos hijas, jóvenes ambas, en la flor de su edad; la una, la mayor, alegre y muy dada a los divertimientos, aunque de inocentes costumbres, pidió que le llevase vestidos, cintas, encajes y otros aderezos; la otra, apenas en las catorce primaveras de la vida, y a quien llamaban la Niña en aquellos villorios, era, por el contrario de espíritu recogido, entregada a las prácticas religiosas, que eran de su mayor agrado, encargó a su padre la Virgen de Altagracia.
“Extraña fue para él, que nunca había oído hablar de tal virgen, la petición de su hija; pero así y todo, ella le afirmó que la encontraría en su viaje.
“De regreso a sus predios, con los regalos de la hija mayor, llevaba el amoroso padre el hondo pesar de no haber conseguido la Virgen de Altagracia para la Niña.
“Habiendo buscado por todas partes, y no encontrándola, la solicitó de los canónigos del Cabildo y aun del mismo Arzobispo, quienes le contestaron que no existía tal advocación.
“Al pasar por Los Dos Ríos, pernoctó en la casa de un viejo amigo. En este tránsito, ya entrada la noche, cenando todos en familia, refiriendo el caso de la Virgen desconocida, manifestó el huésped viajero el sentimiento de aparecerse en su casa, sin llevar el encargo que le había hecho su hija predilecta.
“A la sazón, un anciano de barba blanca, que había pedido le dejasen pasar allí la noche, desde el apartado rincón en que estaba sentado se puso en pie y, adelantándose hacia la mesa de los comensales, dijo: ¿Qué no existe la Virgen de Altagracia? Yo la traigo conmigo.
“Y echando mano de su alforja, sacó el pergamino y desenvolvió la pintura en lienzo de una preciosa imagen que era la de María adorando a un recién nacido que estaba en sus pies en una cuna. San José se veía detrás de ella arrebujado en su manto de noche con una vela encendida; y un lucero enviaba sus rayos esplendorosos a la faz de la criatura. Ante esta epifanía inesperada, hablo el silencio, y todos admirados, cayeron de rodillas.
“Tocado de alegría, el rico propietario de las tierras de Cotubanamá se apresuró a ofrecer al viejo aparecido lo que este le pidiese en ganados o monedas, por tan inestimable hallazgo. “Extendiendo su diestra el venerable anciano,—toma, llévasela a la Niña—le contestó, y volviendo la espalda se fue a su rincón.
“Mas luego, el afortunado padre, viendo realizado el ideal de su fervorosa hija, reiteró sus promesas al generoso peregrino, invitándole a que pasase a su casa cuando quisiese para recibir la recompensa de su donativo.
“Al rayar la aurora del nuevo día, se despertó la regocijada familia, y cuál fue su sorpresa al buscar y no encontrar por ninguna parte al misterioso aparecido.
“Cuenta la tradición que acompañada la piadosa doncella de varias personas, recibió a su padre en el mismo lugar donde hoy se encuentra el Santuario de Higüey[10], y que, lleno de alborozo en sus salutaciones, entregó aquel a su hija el tan esperado regalo.
“Ella, al pie del naranjo que aún se conserva[11] a pesar de los siglos, mostró a los concurrentes en aquel día 21 de enero, su soñada imagen y, desde ese momento, quedó establecido el venerado culto de la Virgen de Altagracia, confundida en sus principios con el nombre de la “Virgen de la Niña” (…)[12].
