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Pasará un tiempo antes de que podamos abrazarnos libremente de nuevo. ¿Qué significa eso para nuestra salud mental?
Allá por junio, unas cuantas centenas de epidemiólogos y expertos en enfermedades infecciosas entrevistados por The New York Times dijeron que probablemente pasaría un año o más antes de que se sintieran cómodos al abrazar o al estrecharle la mano a un amigo. El 39 por ciento dijo que probablemente necesitarían de tres a 12 meses (también vale la pena mencionar que muchos dijeron que de todos modos nunca saludaban de mano a nadie).
Incluso para el resto de nosotros que no somos epidemiólogos, tocar a otras personas como solíamos hacerlo se ha transformado en una fuente de estrés —y una negociación de límites individuales— inexistente antes de la pandemia.
Algunas personas han pasado muchos meses sin tocar a nadie: fue una de las primeras cosas que nos advirtieron que no hiciéramos, incluso antes de que el distanciamiento social, las mascarillas y las órdenes de permanecer en casa se volvieran parte de la nueva normalidad. Con el tiempo, la falta de contacto físico puede ocasionar una privación del tacto, lo cual a su vez puede generar problemas de salud como ansiedad y depresión, de acuerdo con Tiffany Field, directora del Instituto de Investigación del Tacto de la Universidad de Miami, que tiene un doctorado en psicología del desarrollo.
Field dice que el tacto es “la madre de todos los sentidos” y, en su libro Touch publicado en 2001, sostiene que la sociedad estadounidense ya estaba muy necesitada de contacto físico, mucho antes de que el coronavirus exacerbó la situación.
Al preguntar a las personas qué tipo de contacto físico extrañaban más, la respuesta fue idéntica para todos los que entrevisté: abrazos. Anita Bright, de 51 años, profesora de la Universidad Estatal de Portland en Oregon, que recordó no haber podido abrazar a una alumna que defendió su tesis a inicios de marzo, dijo que sobre todo extrañaba los abrazos más estrechos y duraderos que se dan cuando las personas se vuelven a ver.
Jo Carter, de 50 años, coordinadora de proyectos en la Universidad de Wisconsin, campus Madison, vive sola y contó que, antes de la pandemia, con frecuencia pagaba para que le hicieran masajes y pedicuras a fin de sentir el roce de otra persona con cierta regularidad. Durante el confinamiento, se percató de que estaba más arisca e inquieta de lo normal, dijo que era algo parecido al mal humor que uno siente cuando tiene hambre.
Además de dormir con una manta pesada (las llamadas mantas antiansiedad), Carter ha empezado a abrazar el oso de peluche que tiene desde la primaria.
Sarah Kay Hanley, de 41 años, que trabaja en el área de cumplimiento de instituciones bancarias en Oregon City, Oregón, hace poco soñó que tocaba la cabeza recién rapada de su amigo, a quien había visto en una videollamada. Inmediatamente sintió un hormigueo en sus manos al recordar la sensación que provocan esos pelitos cortados.
“Se siente cálido e hirsuto si lo frotas en una dirección, y suave de la otra”, dijo Hanley, quien antes trabajaba como estilista. La gente con cabello rapado frota su cabeza contra tu mano como un gato cuando lo acarician”, contó. Dijo también que la falta de contacto físico la hacía sentir “absolutamente desconectada de entender cómo me sentía en términos físicos”.
Para Jenna Cohan, de 32 años, quien realiza trabajo de defensoría para situaciones de violencia doméstica y sexual en Portland, Oregón, los recordatorios eran incesantes. Al asomarse por su ventana veía perros paseando y se daba cuenta, una y otra vez, de que no podía estar afuera acariciándolos.
Bright dijo que no es inusual ver que los hijos de sus colegas y estudiantes aparecen en una videollamada de Zoom y tocan o abrazan a sus padres. Hace poco, cuando la hija de cinco años de un colega hizo eso, Bright, como un acto reflejo, hizo un gesto de abrazo.
Al inicio de la pandemia, de repente empezó a chocar los dedos con las ramas de los árboles en un parque cercano adonde va a caminar todos los días. Incluso tiene un árbol favorito en el parque de su vecindario porque muchas veces era el único ser vivo que veía.
“Es la misma sensación corporal que tendría al ‘chocarla’ con una persona”, sostuvo.
Neel Burton, psiquiatra y autor de los libros Hypersanity: Thinking Beyond Thinking y Heaven and Hell: The Psychology of the Emotions, cree que el tacto es el más relegado de nuestros sentidos.
En 2017, Burton, que vive en Oxford, Inglaterra, escribió un artículo en la revista Psychology Today sobre cómo se origina esta desatención y la aversión al tacto que en ocasiones es cultural. Esta aversión también podría dictar, explicó, cuándo y cuán intensamente podría anhelarse el contacto físico: la edad, la genética, las estrategias de afrontamiento y la frecuencia del contacto antes de la pandemia son los otros factores determinantes.
