Los niños que no toleran la frustración puede convertirse en adultos infelices e insatisfechos, con dificultades para manejar los inconvenientes de la vida, con problemas de agresividad, así como para respetar los límites. Y es que, explica desde el Colegio de Psicólogos, la profesional Eugenia Piñero, «intentando evitar a los niños el sufrimiento a toda costa, estamos evitando que se enfrenten a frustraciones cotidianas, que muy probablemente antes o después tendrán que afrontar. Tendemos a sobreprotegerlos y de esta forma estamos limitando su capacidad de aprender, de resolver problemas de forma autónoma e independiente y de enfrentarse a la realidad, retrasando lo inevitable, ya que es poco probable que nunca tengamos ningún problema en la vida».
«El niño ha de aprender que no puede tener todo lo que quiere», ha hecho hincapié en declaraciones a Ep. Como adultos, tendremos en cuenta la edad, ya que es normal que un menor de tres años responda con una rabieta ante una negativa, pero ante ellas, «debemos ayudarles a manejar su frustración y que sean capaces de expresarla en palabras, entendiendo que una rabieta no es la forma adecuada de conseguir lo que pretenden». De esta forma, aprenden de la herramienta fundamental del diálogo para resolver problemas.
Pero «si las rabietas no se corrigen pueden mantenerse en el tiempo y transformarse», es decir, «que en un niño de ocho años se traduce en que éste hablará mal y puede llegar a amenazar e insultar a los padres», ha advertido.
En caso de aumentar la exigencia, pueden convertirse en ser niños muy exigentes, que quieren las cosas ya, y que las piden de forma déspota. Pueden desarrollar también un exceso de apego a lo material, no valorando lo que tienen y con un pensamiento bastante rígido, no valorando otras opciones, además de poco tolerantes, ha añadido la psicóloga.
Con lo que el niño que no aprende a gestionar la frustración, podrá ser en el futuro un adulto con problemas de insatisfacción, «con problemas para respetar límites; además de personas infelices, frustradas, con dificultades para manejar los inconvenientes de la vida desde los más cotidianos a otros más complejos».
Para incidir en la idea de que no es bueno emocionalmente darles todo y a costa de lo que sea, «no hay que darles todo ni quitarles todos los problemas», los niños «no pueden vivir en una burbuja».
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Cómo resolver una rabieta
Un niño que siempre consigue todo lo que quiere, puede que se convierta en un adulto descontento con la vida, que no siempre nos da lo que queremos, y pueden pensar que «la vida es muy injusta», ha hecho hincapié la experta. A veces, los niños aprenden que la rabieta es una forma de conseguir cosas rápido.
Ante las rabietas, aconseja primero intentar calmar al niño, «el contacto físico cuando son pequeños les ayuda a relajarse, como un abrazo» e insistirle en que «cuando esté tranquilo, se hablará con él y recibirá toda nuestra atención». Una vez que el menor se va relajando, podemos irnos acercando y prestar atención a su comportamiento tranquilo.
Aunque la recomendación por excelencia, ha apostillado Piñero, «es hablar con ellos desde pequeños», preguntarles por qué se han enfadado, que sean ellos los que tengan que razonar, y ayudarles en la búsqueda de alternativas, que se le haga pensar el por qué de su enfado y qué alternativas tiene para resolverlo de una forma adecuada.
Hay que ser pacientes, el niño ante una rabieta, —un enojo grande y violento que se muestra con llantos, gritos, gestos o irritación muy visibles—, puede incluso pegar o pegarse, «y tenemos que entender estas rabietas como una forma de exteriorizar el malestar emocional que no saben o no pueden expresar de otra manera».
Hay que ayudarles a que aprendan a gestionar la frustración de la manera adecuada, «a través de la comunicación, cambiando el foco de atención» relajándose, respirando, el fin es que «comprendan que hay más alternativas además de la rabieta».
A su juicio, como forma de prevención de la sobreprotección y las frustraciones, «es fundamental que el pequeño asuma responsabilidades acordes a su edad», que coman solos, que se ensucien, que experimenten, pues «crear dependencia hacia los adultos para hacer cosas que son capaces de hacer ellos, no les viene bien. Hay que dejar que sean autónomos y autosuficientes, fomentar esa independencia, animándolos, por ejemplo, a que se vistan solos», y «premiarles mucho» ayudándoles a tener una sana autoestima.
Al respecto, la psicóloga aclara que premiar es premiar, dar muestras de cariño como un beso, un abrazo, chocar la mano, expresarles lo orgullosos que estamos de ellos «no siempre hay que premiar con juguetes o caprichos, ya que el premio emocional supone más ventajas y es algo en lo que no deberíamos escatimar».
La frustración se acentúa si el mensaje no es claro
También repercute que las pautas de los padres y tutores sean diferentes, «que el estilo de un padre y una madre sea distinto», es un riesgo y es necesario la concordancia entre ambos, «que pongan en común cómo resolver los problemas», es fundamental, ha finalizado, «que los padres vayan en consonancia y trabajen en equipo para la educación de sus hijos».