Por su lado, Carlos Agramonte cuenta, que en una ocasión en la que la virgen comenzaba a ser adorada por muchas personas de Higüey, había sido colocada en un pequeño altar donde se congregaban a venerarla. Pero una mañana, cuando la Niña fue a rezarle “se encontró con sorpresa de que la Virgen había desaparecido”. Todos comenzaron a buscarla y buscar la persona que la había sustraído, incluyendo las mujeres de la comarca. “El sol se estaba echando, cuando Niña, muy triste, se encaminó hasta el árbol de naranjo que estaba en la casa para ponerse a llorar. Se sentó debajo de la mata de naranja y, al sentir el olor de las flores del naranjo, miró hacia arriba y vio que el lienzo de la Virgen de la Altagracia estaba en el árbol, donde se mostraba sus colores rojo, azul y blanco con gran brillantez”. La Niña alborotada gritó que la virgen había aparecido y en “pocos minutos, la casa de Niña estaba llena de la gente que vivía en la comarca y bajaron el lienzo de lo alto de la mata de naranja, que por primera vez en su vida había florecido”.[13]
Temerosos de perder imagen de la Virgen
Esta leyenda citada por Agramonte, está enraizada en el sentir de los higüeyanos que por mucho tiempo vivieron con la incertidumbre y creencia, de que un día, cuando alguna autoridad oficial o eclesiástica así lo decidiera, la imagen de la Virgen de la Altagracia iba a desaparecer o iba a ser llevada a otro lugar que sería convertido en nuevo centro de adoración, como en realidad ha sucedido momentáneamente en más de una ocasión, o simplemente a la espera de que fuera trasladada de manera definitiva desde la comunidad de Higüey hacia otra localidad de más prestigio nacional, como se rumoró en 1922 en los días de la coronación, y también en 1930 en los días del ciclón de San Zenón, o en 1939 cuando Trujillo la hizo llevar a la capital para usarla como parte de su estrategia propagandística, o cuando fue sustraída por delincuentes durante el gobierno del doctor Joaquín Balaguer, en 1971, a los pocos días de ser llevada a la Basílica de Higüey. Pero, sin importar las vicisitudes, la manipulación y el miedo la Virgen de la Altagracia siempre ha permanecido en la Villa, aunque en su momento la imagen santísima fuera trasladada desde su histórica y antigua iglesia de San Dionisio hasta la Basílica de la Virgen de la Altagracia ubicada a escasa distancia del templo donde tuvo su tradicional templo, sitio de masiva reunión para su veneración.
Trujillo utilizando la imagen de la Virgen
Durante la dictadura de Trujillo, las autoridades y la prensa siempre se cuidaron de mostrar la figura del dictador vinculada a la fe cristiana para de esa forma manipular el sentimiento religioso de los dominicanos y consolidar la imagen del dictador como un ser predestinado. Esto quedó expresado—como un ejemplo más—en la misa que el presidente Trujillo ofreció a la Virgen de la Altagracia el 24 de enero de 1938. Un año después, el 5 de noviembre de 1939 Trujillo volvió a ordenar la celebración de otra misa; con ese propósito, el dictador en común acuerdo con las autoridades eclesiásticas hizo trasladar el cuadro con la imagen de la Virgen con el fin de que el mandatario le diera gracias por haberlo protegido y permitido su regreso desde el exterior, sano y salvo en noviembre de 1939.[14]
Aunque no está totalmente claro el día exacto en que fue sacada de Higüey y llevada a la Basílica Metropolitana, la imagen de la Altagracia fue trasladada desde su santuario hasta la ciudad de Santo Domingo. Después de efectuarse una misa en la Catedral las autoridades oficiales, encabezadas por Trujillo, procedieron a organizar una procesión encabezada por el mandatario y funcionarios, y luego depositada en la iglesia Nuestra Señora de la Altagracia en la zona colonial de Santo Domingo. Los actos organizados en aquella ocasión contaron con la presencia de las más altas autoridades eclesiásticas, militares y gubernamentales, haciendo que todas las ceremonias giraran en torno a Trujillo y a la imagen de la Virgen. El evento político-religioso tuvo lugar el domingo 5 de noviembre de 1939, como una forma de celebrar el regreso de Rafael L. Trujillo desde Europa y los Estados Unidos, cuando ya se había iniciado la segunda guerra mundial.
