Actuar como niños es un constante volver a comenzar con la confianza de que el Padre Celestial no desampara a los suyos.

Esta vida es un parto. Algunos naturales, otros deben ser asistidos con carácter de urgencia, otros con duración de labor de parto prolongada, y algunos de riesgo.

El misterio del dolor y el sufrimiento escapa a nuestros razonamientos y afán de controlar lo que siempre se nos escapará de las manos como la enfermedad, las penurias, carencias y la muerte.

Más en cada uno de esos momentos en que jóvenes, adultos y ancianos reaccionamos con llanto, miedo y angustia, allí estará la Virgen María para consolarnos, junto a San José, con nuestra familia de los Santos del Cielo y nuestros familiares que ya partieron, para darnos consuelo, aguante y el anhelo de que todo irá bien, de que todo pasa, que nada nos pertenece, y que se abre hacia el horizonte la esperanza de que al compartir la dolorosa pasión del Señor y de María Santísima, Nuestra Madre, muchos serán redimidos y sus pecados perdonados, de que habrá una reconciliación maravillosa de todos en el Cielo y que toda carencia y soledad enfermiza ya no existirán.

Próximos al inicio de la Cuaresma, pongamos en las manos de María nuestras situaciones, y auxiliemos a los que siempre están en peor condición que la nuestra.