Sin el trabajo entendido como servicio a los demás, la vida no tendrá sentido hasta su último respiro.

Vegetar, estar sin hacer nada laborioso o decir: estoy jubilado, o estoy muy cansado, mata poco a poco la conciencia humana, se pierde la perspectiva desinteresada del ayudar.

Huyamos de los reconocimientos y las premiaciones. No busquemos hacer lo que nos compete para ser vistos y reconocidos porque recibiremos la peor de las pagas.

Llegar a disfrutar de nuestro trabajo, que deje de ser una carga y que las personas que nos circundan allí ya no sean nuestros torturadores es una meta a alcanzar.

La vía para ello es declararse a toda hora y delante de todos:

«solamente soy un sirviente, no quiero más, solo estoy aquí para hacer mejor la vida de otros menos afortunados, como lo hizo Cristo Cordero, su Madre, la Esclava y como José, el Santo y Casto Obrero».