Aníbal de Peña.

Por Vianco Martínez

Un homenaje al cantautor Aníbal de Peña, fallecido este lunes 18 de septiembre. En esta entrevista, realizada en 1996, Aníbal de Peña contó que fue sentado nueve veces en la silla eléctrica, que lo torturaron en “La 40”, además de que intentaron matarlo después de la guerra y que tuvo que exiliarse para preservar la vida.

Aquella guerra de 20 cuadras, que comenzó el 24 de abril hace 31 años, ha dejado profundas huellas en su vida. En ella fue el comandante incierto de un grupo de zapadores encargados de abrirle llagas a la ciudad para detener el avance de las tropas contrarias. El río Ozama era la frontera de la esperanza, y el puente Duarte la línea divisoria entre la vergüenza y el decoro.

La tarde del 15 de junio, bajo la ciudad sometida al recio fuego de los invasores norteamericanos que vinieron en auxilio de la desesperación golpista, con los muertos queridos amontonándose en el hospital Padre Billini, y con el fervor nacionalista de esos días desbordando todos los termómetros de la ciudad enardecida, Aníbal de Peña le puso música a la revolución.

“Me queda la satisfacción de haberle puesto letra y música al coraje y la dignidad de aquellos días”, dice serenamente, bajo el trazo de invierno que le asoma en la parte delantera de la cabeza.

En la partida hacia Londres que le impuso la soldadesca, el coronel Francis Caamaño, de quien guarda hermosos recuerdos y profundas nostalgias, le regaló un revólver niquelado en homenaje a su amistad. “Francis es uno de los hombres más grandes de nuestra historia”.

Tras componer el himno que acompañó a los combatientes en las trincheras fue perseguido y mandado a matar en varias ocasiones, sufrió los dolores del exilio y afrontó situaciones de calamidad económica.

Ha pasado el tiempo y Aníbal de Peña tiene una hamaca de colores en su patio donde mece su última estación y recuerda los intensos momentos vividos en la guerra. “Parece que fue ayer”, dice mirando al cielo. “Me siento orgulloso de haber cumplido con mi deber, y esa satisfacción se la dejo a mis hijos para que vivan con la dignidad con que lo hicimos nosotros”.

Ahora quiere testimoniar, mientras se prepara para irse a cantar al hotel El Napolitano, del malecón, donde trabaja dignamente los jueves y viernes junto a Iluminada Jiménez, su esposa, y su amigo Cheo Zorrilla.

Aníbal de Peña, en el piano, cantando junto a Francisco Alberto Caamaño Deñó y otros combatientes constitucionalistas.
Aníbal de Peña, en el piano, cantando junto a Francisco Alberto Caamaño Deñó y otros combatientes constitucionalistas.
¿Cómo se involucró usted en el torbellino de la guerra?

Antes de que se produjera el Movimiento 24 de Abril yo estuve inmerso en un movimiento antitrujillista que me llevó a la Cuarenta, la cárcel de Trujillo. Estuve prisionero allí, y me sentaron nueve veces en una silla eléctrica, en la misma silla eléctrica donde salió Mesón retratado. Afortunadamente no pasé mucho tiempo ahí, solo como un mes. Pero me torturaron, me maltrataron bastante.

Yo estaba en un movimiento que encabezaba mi hermano Washington. En esa época viene el PRD (Partido Revolucionario Dominicano) a hacer política a la República Dominicana, lo cual se criticó muchísimo, porque se creía que lo que se estaba era echándole un poquito de agua tibia al régimen de Trujillo. Al final se demostró que los que tuvieron razón fueron los de la idea de venir aquí a hacer política. En aquella época hacer política era un acto patriótico.

Permitieron que se organizara el PRD. Entonces Juan Bosch y mi madre eran coterráneos de La Vega. Se conocían bien. Mi mamá era compañera de infancia de una de las hermanas de Bosch. Nos contactaron a nosotros por ser una familia connotada como una familia de revolucionarios.

A nosotros nos contactó el propio Juan Bosch. Lo que hicimos fue darles respaldo a viejos conocidos de mi familia.

A mí me nombran en una comisión que fue a Puerto Rico, mientras mi hermano Washington, que fue el primer secretario general del PRD, se queda aquí. La misión la llamaron La caravana de la democracia. Fuimos a hacer actividades artísticas para recabar dinero para la causa de la libertad. Precisamente, quien traía el dinero de Puerto Rico era yo. Yo daba un viaje para traerlo, y luego me iba. Se lo traía personalmente a Juan Bosch. En el grupo estaban mi compadre Virgilio Hell, Thelma Frías, mi hermana Lili… También un grupo de muchachos de San José de Ocoa. Estaban dos hermanas muy jóvenes. Entre todas eran seis muchachas.

