Cada 29 de junio se celebra la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, Apóstoles. Ellos son esas figuras monumentales sin las cuales la Iglesia Católica, fundada por Cristo, no hubiese podido organizarse ni cobrar la forma que ha adquirido a lo largo de los siglos. Por eso, con toda justicia, a Pedro y a Pablo se les considera sus “pilares” o “columnas”.
Al mismo tiempo, dado que ambos apóstoles fueron quienes fundaron la Iglesia de Roma, centro de la cristiandad, esta solemnidad es también “el día del Papa”.
Hoy es un día sagrado
Llamar a estos santos mártires “pilares” de la Iglesia no es gratuito. Sobre ellos descansa el “peso” de la Iglesia toda, como si de columnas se tratase. Sin cada uno de ellos, el edificio se vendría abajo. Con ellos, para todo hay equilibrio. Así lo deja en claro San Agustín en uno de sus sermones: “El día de hoy es para nosotros sagrado, porque en él celebramos el martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo… Es que ambos eran en realidad una sola cosa aunque fueran martirizados en días diversos”.
En consecuencia, siguiendo a San Agustín, recordamos también que la unidad de la Iglesia se selló con la sangre del martirio. El primero en derramarla fue Nuestro Señor Jesucristo, pero Él quiso compartir su sacrificio de amor con los hombres. El Apóstol Pedro fue elegido por Cristo: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16, 18). La obra de Cristo requiere de la cooperación humana. Pedro es entonces “la roca” humilde que soporta el Cuerpo Místico de Cristo. Por esta razón, el Papa, Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo en la tierra, es principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, así de los obispos como de la multitud de fieles. El Obispo de Roma, el Papa, es Pastor de toda la Iglesia y tiene potestad plena, suprema y universal. Hoy se festeja a quien encarna esa misión, el Sumo Pontífice.
Asimismo, en armonía por lo expresado desde antiguo por los fieles, hoy celebramos a San Pablo, el Apóstol de los gentiles. Quien fuera perseguidor de cristianos dio un vuelco total en su vida, la que quedó transformada, convirtiéndose después en ardoroso evangelizador, entregado sin reservas al anuncio del Evangelio.
Pedro y Pablo: testigos de la unidad
Tal como recordó el Papa Emérito Benedicto XVI en el año 2012, “la tradición cristiana siempre ha considerado inseparables a San Pedro y a San Pablo: juntos, en efecto, representan todo el Evangelio de Cristo… Aunque humanamente muy diferentes el uno del otro, y a pesar de que no faltaron conflictos en su relación, han constituido un modo nuevo de ser hermanos, vivido según el Evangelio, un modo auténtico hecho posible por la gracia del Evangelio de Cristo que actuaba en ellos. Sólo el seguimiento de Jesús conduce a la nueva fraternidad”.
Fuente: aciprensa.com