Nuestro paso por esta vida es de huéspedes, peregrinos y extranjeros. Todo le pertenece a los pequeños. Lo ha decretado el Señor. El respeto a su persona, a su pudor, a sus derechos y a las oportunidades que merecen por ser hijos de Dios serán de las cuentas que se nos cobrarán en el juicio final. ¿Hemos cumplido o mancillado la dignidad de los niños, los minusválidos, los pobres, los indefensos, los enfermos y los ancianos? Expulsemos a los verdaderos demonios: la comercialización de las relaciones humanas, los que aplastan y desconsideran por un sueldo a los empleados, y la hipocresía o dobles caras diabólicas.
Dediquemos nuestra existencia a realizar el milagro de dar a los pequeños el Pan del Cielo. El agua no tiene color… es para compartirla con todos. De esta forma nos libraremos de la Gehenna, el mismo infierno.