En la noche duermen poco y tienen sueños aterradores. Durante el día experimentan ataques de pánico y repasan escenas del pasado. Todos están exhaustos y algunos piensan en el suicidio. Tienen temor a sus propios pensamientos y lo que estos puedan impulsarlos a hacer.
Vladyslav Ruziev, un sargento ucraniano de 28 años, tiene pesadillas recurrentes sobre su experiencia de haber quedado atrapado con su unidad el invierno pasado, sin poder hacer nada acerca de la constante artillería rusa, del tremendo frío, de los compañeros que vio perder brazos y piernas. “En ocasiones, había tantos heridos en el suelo, que los vehículos de evacuación pasaban por error sobre los cuerpos en ese caos”, comentó, recordando las escenas que presenció en el frente de combate a principios de este año.
Esa necesidad está aumentando y supera por mucho la capacidad que tiene Ucrania para atenderla, como descubrió una periodista de The New York Times en sus visitas a las instituciones que ofrecen esa atención y en entrevistas con soldados, terapeutas y médicos.
Andriy Remezov conoce ese sufrimiento demasiado bien: después de haber ido en 2014 a pelear contra las fuerzas aliadas rusas en el este, regresó a casa y su vida se fue en picada.
“Me volví adicto a las drogas y al alcohol e incluso pensé en suicidarme, pero mis compañeros me rescataron”, señaló Remezov, de 34 años. Recibió tratamiento, se convirtió en psicólogo y se casó.
El año pasado se reincorporó al ejército. En un viaje de dos días a Kiev, la capital de Ucrania, mientras tomaba café en la cocina con su esposa, Marharyta Klyshkan, nos explicó que cada vez que deja el frente de combate, pasa algún tiempo tranquilo repasando lo que ha padecido “para poder ponerlo en un anaquel de mi mente”. De otra manera, comentó, “toda esta información simplemente puede desestabilizarme”.
El sistema de salud mental de Ucrania solo puede manejar una pequeña parte de las necesidades, señaló, y la mayoría de los soldados comete el error de tratar de salir adelante por sí mismos, como él solía hacerlo.
Unos pocos centros de Ucrania atienden los traumas mentales a través de psicoterapia tradicional y tratamientos alternativos: estimulación eléctrica, pasar tiempo en compañía de animales, yoga, terapia acuática, entre otros.
En Lisova Polyana, un hospital cercano a Kiev, los terapeutas usan “terapia biosugestiva”, que es una combinación de conversación, música y contactos en la cabeza, el pecho, los hombros y los brazos. Incluso el hecho de que los peluqueros les corten el cabello puede ser terapéutico, ya que esto se trata de un encuentro seguro con un extraño, lo cual da una sensación de rutina y de cuidados.
Este hospital atiende a soldados tanto con heridas psicológicas como físicas, entre ellas lesiones en el cerebro, como las conmociones cerebrales. “Ahora, esto se ha vuelto una epidemia debido a que la artillería rusa es como la lluvia”, mencionó Ksenia Voznitsyna, la directora, quien añadió: “También trabajamos con quienes fueron torturados durante cautiverio a manos de los rusos”.
Es posible que a los hombres endurecidos por la experiencia les cueste trabajo bajar la guardia. Para algunos, el contacto es amenazante. En una sesión de grupo, los combatientes hipervigilantes tuvieron problemas para seguir las instrucciones de mantener los ojos cerrados. Uno de ellos se agitaba sin poder controlarse.
Por ahora, el objetivo se limita a que estén lo suficientemente bien como para regresar al frente de batalla. La recuperación a largo plazo tendrá que esperar.
En una rotación previa lejos del frente de combate, Maksym, de 35 años, atacó a su compañero de habitación en la noche pensando que el soldado era un enemigo ruso. Después de eso, insistió en tener una habitación para él solo.
El zumbido de las abejas en su cabeza lo ponía en alerta porque creía que eran drones. Un campo de tiro le hizo recordar vívidamente una experiencia real de combate.
“Perdimos a casi todos los soldados de mi unidad”, comentó. “A veces lloro. Cuando me estoy quedando dormido, puedo volver a visualizarlo”. Añadió: “Recuerdo los rostros de todos nuestros compañeros muertos”.