Yo fui, no solamente a hacer el trabajo de recolectar dinero, sino a cuidar a las muchachas, que eran muy bonitas, entre ellas estaba la hermana mía. Imagínate, era un problema terrible el que teníamos, asediados por muchísimos hombres. Y entonces estábamos haciendo un trabajo revolucionario.

En eso, yo tuve que exiliarme porque el 19 de noviembre del 61, cuando se fueron los Trujillo de aquí, yo participé en el asalto del consulado dominicano en Puerto Rico, y eso me puso en una posición que no podía regresar a la República Dominicana. Entonces me exilié, me fui a Nueva York, y allá estuve hasta que Juan Bosch fue elegido Presidente de la República. Regresé al país.

Yo me desconecté de la actividad porque en realidad yo nunca he tenido vocación para la acción política, para el trabajo político. Yo he respaldado a mi país siempre, y mis actuaciones políticas siempre han tenido que ver con el patriotismo, no con el partidismo. El individuo que hace política busca una posición dentro de su partido, y en el gobierno, y yo nunca he buscado eso. Y cuando no ha habido necesidad de que mi presencia o mi nombre sirva para algo, pues yo hago un reflujo, me voy hacia atrás.

Yo estaba trabajando en ese tiempo en una factoría, cosiendo, y me iba muy bien. Además, cantaba en un sitio que le decían La Lechonera. Cuando una gente ganaba 45 dólares a la semana, yo me ganaba 300, cosiendo y cantando.

En eso me llamó Ángel Miolán a Nueva York y me nombró delegado especial del PRD en Estados Unidos para que yo me ocupara de un problema que había entre los seguidores del PRD. Tú sabes que siempre ha habido una relación muy estrecha entre la gente que vive en Nueva York y la política aquí en República Dominicana.  Había un pleito entre los dos líderes principales del PRD, que eran Nicolás Silfa y Gastón Espinal, el papá de Mundito Espinal.

Mi papel fue hacer como de réferi, a mí me nombraron delegado especial para ver cómo conseguía que se limaran las asperezas. De todas maneras, se produjo una división, Silfa se salió del PRD y llegó a ser miembro del Partido Reformista. Yo llené mi cometido, pero mi trabajo lo perdí.

Al producirse la elección de Juan Bosch yo estaba a punto de venir para el país. Bosch me ordenó que me quedara en Nueva York al frente del Consulado, pero le dije al profesor que no. Es una orden, me dijo. Me quedé calladito, pero tan pronto tuve la oportunidad arranqué para Santo Domingo. Yo me quedé aquí, y a él parece que después se le olvidó eso. De todas maneras, el gobierno lo que duró fueron siete meses.

Cuando se produce el derrocamiento de Juan Bosch ya yo estaba aquí. Mi hermano Washington no estaba aquí. Yo volví a mis actividades patrióticas y me mantuve en contacto siempre con los demás. Una de las casas donde dormía Peña Gómez generalmente era en mi casa. El día que comenzó la revolución quien lo llevó a él a Radio Televisión Dominicana fui yo en mi vehículo.

Salimos para el canal. Cuando llegamos allá estaba Morillito. Tan pronto Peña Gómez se apeó del carro Morillito lo cogió preso. Ni siquiera pudo hablar en Radio Televisión Dominicana ese día.

Con nosotros andaba mi compadre Quiquito Landestoy. Yo digo que Morillito le salvó la vida a Peña Gómez en ese momento porque él le dio un culatazo, y dijo: Tránquenme ese hombre y cuidado quien le pone la mano.

En mi casa Peña Gómez se reunía con los conspiradores, y a través de mi mamá mantenía ciertas conexiones. Eso era en la Pasteur esquina George Washington, en el Malecón.

El 24 de abril todo el mundo andaba muy exaltado, pero también estábamos asustados. El asunto fue muy efervescente, muy violento. Yo estaba acostado. Lo primero que ocurrió fue que a los conspiradores los descubrieron.

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Aníbal de Peña.

Había dentro de las Fuerzas Armadas un grupo de hombres que se había dispuesto a que se terminara esa situación de facto que representaba el gobierno de Donald Reid Cabral para traer a Juan Bosch. Específicamente eran Caamaño, Rafelito Fernández Domínguez, Lachapelle, el capitán Peña y algunos sargentos. El capitán Peña fue quien produjo el levantamiento. Se precipitaron los acontecimientos porque hicieron preso a algunos conspiradores. Hasta mataron a un oficial, y ahí empezó la revolución, ahí en el campamento 16 de Agosto.