El periódico el Listín Diario del 6 de noviembre dedicó amplio espacio al evento insistiendo en el interés de mostrar la relación de la imagen de la Altagracia con Trujillo, como ya antes lo había promovido uno de sus funcionarios al destacar la relación de “Dios y Trujillo”.
La crónica periodística reseñó la procesión de los feligreses y los dignatarios de la Iglesia llevando la santa imagen, acompañados de los más importantes funcionarios, políticos y militares, y la figura central de Trujillo quien, acompañado de su hermano Héctor Bienvenido, “siguió a pie todo el trayecto recorrido por la santísima y milagrosa imagen”, mientras esta era transportada al hombro desde la catedral hasta la iglesia de Nuestra Señora de la Altagracia, lugar en el que “el marco fue separado del ilustrísimo y bello Altar por el miembro de la Sociedad de Fervorosos de la Altagracia” y funcionarios y eclesiásticos, y llevada ante Trujillo, “quien puesto de rodillas, deposito un beso sobre el santo manto de la Santísima y amadísima madre del pueblo dominicano”.[15]
El Original Santuario de la Virgen
La antigua capilla de San Dionisio, sitio marcado por la tradición religiosa centenaria, en que se veneraba el cuadro de la Virgen de la Altagracia, se conoció entre los moradores de la villa de Higüey como la “casa de Nuestra Señora”. Techada de paja, de hojas de la palma, “o, si se quiere, de maderas del país”, cuenta Fray Cipriano de Utrera en su citado libro, que fue casa de mucha devoción a donde concurrían muchos peregrinos y devotos, entre ellos por quienes, para viajar a la isla de Puerto Rico, iban al puerto cercano del rio Yuma, “o vienen de dicha isla para trasladarse a Santo Domingo, pues reciben todos de Nuestras Señora mucha consolaciones por los muchos milagros (…) que ha hecho y por los que hace “cada día”. [16]
La construcción del santuario de Nuestra Señora de la Altagracia fue ejecutada por el padre Antonio García, el mismo que intervino en la fabricación del templo de Santa Bárbara, en la ciudad capital. El “santuario es todo de cal y canto, y tiene una torre cuadrangular, está techado de bóvedas, presenta una sola nave y ostenta un magnífico frontal de plata. (…). En los muros interiores de esta iglesia están fijados, multitud de medallones de madera pintados al óleo en los que se encuentran consignados los milagros que el espíritu religioso recuenta con férvida ansiedad y que irradian el colorido de sencillas tradiciones llenas de místicos alborozos. (….). El santuario de Nuestra Señora de la Altagracia, en Higüey —tal y como lo explica Luis Gil en su libro sobre la advocación de Nuestra Señora de la Altagracia—atesora riquezas que provienen de las ofrendas y votos que, anualmente, llevan (…) las romerías y peregrinaciones que de todos los puntos de la isla acuden allí el día 21 de enero”.[17]
La Imagen y la adoración a la Virgen
En cuanto a la imagen de la “Virgen de la Niña”, como a los lugares gustaba nombrarla para referirse a la santa madre, no se tiene certeza del lugar en que fue pintada ni del artista que la plasmó, pero observa Utrera que la misma debió tener lugar en la isla de Santo Domingo, y que fue hecha en lienzo fino y sobre madera, posiblemente madera caoba; pero que era totalmente cierto, porque así lo demuestran los documentos, que la imagen que está en tierra higüeyana era la misma que estaba en su capilla en 1660, y era la misma imagen primitiva, que desde 1540 servía para el culto de la Altagracia. [18] Y es la misma imagen de la virgen que hoy se encuentra preservada en la Basílica Catedral de Salvaleón de Higüey.
El 21 de enero sustituyó al 15 de agosto
El culto a la Virgen de la Altagracia fue por muchos años celebrado los días 15 de agosto, que era la fecha en que tenía lugar la festividad de la Asunción de la Virgen María, pero esa fecha comenzó a cambiar a partir en los años finales del siglo XVII, cuando lanceros y monteros españoles-dominicanos se enfrentaron en combates y derrotaron a cientos de soldados franceses, en la batalla de la Sabana Real o de la Limonade, que tuvo lugar el 21 de enero de 1691, evitando que el territorio dominicano pasara a convertirse en colonia de Francia.