Para Maksym, las terapias no tenían mucho sentido en este periodo, el segundo para él, en un centro de rehabilitación a las afueras de Járkov, en el noreste. Pero al igual que muchos soldados, estaba atrapado en medio de los horrores del frente de combate y de la sensación de que era el único lugar al que pertenecía.
“En el frente de combate yo sé cuáles son mis tareas y mis deberes”, comentó. “Pero aquí no lo sé”, y añadió: “Tal vez algún día cuando termine la guerra aquí, iré a otra zona de combate en otro lugar”.
Entre una sesión de terapia y otra, Maksym se sentaba afuera, lejos de los demás, fumando y mirando a lo lejos con una mano aferrada a la parte posterior del cuello. No podía evitar revivir mentalmente cada movimiento que realizó durante el combate, atormentado por la culpa.
Sin embargo, mencionó que regresaría al frente porque no podía decepcionar a sus compañeros soldados. Días después, volvió a unírseles.
En una tarde soleada en Kiev, decenas de soldados uniformados se reunieron en el Centro de Rehabilitación Spirit, para hacer algo que la mayoría nunca había hecho: montar a caballo.
Un instructor condujo a los hombres sobre el caballo alrededor de un granero, les pidió que realizaran ejercicios para los brazos y a que se inclinaran y abrazaran a sus caballos. Uno de los soldados mostró una amplia sonrisa mientras rodeaba con los brazos el cuello de su caballo.
“Están aprendiendo a montar, pero esto también hace que se enfoquen, que estén en el aquí y el ahora, que estén presentes”, comentó Ganna Burago, fundadora del programa de terapia equina.
Posteriormente, Burago reunió a los soldados en círculo y les preguntó cómo los hacía sentir esa experiencia. Uno de los soldados dijo que lo hacía feliz, una emoción que no esperaba volver a sentir.
Fue la última sesión de este tipo. El programa tuvo que ser cancelado por falta de fondos.
“No puedes entender porque no lo has olido, no has escuchado los sonidos, no conoces la sensación de lo que es matar a alguien”, dijo Maksym.
Oleksiy Kotlyarov, un cirujano militar de 36 años, todos los días ve el equivalente de años de heridas espeluznantes en una estación médica con poco personal ubicada cerca del frente, bajo los bombardeos incesantes, y con un mínimo de descanso. Como padece depresión, ataques de pánico y episodios de llanto, le han diagnosticado trastorno por estrés postraumático o TEPT.
En el campo de batalla, donde tiene que hacer una labor crucial, dice que se ha adaptado al miedo, pero en la capital, donde hay aglomeraciones y señales de vida cotidiana, se siente fuera de control.
En el frente, “todo está gris y destruido”, dijo. “Aquí, la gente está sonriendo, tomando café. Allí todos sufren”.
Gran parte del tratamiento que reciben los soldados, como esculpir arcilla y fisioterapia, los vuelve a familiarizar con un mundo que no es amenazante, facilitándoles el contacto ordinario con otros, incluidos los civiles, mientras ocupan sus cuerpos y mentes.
“Al principio, los soldados están renuentes a la terapia a través del arte”, dijo Iaroslav Chabaniuk, instructor de cerámica en el centro médico del Ministerio del Interior en Kiev. Pero, agregó, “les da un descanso de sus propios pensamientos”.
Los soldados y quienes los tratan dicen que Ucrania apenas está comenzando a lidiar con una crisis de salud mental que es profunda y durará años.
Klyshkan, la esposa de Remezov, dijo que ser alegre, paciente y solidaria con él requería mucha energía, una necesidad que no desaparecerá pronto. Consideró conseguir un trabajo remunerado, pero decidió que no podía hacer ambas cosas.
“Lo más importante es que no espero que sea la misma persona que era la última vez que nos vimos”, dijo.
Anton Kosianchuk, de 22 años, uno de los soldados que recibe tratamiento en Lisova Polyana en Kiev, señaló un tatuaje en su bíceps de una cara demoníaca que grita.
“Este es el reflejo de mi condición interior”, dijo.
Kotlyarov reflejó el sentimiento de muchos soldados cuando afirmó: “No soy la misma persona que era antes de esta guerra. No tengo mucha empatía, he llegado a tolerar la violencia”.
Fuente: bbc.com/mundo