Peña Gómez está en mi casa cuando se entera de lo que está pasando. Empezó a hacer sus contactos, empezó a llamar gente. Es decir, que el primer día, esa tarde, mi casa era como un centro. Después me fui a la calle Juan Isidro Pérez, donde dormía con mis hijos, y en la madrugada fue que sonó la sirena de los bomberos que yo menciono en el himno.

Encendí la radio y escuché el pronunciamiento de los militares llamando al pueblo a que los apoyaran porque se estaba derrocando el gobierno. Dijeron que ellos estaban tomando la ciudad. Ahí fue que empezó realmente el asunto. Lo que hubo el mismo 24 fue un conato, la gente se tiró a la calle a hacer los movimientos por la radio. Freddy Beras Goico habló por la radio. A partir de ese día comienzan los bombardeos y empiezan los combates.

¿Cuál fue su participación en la guerra?

Yo, en realidad, no fui un combatiente. Pese a que al otro día me encontré con Manolo Borda, y Manolo Borda me dijo Yo quiero que tú te ocupes del comando de los zapadores. Me nombraron oficial y me encargaron de los hombres sapos, como me decía Borda en una forma irónica. Yo lo que tenía era hombres de pico y pala, los hombres que hacían las zanjas, pero yo era el comandante.

Me levantaba todos los días como el que va a trabajar. Yo tenía una oficina de ingenieros que trazaba cada día las directrices para el trabajo de los zapadores. Los enviábamos a picar, a hacer las zanjas antitanques que se hicieron en los días de la guerra por toda la ciudad. Todo lo que se hizo en ese sentido lo hicieron los hombres bajo mi mando.

Cuando consideré que mi labor había rendido sus frutos y que ya no hacía falta allí, entonces renuncié y delegué mis funciones en el subcomandante. Era un muchacho ligado a la actividad de los sindicatos de choferes que tan pronto terminó la guerra, lo esperaron en su pueblo y lo asesinaron vilmente. Su muerte fue parte de la cacería que se desató después de la contienda.

Yo no combatí ni nunca estuve armado. Yo realicé actividades administrativas que están más de acuerdo con lo que es un artista, porque yo en realidad no soy un guerrero.

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¿Cuándo, cómo y bajo qué condiciones escribió usted el Himno de la Revolución? 

Escribí el himno de la revolución el 15 de junio, el mismo día que los americanos estaban tratando de tomar la ciudad. En la grabación participaron todos los artistas dominicanos de la época. Los Olmeños, Frank Lendor, Fernando Recio, mi hermana Lili; este muchacho Papi Peña, que era del socialcristiano fue que tocó el piano, José Delmonte canta ahí también, Nandi Rivas, otra hermana mía, Gloria de Peña y otros que no recuerdo.

El día de la grabación era candela pura. Se oía el tableteo de las ametralladores mientras nosotros estábamos donde Fabio Inoa, en El Conde esquina Espaillat, en el tercer piso. Allí estaba situado el estudio Fabiola.

Lo hicimos en un ratito. Recuerdo que me encontré con Héctor Aristy, ministro de la Presidencia, frente al edificio Copello, donde estaba la sede del Gobierno constitucionalista, y le dije: Yo quiero que tú oigas esto. Nosotros nos conocíamos desde que él estaba en el PLE, el Partido de Liberación nosequecosa (el Partido Liberal Evolucionista), que era de don Luis Amiama que, por cierto, fue en los días de la revolución que se cambió, dio un izquierdazo y se quedó ahí para toda la vida. Me dijo: Está muy bueno, grábalo, y yo lo grabé. Al otro día se lo llevé a Francis Caamaño. Francis hasta se lo aprendió y lo cantó en una manifestación.

La idea de escribir un himno que identificara la revolución constitucionalista tuvo su origen en el hecho de que yo oí a Luís Reyes Acosta y a los locutores en la emisora constitucionalista con una marcha muy común, pero ajena. Y pensé: cómo es posible que nosotros estemos tocando eso ahí, una cosa extranjera, en una revolución tan nuestra y tan auténtica. Yo voy a escribir algo, y así lo hice.

¿Qué problemas le acarreó en su vida ulterior haber sido el autor del himno de la revolución? 

Haber compuesto ese himno me acarreó todos los problemas del mundo. Un día estaba en mi casa y llama Juan Bosch y me dice: Aníbal: coge un avión y vete. Yo me monté en un avión y me fui. Yo no le pregunté por qué. Cuando volví, cinco o seis meses después, le pregunté qué era lo que había pasado y me dijo que habían asignado una persona para que me matara. Igualito que como mataron a Pichirilo, y como mataron a Barahona, el chófer de Caamaño.