Lo que sucedió en 1691 guarda relación con la forma en que fue surgiendo en territorio de la isla de Santo Domingo una colonia francesa, que no pudo ser evitada por España y al contrario poco a poco, a través de negociaciones diplomáticas, una parte importante del territorio de Santo Domingo quedó bajo control francés, hecho que comenzó a hacerse imposible de impedir desde que España y Francia firmaron en 1678 el tratado conocido como la “Paz de Nimega”.
Más de una década después, la paz firmada fue abortada y España y Francia reiniciaron sus hostilidades diplomáticas y militares a partir de 1689, haciendo que las dos potencias europeas se enfrentaran en el territorio, en la zona que hoy forma parte de la frontera dominico-haitiana.
“El 21 de enero de 1691—narra el historiador Alfau—se encontraron los ejércitos rivales en la Sabana de la Limonade. El choque fue terrible; durante largo espacio la victoria estuvo indecisa y por momentos la gente española parecía desmayar. Estaban los lanceros del país, cibaeños, seibanos, higüeyanos, pecho por tierra, esperando la orden para entrar en la liza armados de sus garrochas y machetes. A su tiempo lanzarse al ataque con indomable arrojo y deciden la batalla tan gloriosamente (….), que el gobernador Cussy, como docenas de sus valientes capitanes quedan tendidos en tierra, mientras el resto de sus huestes, desbaratado miserablemente, emprende dolorosa retirada y se dispersa”[19] regresando a la parte francesa.
“Refiere la tradición—sigue diciendo Alfau—que los orientales invocaron la divina protección de la Santísima Virgen de la Altagracia en lo más comprometido de la acción, y por cuyo motivo resolvieron celebrar todos los años como día de acción de gracias a Nuestra Señora, en la fecha aniversario de esa celebre batalla, primer soplo de vida de la nacionalidad dominicana”.[20]
El triunfo de los dominicanos-españoles contra los franceses y la participación de seibanos e higüeyanos en la batalla de la Limonade tuvo su influencia entre los que se batieron contra los franceses, quedando expresado aquel triunfo en la colocación de una espada “puesta cerca del cuadro de Nuestra Señora de Altagracia, en su capilla mayor, como trofeo y memoria de la victoria, testimonio que entonces se invocaba en la isla de aquel sangriento episodio de gloria nacional, por haber sido justamente lo que dio origen a las celebraciones altagracianas de enero en la villa de Higüey”.[21]
Desde entonces, por aquel hecho histórico, el culto y devoción a la virgen le la Altagracia recibió nuevo brío, dejando de ser un hecho local y regional, centrado en las comunidades de Higüey y El Seibo principalmente, para convertirse en una celebración significativa que se hizo costumbre entre los dominicanos todos los días 21 de enero y no como antes, que lo era los 15 de agosto. Se hizo costumbre que los pobladores, habitantes de la región oriental asumieran los gastos de las conmemoraciones, dando origen a la tradición que primero se conoció como “el día de los habitantes”, día en que los “hateros y criadores de la región hacían donaciones anuales de un toro para sufragar los gastos ocasionados por las festividades conmemorativas”.[22] La costumbre, que todavía persiste, incluyó llevar los toros recolectados hasta el templo de Higüey, lugar en que eran recibidos por el capellán de la capilla. Al repiques de campana, truenos, música y montantes, la tradición dio paso a la antigua costumbre que descansaba en la donación de reses, y que pasaban a formar parte de “los toros de la Virgen”.
