La científica cognitiva Laurie Santos dice que “estamos luchando contra fuerzas culturales que nos dicen: ‘No eres lo suficientemente feliz’”.
Desde que Laurie Santos, científica cognitiva de Yale, comenzó a impartir su clase La psicología y la buena vida en 2018, esta se ha convertido en uno de los cursos más populares de la escuela. El primer año que se ofreció la clase, se inscribió casi una cuarta parte del cuerpo de estudiantes de pregrado. Eso podría interpretarse como algo positivo: todos estos jóvenes ambiciosos buscan aprender técnicas científicamente corroboradas para vivir una vida más feliz. Pero también se puede intuir algo melancólico en la popularidad del curso: todos estos jóvenes ambiciosos buscan algo que han perdido, o que nunca encontraron. En cualquier caso, el deseo de llevar una vida más plena no se limita a los jóvenes que estudian en las universidades de la Ivy League, y Santos convirtió su curso en una popular serie de pódcasts, The Happiness Lab, que rápidamente se impuso en el abarrotado campo de los consejos sobre la felicidad. (Ha sido descargado más de 64 millones de veces). “¿Por qué hay tantos libros sobre la felicidad y otras cosas sobre la felicidad y la gente sigue sin ser feliz?”, se pregunta Santos, que tiene 46 años. “¡Porque cuesta trabajo! Porque es difícil”.
Estaba buscándote en Google para averiguar algún dato menor, y vi una noticia en el periódico estudiantil de Yale que decía que te estás tomando una licencia por desgaste laboral*. Así que, antes que nada: me apena que las cosas se hayan puesto difíciles. Y segundo, si la profesora de felicidad se siente agotada, ¿qué nos queda al resto de nosotros?
Espera, espera. Me tomé una licencia porque estoy tratando de nodesgastarme. Conozco las señales del desgaste laboral. No es que una mañana te levantes y estés quemado.
* Además de continuar con su trabajo en el pódcast, Santos seguirá dando clases este año académico. El próximo año no dará clases y se tomará una licencia en otras funciones en Yale.
Incluso quienes no son expertos como tú, todos disponemos de más recursos que dicen cómo ser felices que cualquier ser humano antes, y sin embargo a muchos de nosotros nos sigue costando mucho averiguar cómo ser más felices*. ¿A qué se debe? En el pódcast, yo enmarco muchas de las conversaciones sobre la felicidad así: la mente nos engaña. Tenemos fuertes intuiciones sobre las cosas que nos harán felices, y utilizamos esas intuiciones para ir en pos de esas cosas, ya sea más dinero o cambiar las circunstancias o comprar el nuevo iPhone. Pero la ciencia demuestra que muchas de esas intuiciones no son exactamente correctas, o están profundamente equivocadas. Por eso nos equivocamos. Sé estas cosas, pero mis instintos están totalmente equivocados. Después de un día ajetreado, quiero sentarme a ver programas de televisión malísimos en Netflix, aunque sé que los datos sugieren que si hiciera ejercicio o llamase a una amiga sería más feliz. Pero para hacerlo tengo que luchar contra mi intuición. Necesitamos ayuda con eso, y no se consigue de forma natural, especialmente en la época moderna. Nos rodea una enorme cultura del capitalismo que nos dice que compremos cosas y una cultura del logro que destruye a mis alumnos en términos de ansiedad. También estamos luchando contra fuerzas culturales que nos dicen: “No eres lo suficientemente feliz; la felicidad podría estar a la vuelta de la esquina”. En parte se trata de toda la información que hay sobre la felicidad, que puede ser difícil de filtrar, pero en gran parte es algo más profundo en nuestra cultura que parece estar llevándonos por el mal camino.
*Una encuesta de Gallup de este año descubrió que, considerando el resultado promedio de 29 preguntas, solo el 38 por ciento de los estadounidenses dijo estar satisfecho.
