Celebramos el Domingo último del Adviento. Lo dedicamos a la Virgen María Encinta que nos invita a su casa del Pan, Belén.

La voluntad de Dios que todos comamos del mismo Pan y beber del Manantial, porque el agua no tiene color, es para todas las razas y destinada para todas las culturas.

María, la Madre más bondadosa, la que siempre está atenta y presente.

Madres, ¡No sean ausentes, no esten ocupadas en banalidades!

Dediquense por entero a sus hijos y serán solamente así las mujeres más felices, empoderadas y realizadas.

La familia y los hijos lo son todo. Por tanto, la celebración de las Navidades pide un cena ligera, sobria y sencilla.

La prioridad es ir juntos a la Santa Misa del alumbramiento del Salvador.

Comulgar del Cuerpo y la Sangre del Niño Dios es el centro y la finalidad del tiempo en que floceren las plantas rojas de Pascua.

No dejen que sus hijos salgan a las calles a buscar peligros y el mal que cunde entre los que solo creen en los placeres y el dinero.

En esa noche, en que nace la Paz del mundo, recogerse bien tempranito para poder celebrar cada día cantando el Gloria y resonando las campanas en la Semana de la Octava en que ha nacido al único que nos da la verdadera felicidad: a Jesús Eucaristía.

¡Vamos a cantar ahora el Magnificat con María que nos trae la Verdadera Navidad!

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
—como lo había prometido a nuestros padres—
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.