La primera imagen impresa en papel
Por otro lado, es justo destacar, porque así está recogido en los documentos de la historia, que la imagen de la virgen fue impresa en papel, y por primera vez llevada a un pequeño libro en el año de 1800. El impresor responsable de la publicación lo fue un francés que vivió en Santo Domingo en los años en que Francia fue dueña del territorio dominicano, período que va de 1795 hasta 1809. Debido a esa condición de colonia de Francia y no de España, fue Andres Josef Blocquerst quien puso a circular la “Novena para implorar la protección de María Santísima por medio de su imagen de Altagracia”, en el año de 1800, la que es también la primera oración impresa implorando la protección de la Virgen. En ese primerísimo opúsculo que tuvo existencia a partir del citado año, aparece en su portada la importante información de que el culto, la veneración de la Virgen era celebrada tanto la tierra de Higüey como en “el hospital de la ciudad de Santo Domingo en la Isla Española”.[23] En el lugar donde estuvo la referida capilla anexa al Hospital de San Nicolás en la ciudad colonial de Santo Domingo, fue construida en tiempo de la ocupación militar americana de 1916, y a propósito de la coronación de la imagen de la Virgen, la Iglesia que lleva su nombre situada en la calle Hostos esquina calle Las Mercedes.
Leyenda e identidad nacional
El culto que trascendió desde Higüey hasta cubrir el territorio nacional, se expresó significativamente en la identidad de los dominicanos, cuando, como parte de la lucha contra la presencia haitiana que gobernó el país desde 1822 y hasta 1844, los Trinitarios encabezados por Juan Pablo Duarte, juraron luchar por la formación de una República Dominicana surgida en 1844, como una nación cuya bandera recogió los colores liberales y simbólicos de la revolución francesa, a la vez que los colores que lleva estampado en su vestido la milagrosa Virgen, como los son el rojo, el azul y el blanco.
La significación del 21 de enero como fecha simbólica para los cultos altagracianos se ha consolidado en la fe y en el imaginario nacional, mientras las autoridades gubernamentales y eclesiásticas procedieron a formalizar cada una de las expresiones vinculadas a la adoración de la Virgen de la Altagracia. Por ejemplo, fue durante el efímero gobierno del Arzobispo Alejandro A. Nouel, quien dirigió el país desde diciembre de 1912 hasta abril de 1913, cuando el 21 de enero fue declarado por el Papa Pio X, como día de fiesta de guardar en todo el territorio de la República Dominicana.
La coronación de la virgen en tiempo de ocupación
Finalmente, el auge del culto de Nuestra Señora de Altagracia, que en estos últimos tiempos se observa en todo el territorio de la Republica, tuvo el coronamiento de la imagen de la Virgen el 15 de agosto de 1922. Se recuerda que esa fecha estaba destinada para la celebración del culto altagraciano, a la festividad de la Asunción de la Virgen María. La fecha de 1922 está marcada en los anales eclesiásticos de la Arquidiócesis, “porque fue en dicho día que se hizo con toda solemnidad la Coronación Canónica de la Imagen venerada en Higüey sobre el baluarte, cuna de la Independencia nacional”. [24] La ceremonia de coronación tuvo lugar en la ciudad de Santo Domingo, en los azarosos días en que el país estaba gobernado por un gobierno militar extranjero, al tiempo que los feligreses pedían a la virgen ayudara a los dominicanos a restaurar su independencia política, perdida desde 1916 en manos de los Estados Unidos.
La coronación de la sagrada imagen de la Virgen de la Altagracia se realizó como parte de un amplio programa de actividades religiosas, oficiales y festivas que se prolongaron desde el 14 hasta el 18 de agosto de 1922, iniciándose con repiques de campana en todas las iglesias de la capital, proseguida de exposición de la “milagrosa imagen” en el altar mayor de la Santa Basílica Metropolitana y al caer la tarde con salva de veintiún cañonazos. Al anochecer también tuvieron lugar conciertos musicales en la plaza Colón y en el parque Independencia.
