Desbordan nuestra razón que hoy sea el día del anuncio de la traición de Judas Iscariote, y que ocurriese durante la institución del Sacramento de Nuestra Fe: la Eucaristía, lo más sublime de Dios.

Allí se ha manifestado también lo más bajo y atroz de la naturaleza humana.

Desechamos la obsesión enfermiza y autodestructiva de buscar un reino mesiánico de esplendor y dominio.

En cambio, aspiremos a la Comunión de la humildad y el servicio con las personas que padecen el dolor y el mayor de los sufrimientos.

Nos colocamos del lado de Jesucristo y nos unimos a su sacrificio pascual, quien no quedó ultrajado ni avergonzado.

Mañana iniciaremos el Triduo Pascual. Pedimos perdón por ser infieles, ingratos e indiferentes. Desecharemos ese rumbo. Asumamos la vida de la Iglesia Pascual.

Nos dedicaremos al servicio de los que anhelan la paz, el trabajo y la libertad del Reino de Dios.