Muchas de las cosas que sabemos que pueden tener un efecto positivo en la felicidad —el desarrollo de un propósito, la conexión con otras personas, la meditación y la reflexión— son prácticas religiosas habituales. ¿En qué medida son útiles fuera de la religión? Hay pruebas de que las estructuras culturales, las religiosas e incluso los grupos más pequeños, como tu equipo de CrossFit, pueden provocar un verdadero cambio de comportamiento. La cuestión es qué es lo que lo impulsa. Tomemos el caso religioso. Podrías decir dos cosas al afirmar que necesitas un aparato cultural en torno al cambio de comportamiento: una es que necesitas un sentido profundo de las creencias; necesitas creerte los principios teológicos para obtener los beneficios. Otra es que es tu compromiso con estos grupos lo que lo logra, y no tiene que venir acompañado de un conjunto de creencias espirituales. Hay muchas pruebas de que las personas religiosas, por ejemplo, son más felices en un sentido de satisfacción vital y emoción positiva en el momento. Pero, ¿es el cristiano que realmente cree en Jesús y lee la Biblia? ¿O el cristiano que va a la iglesia, va a las cenas, dona a la caridad, participa en el voluntariado? Resulta que, en la medida en que se logran separar ambas cosas, parece que no son nuestras creencias sino nuestras acciones las que impulsan el que las personas religiosas sean más felices. Esto es fundamental, porque lo que nos dice es que si puedes hacerlo —meditar, hacer voluntariado, comprometerte con la vinculación social— serás más feliz. Es mucho más fácil si tienes un aparato cultural a tu alrededor.
¿Importa si ese aparato es uno que consideramos socialmente positivo o no? ¿Podría alguien obtener tantos beneficios participando activamente en una milicia nacionalista blanca como participando activamente en una iglesia cuáquera? Que yo sepa, los psicólogos positivos no han ido a analizar las organizaciones supremacistas blancas. Pero si se observan los relatos de las personas que han abandonado esas organizaciones, a menudo lo que relatan es: esto me dio un sentido de propósito, un sentido de pertenencia. Cosas como la conexión social, encontrar prácticas que te permitan estar presente, hacer ejercicio: hay un conjunto simple de cosas que estadísticamente sabemos que terminan por aumentar el bienestar. Si participas en organizaciones que hacen esas cosas, te ayudará. Ahora, me alejaría de promover algo como: la organización de ejercicio de nacionalistas blancos es fantástica para el bienestar.
¿Es posible que las prácticas que conducen a la felicidad, como aceptar la ansiedad, evitar la comparación con los demás y estar satisfechos con lo que ya tenemos, también puedan conducir a la autocomplacencia? ¿No se necesitan algunas cosas emocionalmente perjudiciales para conseguir logros? La gente ha analizado esto en el contexto de las cosas que nos preocupan cuando se trata del exceso de confianza o autocomplacencia: grandes problemas, desde la violencia contra las personas negras hasta el desastre del clima. Necesitamos que la gente reconozca estos problemas, se enfade y actúe. Existe la preocupación de que, si se siguen estas prácticas, serás tan autocomplaciente que dejarás arder California y que se sigan cometiendo horribles violaciones a la justicia social. Hay un hermoso trabajo sobre esto de Kostadin Kushlev, que es un psicólogo positivo que se ha interesado en si estas prácticas te hacen autocomplaciente cuando se trata de los grandes temas. Lo que descubre es que las personas que reportan las mayores emociones positivas son las que pasan a la acción. Y esto también se observa en otros ámbitos: hay pruebas de que las personas que experimentan más gratitud tienen un alto nivel de lo que se llama autorregulación, algo así como aguantar y hacer las cosas difíciles en el momento. También hay pruebas de que las personas más agradecidas son más propensas a hacer cosas por los demás. Así que me preocupa la autocomplacencia, pero las pruebas sugieren que no funciona de la manera que podríamos esperar. Cuando tienes alguna emoción positiva, tienes la capacidad para lidiar con otras cosas.
