Una de las páginas más sublimes y principales del Evangelio: la vocación de Pedro Pescador.
Para la Barca de la Iglesia Jesús no ha buscado a sabios ni a ricos.
Elige para presenciar el milagro de la pesca Milagrosa a un hombre que solo sabía repartir la pesca de cada día para alimentar a los demás. A un hombre que cae de rodillas y dice en constante penitencia: ¡apártate de mi Señor que soy un pecador!.
Jesús en la Eucaristía nos mira a los ojos, sonrie porque nos eligió desde antes de la creación del mundo para realizar su misión con nuestra vida.
En los mares de nuestro bautismo nos ha llamado por nuestro nombre para que navegar por sus otros mares.
Nuestras ansias solo encontrarán descanso en Aquel que nos creó para estar con Él, delante de su Cuerpo y su Sangre adorándole en el más profundo silencio de Comunión de Corazón a corazón, y para que vayamos por este mundo haciendo el bien.
Jesús necesita de nuestras manos y de nuestros cansancios laborales y fatigas en el cuidado de quien más nos necesita para que ellos puedan descansar y encontrar el alivio de la paz duradera.
El Divino Pescador es nuestro Amigo, nunca quiere nuestro mal y está de pie delante de nosotros para ayudarnos con las redes que parecen que no recogerán nada o que se romperán porque nos falta destreza, la ayuda de los otros y por eso merman nuestras fuerzas después de una larga y oscura noche de tanto bregar y bregar.
Hace unas semanas escuché en Misa la canción ya clásica del Pescador de Hombres. Un nuevo significado cobró después de estas décadas de vida sacerdotal.
Pidamos al Pescador Divino que está sea nuestra filosofía de vida.