Jesucristo es el Esposo que ha derramado su Sangre por la Iglesia para hacerla su señora. Nadie maltrata su Cuerpo, sino que le da honra y purifica. Cristo y la Iglesia son una sola carne. Dios les ha unido y el mundo no los podrá separar. Terco es el corazón, y el maligno se aprovecha del hombre y la mujer que no hacen todo lo humanamente posible por evitar el divorcio. La única institución que el pecado de nuestros primeros padres no pudo destruir: la Unión Sacramental de los esposos. De un matrimonio como Dios manda se forjarán los hijos que no propiciarán la guerra, el desenfreno, amaran a Dios y honrarán a sus padres hasta dedicarse a su cuidado en la vejez. ¡Felices los hijos de la Santa Comunión del hombre y la mujer!.