“Algunas personas podrían sentirlo al cabo de una semana, otras quizá nunca”, afirmó Burton. “Es indudable que la idea de que hipotéticamente no puedes tocar a nadie, como ver a un amigo o recibir un masaje, hace que el deseo sea peor de lo que sería en circunstancias normales”.
Un estudio de 2013 encontró que el tacto era el comportamiento no verbal más importante en la labor de enfermería al tratar a pacientes mayores. “En la senectud, el hambre táctil es más poderosa que nunca, porque es la única experiencia sensorial que les queda a las personas mayores”.
A Trevor Roberts, psicoterapeuta en Bournemouth, Inglaterra, le preocupa que la gente se acostumbre a estar sola, aislada y sin tocar a nadie. “No tocar a otros será algo normal, no visitar a la familia y solo hablar con ellos por Skype. No hay sustituto para el contacto humano”, expresó.
Field, del Instituto de Investigación del Tacto, describió un tratamiento como “mover la piel”. La acción no es solo acariciar, según ella, sino mover tu piel con la suficiente fuerza para dejar hendiduras y tocar los receptores de presión.
¿Otras maneras de mover la piel? Masajes del cuero cabelludo, hacer abdominales cortos, cepillarte todo el cuerpo en la tina, usar ropa de compresión o tan solo rodar por el suelo puede detonar los receptores de presión. De la misma manera, colocar una bolsa de 4,5 kilogramos de arroz, harina o cualquier material suave sobre tu pecho tendrá el mismo efecto que una manta pesada, según Field. También cree que hacer yoga es tan eficaz como recibir un masaje.
Roberts sugirió buscar texturas diferentes. Acariciar y concentrarse en la sensación de las superficies sedosas, peludas, lisas e incluso ásperas, dijo, puede despertar la parte cinestética de nuestra mente.
“Algunas personas aisladas lo estaban incluso antes de que todo esto comenzara”, dijo Burton. “Me gusta la idea de una burbuja, por la cual un hogar puede traer a una persona aislada de otro hogar”.
Los límites del contacto físico
Hace unos meses, Carter invitó a un amigo platónico que es soltero y quien también vive solo a ser parte de su “burbuja de covid”.
“Ese primer abrazo fue hermoso y extraño a la vez, como si debiera ser más especial de lo que fue”, dijo. “A esas alturas, ya estaba tan poco acostumbrada a ser tocada que ni siquiera me sentía segura de que estaba bien, a un nivel visceral”. Carter dijo que su amigo es “bueno para abrazar y un buen amigo, así que estuvo bien, pero tuvimos que hacerlo un par de veces para sentirnos cómodos”.
Cada quien vive en su casa, pero toman precauciones parecidas y se ven varias veces a la semana. “Podemos pasar el rato, sin mascarillas y sin una sana distancia de dos metros”, dijo Carter. “Es decir, actuamos como si viviéramos en el mismo hogar”.
Sentirse cómoda con esa idea y hablarlo con un amigo le tomó meses. Pero hace unas semanas agregaron a dos gatitos a su burbuja: Merry y Pippin.
“Ambas decisiones las tomé pensando en los meses más fríos, cuando creo que estaré aún más necesitada de contacto”, dijo Carter. Espera aumentar su burbuja a diez humanos para el invierno.
Cohan, en Portland, se ha encontrado aún más cautelosa que la mayoría de la gente, no tan nerviosa por sí misma cuando se trata del virus, sino por querer hacer lo posible para no contagiar a otros.
“He abrazado a una sola persona”, dijo, y era una amiga que venía de visita de fuera de la ciudad y ambas usaron cubrebocas. “No voy a entrar en las casas o invitar a la gente a la mía. He visto a mi familia una vez, al aire libre”.
Bright, por otro lado, voló para ir a ver a sus padres y los abrazó, pero no sin una gran ansiedad ante la perspectiva de infectarlos. Hanley, también, abrió su hogar para incluir a su hermana. Después de no poder ver a una tía que murió o visitar en el hospital a un amigo que había sufrido un derrame cerebral, dijo que la decisión de no estar más sola no era difícil.
“Los efectos en mi salud mental después de no tener contacto durante meses se estaban volviendo francamente aterradores”, dijo Hanley. “La única solución era encontrar maneras de tener un poco más de contacto humano”.
Hanley se inscribió en un gimnasio de capacidad reducida donde se toman precauciones como la temperatura y la desinfección frecuente; los miembros tienden a chocar los cinco con distanciamiento social. También ha recibido a cinco amigos en diferentes momentos en su casa pero no cierra los ojos ante el riesgo. Carter lo llamó “créditos de riesgo de contacto”.
“Conocí a un nuevo ejecutivo, y él me dio la mano”, dijo Carter. “Qué mala razón para gastar créditos de ‘riesgo de contacto’, ¿sabes? Prefiero estrechar la mano de un amigo o de alguien que signifique algo para mí”.
Fuente: NY Times