El día de la coronación, que fue el martes 15 de agosto, los actos litúrgicos se iniciaron en todos los templos a las 4 de la madrugada, siendo la ciudad estremecida por la salva de veintiún cañamazos con que a las seis de la mañana se dio formar inicio al programa señalado para ese día. A las nueve se iniciaron las ceremonias de coronación canónica y pontificia de la Santísima virgen de la Altagracia, acompañado el momento cumbre de la celebración con la siguiente plegaria:
“Virgen Santísima madre nuestra de La Altagracia, ampara y defiende al católico pueblo dominicano que hoy te corona y proclama su única reina y soberana. Ave María”.
Entonces se procedió a repicar las campanas de los templos, se entonó el himno nacional, y se escucharon fuegos artificiales.
Al caer la tarde de aquel martes, en masiva procesión por las calles de Santo Domingo la comitiva se dirigió hasta llegar al Baluarte 27 de Febrero, a la histórica puerta del Conde, símbolo de las luchas por la independencia nacional, donde la imagen quedó expuesta al público hasta las 10 de la noche.
El viernes 18 de agosto, después de los actos religiosos con los que concluyó la gran coronación, en procesión masiva la población de la ciudad y de las zonas aledañas, incluyendo delegaciones que se dieron citas desde los más apartados rincones, la imagen de la virgen fue conducida, trasladada al hombro por comitivas de sacerdotes, hasta llegar frente a la iglesia del barrio de Villa Duarte, desde donde fue llevada a su tradicional santuario, siendo recibida en todas las poblaciones por donde la procesión se detenía para recibir las muestras de fe de los cristianos y seguir su tránsito hasta llegar a la comunidad de Higüey, lugar en que la población salió en alborozada correría hasta concentrarse frente a la iglesia de San Dionisio para rendirle culto a la Virgen. [25]
Primera película dominicana: la Leyenda de la Virgen
Un hecho significativo para la historia de la cultura dominicana sucedió el martes 16 de enero de 1923, cuando solo habían pasado cinco meses de la coronación de la Virgen. En esa fecha, de manera sucesiva y en la misma noche, fue proyectada en los cines Independencia y Colónde la capital, la primera película dominicana dirigida, filmada y con la actuación de artistas nacionales: la “Leyenda de la Virgen de la Altagracia”. El mérito de la realización recayó en el fotógrafo Francisco Palau, quien, además de ser director-propietario de la cinta cinematográfica, lo era también de Blanco y Negro, la revista literaria más importante del país. La trascendencia de la película fue reseñada por el Listín Diario el 17 de enero:
“Estreno de la película nacional “Leyenda de Nuestra Señora de la Altagracia”.Anoche en el teatro Colón se exhibió completa la película nacional intitulada Leyenda de Nuestra Señora de Altagracia, para cuya confección se ha tratado de copiar fielmente los datos históricos de Moscoso, Deligne y otros. El Vicario General, Monseñor Luis de Mena, concedió su aprobación para que dicha película pueda ser exhibida, encontrándola conforme a la tradición y recomendable a la fe y devoción de los fieles.
“El teatro Colón fue invadido por una multitud ansiosa de ver proyectada en el lienzo la primera película de confección netamente nacional, en la cual toman parte jóvenes y damas de nuestra buena sociedad. Nutridos aplausos saludaron la presentación en la pantalla de los principales artistas que toman parte en dicha película, ovacionando también varias de las escenas más emocionantes, tales como la aparición fantástica de la Milagrosa Virgen, cuando la vio la doncella en sueños, extendiendo las manos para aprisionar la venerada imagen, la cual desapareció esfumándose en las sombras y otras escenas más, plenas de románticos coloridos, llenas de hermosos paisajes tropicales.
“Como confección nacional la película Leyenda de Nuestra Señora de Altagracia, representa un gran esfuerzo, merecedor de ayuda y digno del encendido encomio. Su estreno anoche fue en los teatros Colón e Independencia, fue un triunfo ruidoso, que asegura definitivamente el éxito de su exhibición en toda la República.