Las redes sociales, Instagram en particular, ofrecen una oportunidad casi infinita para la comparación negativa*. ¿Dejar las redes sociales sería lo más importante que podrían hacer tus alumnos para aumentar su felicidad fácilmente? Repasamos mucho los estudios sobre las redes sociales. Una de las cosas es: borra todas tus aplicaciones ahora mismo. Puedes ver sus caras. Reflejan un: uhh. Pero todas estas cosas son herramientas. Puedes usarlas de forma positiva o negativa para tu bienestar. Vale la pena mencionar Instagram en el sentido de que tiene un potencial totalmente infinito para hacer autocomparaciones deprimentes, pero los estudiantes también lo utilizan para conectarse con comunidades de trastornos alimentarios y ansiedad. Así que discutimos cómo se puede tratar de estar lo suficientemente presente y sin criticar como para darse cuenta de cómo te están haciendo sentir estas cosas. Enseño a los estudiantes —esto viene de la periodista Catherine Price** — el WWW (acrónimo en inglés de para qué, por qué ahora y qué más). Cuando coges el teléfono, ¿para qué? ¿Había un propósito? Después: ¿Por qué ahora? ¿Tenías algo que hacer, o estabas aburrido o ansioso o luchando contra algún antojo? Y luego, ¿qué más?: identificar activamente el costo de la oportunidad. Podría ser estudiar. Podría ser hablar con tu compañero de departamento. Al ver a los estudiantes en las trincheras, el mayor impacto de las redes sociales en su bienestar es que pasan mucho tiempo en ellas y creen que están socializando en lugar de hablar con otras personas. Yo también lo hago. Hay veces que mi marido entra en la habitación y podríamos tener una conversación agradable sobre cómo estuvo nuestro día y yo estoy mirando alguna porquería en Reddit. Es como, tengo un marido que está aquí. ¡Podría hablar con él! No siempre hacemos un buen uso de los seres humanos que nos rodean.
*Los documentos de una informante mostraban que Facebook, propietaria de Instagram, era consciente de que las adolescentes reportaban que la aplicación las hacía sentirse muy mal con ellas mismas.
**Autora de How to Break Up With Your Phone: The 30-Day Plan to Take Back Your Life.
¿Hay algo que te sorprenda que la gente no entienda sobre la felicidad? Para mis alumnos, suele ser el dinero. Mi lectura rápida de los resultados de los estudios es que el dinero solo te hace más feliz si vives por debajo del umbral de la pobreza y no tienes para poner comida en tu mesa y luego resulta que te lo puedes permitir. ¿Si hacerse superrico realmente afecta a diferentes aspectos de tu bienestar? Hay muchas pruebas de que no afecta demasiado a tus emociones positivas. Hubo un artículo reciente de Matt Killingsworth en el que trataba de probar que la felicidad continúa creciendo a medida que alcanzas ingresos más altos. Y sí, tiene razón, pero si lo graficas, pasa que si cambias tus ingresos de 100.000 dólares a 600.000 dólares tu felicidad sube como, de un 64 sobre 100 a un 65. Por la cantidad de trabajo que implica sextuplicar tus ingresos, podrías escribir en un diario de gratitud, podrías dormir una hora más. Sí, el tema del dinero es uno en el que los estudiantes están en desacuerdo conmigo. Golpea mucho la visión del mundo con la que han crecido.
*Killingsworth, profesor emérito de la Wharton School de la Universidad de Pensilvania que estudia la felicidad humana, publicó recientemente el artículo “Experienced Well-Being Rises With Income, Even Above $75,000 Per Year.”
¿Los estudiantes acaban más contentos después de hacer tu curso? ¿Que si funciona? Hicimos una medición del antes y el después de los estudiantes que tomaron la clase en línea* frente a los estudiantes que tomaron una clase diferente de Introducción a la Psicología de Yale. Descubrimos que las personas que tomaron nuestra clase tendían a subir aproximadamente un punto entero en una escala de felicidad de diez puntos. Pero el secreto desagradable es que podemos intervenir y cambiar brevemente el comportamiento y, sin embargo, el cambio a largo plazo es realmente difícil. Lo que sabemos que funciona es que si colocas a las personas en una nueva cultura, cambian. Si te mudas a los Países Bajos, serás más feliz. Esto hace que gente como Dan Buettner**, que trabaja en zonas azules para la felicidad, afirme que alguien como yo está equivocada porque, en efecto, puedes enseñarle a la gente a meditar o a hacer su diario de gratitud, pero a menos que cuenten con estructuras socialmente sólidas a su alrededor que les ayuden a lograrlo, no va a funcionar. Sin embargo, mi esperanza es que se puedan crear esas estructuras sólidas a nivel social. En este momento, en el campus de Yale hay 500 estudiantes que asisten a mi clase, que aparece mucho en Librex*** y en la página de Facebook Overheard at Yale, y se habla de ella en el comedor.