Otro día que estaba cantando en un bar de Santiago Rodríguez se paró un sargento con una pistola 45 a matarme. Eso fue en el año 1967. Un mayor que estaba ahí le fue arriba y le quitó el arma. Gracias a él puedo contarlo. Después me enteré que la persona que me habían asignado para asesinarme fue el mismo que mató a Barahona y que una semana después mató a sus hijos, a su mujer y a su suegra. Es decir, que a mí no me salvaba nadie si me quedaba en el país.

Como ves, he tenido muchísimos problemas. Actualmente estoy escribiendo un libro. Es como una novela que tiene mucho de lo que soy yo, de lo que es mi familia, mis amigos, la gente que conozco, la gente que he tratado, la época en que he vivido.

Es una especie de testimonio de lo que vieron mis ojos. Es un testimonio de haber vivido, donde mi paso por la guerra es importante. Tiene que ver mucho con la Guerra de Abril, con la represión trujillista. Yo creo que aquí debe hacerse muchos testimonios de lo que vivimos.

La juventud no sabe lo que ha pasado aquí en el pasado reciente. No sabe lo que es estar desnudo amarrado en una celda solitaria esperando que te sienten en una silla eléctrica, te ahorquen o te maten y te tiren a los tiburones. Hay que seguir dándolo a conocer. Eso busca mi libro: testimoniar.

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¿Cómo fue su relación con Francis Caamaño? 

Me veía a veces con Francis durante los días de la guerra. También me juntaba con Montes Arache, jefe de los Hombres Ranas. Francis, incluso, el día que se iba para Londres me regaló un revólver niquelado que yo no lo pude conservar. Pero Francis era, en realidad, una persona muy ocupada y yo estaba muy ocupado también.

Yo creo que Francis fue en realidad uno de los mejores hombres que nosotros hemos tenido en toda nuestra historia, un hombre leal a sus principios, a lo que él era. Siempre fue un hombre generoso. En la misma revolución Francis no fue hombre de matar o de fusilar. Se hicieron muchas cosas, se cometieron muchos excesos contra personas que se encontraban infiltradas, pero él luchó mucho contra eso, él nunca fue parte de eso. Todo lo contrario, el luchó denodadamente contra eso.

La revolución fue un movimiento espontáneo contra una situación real; un momento donde un pueblo tenía que levantarse para imponer su respeto. De lo que se habló fue de la vuelta a la constitucionalidad. Era el derecho de un pueblo lo que estaba en juego. Y Francis lo supo entender.

¿Usted cree que valió la pena la Guerra de Abril, a pesar de que no logró alterar sustancialmente las relaciones de poder? 

Primero hay que saber que el movimiento no fue derrotado. Más bien fue ahogado. Si los americanos no se meten aquí con 42 mil infantes de marina no sucede lo que sucedió. El movimiento triunfó, no sólo desde el punto de vista táctico, sino ideológico porque, aunque después de la guerra la parte contraria, representada por Balaguer y su gente, fue lo que se quedó en el gobierno, lo que subyace en la mayoría del pueblo dominicano, es la idea de redención, y de que se luchó por la libertad.

Con cualquier persona que hables no te va a decir no debimos haber luchado.

Todos los recuerdos que tengo de la guerra son malos. Yo considero que hice lo que tenía que hacer. Cuando fui a Bonao a llevar a mi mamá, le dije: Mamá, yo me pasé todo el tiempo diciendo que era patriota, que amaba mi país; ahora el país está intervenido por una potencia extranjera, así que yo no puedo darme el lujo de quedarme aquí en Bonao. Llegó el momento de demostrar el amor a la patria, yo lo siento mucho, perdóname el dolor y el sufrimiento, pero tengo que irme a estar con el movimiento revolucionario. Ella me respondió: Mi hijo, que Dios te cuide. 

Yo creo que en ese momento el hombre que no dijo presente simplemente se equivocó. Esa fue la última oportunidad que tuvo de hacerlo. La vida pasa y pasan las generaciones, y cuántas veces los hombres tienen la oportunidad de defender a su patria, y demostrarle el amor que dicen tenerle. Ese fue un momento histórico, fue una época de gloria.

El que no acudió al llamado se equivocó o estaba mal ubicado, pero nadie puede sentirse orgulloso de no participar teniendo la posibilidad de hacerlo.

*(Entrevista realizada en 1996).