“Felicitaciones al Sr. Francisco Palau, director propietario de dicha película y a los artistas que tomaron parte en ella, los cuales desempeñaron con maestría y arte sus respectivos papeles”.[26]
Rumores sobre traslado de la imagen a la capital
Dos años después de la coronación de la imagen de la Virgen, el 24 de noviembre de 1924, el Congreso Nacional tomó la decisión, cuando ya habían pasado cuatro meses de la retirada de las tropas norteamericanas del territorio dominicano, de declarar el 21 de enero como día de Fiesta Nacional.[27]
El proceso que concluyó con la coronación canónica y pontificia de la imagen de la Virgen de la Altagracia dio paso a rumores, que en algunos casos parecían ser ciertos, de que algunos sectores tenían el propósito de auspiciar el traslado de manera definitiva de la imagen santa a otro lugar; que habiendo tenido a la remota villa de Salvaleón como su natural morada, tal vez podía ser llevada a una iglesia, posiblemente la de Nuestra Señora de la Altagracia en la calle Hostos de la capital, que entendían más apropiada para su devoción, pero que no era su natural ni tradicional santuario. La situación llevó al historiador higüeyano Vetilio Alfau a plantear de manera pública, su oposición “a que su Santa Reliquia, la venerada Virgen de la Altagracia” fuera sacada “ni por un instante del pueblo que Ella eligió para su adoración”.[28]
La preocupación de los higüeyanos, dice Alfau, radicaba en el hecho de que debido a la catástrofe provocada por el ciclón de San Zenón del 3 de septiembre de 1930, la curia eclesiástica había decretado llevar la imagen de la virgen a la zona de desastre, con lo que se pretendía “trasladar a la capital nuevamente, con pretexto piadoso, sin duda alguna; pero, no es más bello, más cristiano, más devoto, que esos creyentes abatidos por la furia apocalíptica del vendaval vengan en peregrinación piadosa a su santa casa, a su santuario, al lugar sagrado que Ella misma eligió para que se le venerara?”[29]
El historiador, después de argumentar las razones que lo llevaban a oponerse al traslado de la virgen a una iglesia de la capital, por considerarlo inapropiado y por estar “en discordancia con los sagrados cánones”, sentenció vehemente, que las “imágenes que gozan de extraordinaria veneración no son trasladadas nunca, en ningún caso, del santuario histórico y tradicional en el cual han recibido la veneración de muchas generaciones y en los cuales teje sus tiernas enredaderas la suave leyenda”.[30] La discusión del tema, que ocupó páginas de periódicos de la época, al parecer impidió el traslado de la imagen a la capital cuando apenas Trujillo tenia algunas semanas gobernando los dominicanos.
De la capilla de San Dionisio a la Basílica de Higüey
Impedidos los interesados de trasladar la santa imagen a la capital de la República, se procedió entonces a construir una nueva iglesia para que sirviera de alojamiento y adoración a la Virgen de la Altagracia, pero esta vez la iniciativa se centró en la ciudad oriental, a escasa distancia de la antigua capilla donde eran celebrados los tradicionales cultos.
Las gestiones para la construcción se iniciaron en 1947, a través de una convocatoria para un concurso internacional que fue ganado por arquitectos franceses. El comienzo de la construcción tuvo lugar en 1954, por orden de Monseñor Juan Félix Pepén, pero debido a diferentes inconvenientes, especialmente políticos vinculados a la muerte del dictador Trujillo en 1961 y a la guerra de abril de 1965, la construcción de la edificación pareció quedar en el limbo.
Fue durante el segundo mandato del doctor Joaquín Balaguer, el 21 de enero de 1971, que se procedió a la formal inauguración y traslado de la imagen a la Basílica. Seis meses después, el 17 de julio, varios delincuentes profanaron el nuevo santuario y sustrajeron la imagen de la virgen de la Altagracia, lo que provocó una conmoción en Higüey y en otras poblaciones dominicanas mayoritariamente católicas y fervientes seguidoras de la Virgen de la Altagracia; sin embargo los desaprensivos fueron detenidos y el lienzo regresado a su nueva morada.
