1. HAGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO… 

Dos Reflexiones 

Replicó la serpiente… serán como Dioses (Gen 3, 1-15) 

 Arrepiéntanse y conviértanse (Hch 3, 1-26)

ARREPENTIMIENTO Y CONFESION

A los sacerdotes:

  1. Benedicto XVI nos recuerda que “el amor a la Eucaristía lleva también a apreciar cada vez más el Sacramento de la Reconciliación”87. Vivimos en una cultura marcada por un fuerte relativismo y una pérdida del sentido del pecado que nos lleva a olvidar la necesidad del sacramento de la Reconciliación para acercarnos dignamente a recibir la Eucaristía. Como pastores, estamos llamados a fomentar la confesión frecuente.

Invitamos a nuestros presbíteros a dedicar tiempo suficiente para ofrecer el sacramento de la reconciliación con celo pastoral y entrañas de misericordia, a preparar dignamente los lugares de la celebración, de manera que sean expresión del significado de este sacramento. Igualmente, pedimos a nuestros fieles valorar este regalo maravilloso de Dios y acercarse a él para renovar la gracia bautismal y vivir, con mayor autenticidad, la llamada de Jesús a ser sus discípulos y misioneros. Nosotros, obispos y presbíteros, ministros de la reconciliación, estamos llamados a vivir, de manera particular, la intimidad con el Maestro. Somos conscientes de nuestra debilidad y de la necesidad de ser purificados por la gracia del sacramento, que se nos ofrece para identificarnos cada vez más con Cristo, Buen Pastor y misionero del Padre. A la vez, con plena disponibilidad, tenemos la alegría de ser ministros de la reconciliación, también nosotros hemos de acercarnos frecuentemente, en un camino penitencial, al Sacramento de la Reconciliación.

  1. Como rasgos del discípulo, al que apunta la iniciación cristiana destacamos: que tenga como centro la persona de Jesucristo, nuestro Salvador y plenitud de nuestra humanidad, fuente de toda madurez humana y cristiana; que tenga espíritu de oración, sea amante de la Palabra, practique la confesión frecuente y participe de la Eucaristía; que se inserte cordialmente en la comunidad eclesial y social, sea solidario en el amor y fervoroso misionero.

175 d) En la Penitencia o Reconciliación: la conversión que todos necesitamos para combatir el pecado, que nos hace incoherentes con los compromisos bautismales.

  1. Al enfrentar tan graves desafíos nos alientan las palabras del Santo Padre:

No hay duda de que las condiciones para establecer una paz verdadera son la restauración de la justicia, la reconciliación y el perdón. De esta toma de conciencia, nace la voluntad de transformar también las estructuras injustas para establecer respeto de la dignidad del hombre creado a imagen y semejanza de Dios… Como he tenido ocasión de afirmar, la Iglesia no tiene como tarea propia emprender una batalla política, sin embargo, tampoco puede ni debe quedarse al margen de la lucha por la justicia.

  • Amor a Cristo sufriente, el Dios de la compasión, del perdón y de la reconciliación; el Dios que nos ha amado hasta entregarse por nosotros.
  1. Damos gracias a Dios que nos ha dado el don de la palabra, con la cual nos podemos comunicar con Él por medio de su Hijo, que es su Palabra (cf. Jn 1,1), y entre nosotros. Damos gracias a Él que por su gran amor nos ha hablado como amigos (cf. Jn 15, 14-15). Bendecimos a Dios que se nos da en la celebración de la fe, especialmente en la Eucaristía, pan de vida eterna. La acción de gracias a Dios, por los numerosos y admirables dones que nos ha otorgado, culmina en la celebración central de la Iglesia, que es la Eucaristía, alimento substancial de los discípulos y misioneros. También por el Sacramento del Perdón que Cristo nos ha alcanzado en la cruz. Alabamos al Señor Jesús por el regalo de su Madre Santísima, Madre de Dios y Madre de la Iglesia en América Latina y El Caribe, estrella de la evangelización renovada, primera discípula y gran misionera de nuestros pueblos.
  1. La respuesta a su llamada exige entrar en la dinámica del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 29-37), que nos da el imperativo de hacernos prójimos, especialmente con el que sufre, y generar una sociedad sin excluidos, siguiendo la práctica de Jesús que come con publicanos y pecadores (cf. Lc 5, 29-32), que acoge a los pequeños y a los niños (cf. Mc 10, 13-16), que sana a los leprosos (cf. Mc 1, 40-45), que perdona y libera a la mujer pecadora (cf. Lc 7, 36-49; Jn 8, 1-11), que habla con la Samaritana (cf. Jn 4, 1-26).
  1. En América Latina y El Caribe, innumerables cristianos buscan configurarse con el Señor al encontrarlo en la escucha orante de la Palabra, recibir su perdón en el Sacramento de la Reconciliación, y su vida en la celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos, en la entrega solidaria a los hermanos más necesitados y en la vida de muchas comunidades que reconocen con gozo al Señor en medio de ellos.