* Una versión del curso de Santos en Yale, llamada The Science of Well Being, se puede tomar en línea a través de Coursera.
** Buettner utiliza el término “zonas azules” para describir los lugares del mundo donde la gente es más feliz y también vive más tiempo. Los Países Bajos figuran entre los países más felices del mundo.
*** Una aplicación que permite a los estudiantes universitarios comunicarse de forma anónima.
Esto probablemente habla más de mis deficiencias como estudiante que de cualquier otra cosa, pero cuando estaba en la universidad, hace ya 20 años, no recuerdo una sensación tan omnipresente y abrumadora de estar allí únicamente como el siguiente peldaño en alguna escalera de logros. ¿Qué ha cambiado? Es increíble lo distinto que se siente. Hablo con estudiantes de primer año en el campus que me preguntan cuál es la cuarta clase que deberían cursar para asegurarse de conseguir ese trabajo en Google cuando tengan 24 años. Vienen planeando esta serie de peldaños siguientes, en parte porque así es como llegaron aquí en primer lugar. Creen que así es como se consiguen los estímulos. Cómo ocurrió ese cambio es un rompecabezas cultural increíblemente interesante. Algunas de mis conjeturas favoritas al respecto son las que ha hecho Julie Lythcott-Haims. Su argumento es que hace años, solo ciertas personas, por lo general, ingresaban a Yale. La mayoría procedía de un pequeño grupo de escuelas preparatorias. Hemos ampliado eso. En teoría, cualquier persona del planeta, si “se esfuerza lo suficiente y es lo suficientemente inteligente”, puede ingresar a Yale; con los límites culturales reales, las estructuras del racismo y todos los demás ismos, pero esa es la idea. También existe la sensación de que el botín de guerra es muy valioso: si vas a Yale, se te abrirán oportunidades que no tendrás si no vas. El argumento de Lythcott-Haims es que, cuando el botín de guerra es muy grande, se produce una carrera armamentística por ingresar, y que la crianza ha cambiado para impulsar a los niños a pensar en estas cosas. Desarrollan esta creencia implícita de que hay un camino que es correcto, y si consigues descubrir los Easter eggs, [los mensajes ocultos para conocedores], puedes entrar. Es algo que siento mucho en el campus. Les asigno a los estudiantes un libro del científico social Alfie Kohn**, que trata de lo mucho que las calificaciones y las motivaciones extrínsecas estropean a los niños. Cuenta la historia de cuando dio este discurso a los estudiantes de secundaria y un estudiante levanta la mano y dice: “Si todo lo que has dicho es cierto, y no estoy trabajando solo para obtener notas y tratar de ingresar a la universidad, entonces ¿cuál es el propósito de la vida?”. Cuando asigné ese capítulo, también recibí esa pregunta. No les queda claro lo que se supone que van a obtener de la universidad, aparte de la acumulación de elogios.
*Exdecana de asesoramiento a estudiantes de primer ingreso y de pregrado en Stanford. Lythcott-Haims es autora, entre otros libros, de How to Raise an Adult: Break Free of the Overparenting Trap and Prepare Your Kid for Success.
** El libro que Santos asigna es Punished by Rewards: The Trouble with Gold Stars, Incentive Plans, A’s, Praise and Other Bribes.
Entonces, ¿cuál es la respuesta? ¿Cuál es el propósito de la vida? Oler tu café por la mañana. [Risas]. Amar a tus hijos. Tener sexo y margaritas y primavera. Son todas las cosas buenas de la vida. Eso es lo que es.
Esta entrevista ha sido editada y condensada a partir de dos conversaciones.
Ilustración de apertura: fotografía original de Michael Marsland/Yale News
David Marchese es redactor de la revista de The New York Times y columnista de Talk. Recientemente ha entrevistado a Brian Cox sobre los asquerosamente ricos; a la doctora Becky sobre el objetivo final de la paternidad y a Tiffany Haddish sobre el sentido del humor de Dios.
Fuente: nytimes.com