Posteriormente, el 17 de octubre del mismo año, el nuevo templo fue declarado por el Papa Pablo VI como Basílica Menor, mientras que el 15 de agosto de 1973, como fecha de recordación a la coronación de la imagen que tuvo lugar en 1922, la iglesia que ahora sirve de santuario a la Virgen, fue convertida en Catedral de la Diócesis de Nuestra Señora de la Altagracia, lugar frecuentado permanentemente por dominicanos y extranjeros que se trasladan desde lejanos lugares y hasta desde el extranjero para visitar el imponente templo y en ordenada procesión marcada por la fe, tocar con sus manos el sagrado cuadro y arrodillarse ante la Virgen para pedirle algún milagro, dar testimonio de que se está cumpliendo alguna promesa, y rogarle para que interceda por ellos y sus familiares.
[1] “Una de la muchedumbre de invocaciones con que el pueblo español honra a Santa María, es la advocación de “Alta Gracia”; por su significación es dogmática, universal en la Iglesia, pues la más alta gracia que Dios concedió a María es su maternidad divina. Fray Cipriano de Utrera, Ntra Sra. de la Altagracia, p. 14.
[2] Idem, p. 18
[3] Vetilio Alfau Durán en el Listín Diario; escritos. Santo Domingo, SEEBAC, 1994, p. 316.
[4] Idem, p. 293.
[5] Uretra, p. 35
[6] Idem, p. 36
[7] Carlos Agramonte, La Altagracia: historia de la Virgen que trajo los colores de la Patria. Santo Domingo, Fundación Educativa y Cultural, 2006.
[8] Idem.
[9] Juan Elías Moscoso, “La Altagracia: leyenda”. En Fray Cipriano de Utrera, pp. 107 y ss.
[10] Se refiere al antiguo santuario de la Virgen de la Altagracia, en la Iglesia de San Dionisio, Higüey.
[11] El naranjo a que hace referencia la leyenda dejó de existir durante el siglo XX.
[12] Juan Elías Moscoso, La Altagracia: leyenda.
[13] Idem. p. 31.
[14] “La doble procesión de la Virgen de la Altagracia y la misa en la Basílica por el regreso del Jefe”. Listín Diario, 6 de noviembre 1939.
[15] Idem.
[16] Utrera, p. 42
[17] Luis Gil A., Advocación de Ntra Sra. de la Altagracia. Ciudad Trujillo, Imprenta Carrasquero, 1948.
[18] Utrera, pp. 23 y 35.
[19] Idem. p. 80.
[20] Vetilio Alfau Durán, “Origen de la celebración del 21 de enero en Higüey”. Listín Diario, 21 de enero 1967.
[21] Utrera, p. 83.
[22] Vetilio Alfau, “Origen de la celebración”.
[23] Andres Josef Bloquerest, Novena para implorar la protección de María Santísima por medio de su imagen de Altagracia, Santo Domingo, Imprenta de Andres Josef Blocquerst,, 1800.
[24] Utrera, p. 106.
[25] Véase: Exposición y programa de los actos de la coronación de la Santísima Virgen de la Altagracia. Santo Domingo, Imprenta Listín Diario, 1922.
[26] “Estreno de la película nacional La Leyenda de nuestra Señora de la Altagracia”. Listín Diario, 17 de febrero 1923.
[27] Federico Llavearía, Nuestra Señora dela Altagracia; la milagrosa Batalla del Santo Cerro. Santo Domingo, Imprenta J. R. Vda. García, 1928.
[28] Vetilio Alfau Durán, “Sobre el traslado de la Virgen de Altagracia”. Listín Diario, 4 de octubre 1930.
[29] Idem.
[30] Idem
Fuente: acento.com.do