Stephen J. Martin se percató de que había grandes montículos, algunos de 3 metros de alto por 9 metros de ancho, al costado de la carretera mientras conducía por una zona remota del noreste brasileño.
“Después de veinte minutos, seguíamos pasando a su lado y pregunté: ‘¿Qué son?’”, relató Martin, un entomólogo de la Universidad de Salford en Inglaterra que estaba en Brasil debido a una investigación sobre la disminución de las abejas melíferas a nivel mundial.
Martin pensaba que podía tratarse de tierra apilada que había quedado de la construcción de la carretera. En cambio, sus compañeros le respondieron lo siguiente: “Ah, son solo montículos de termitas”.
Martin recordó su respuesta incrédula: “Les pregunté: ‘¿Están seguros?’. Y me respondieron: ‘Bueno, no sabemos. Eso creemos’”.
En un viaje posterior, Martin se encontró de casualidad con Roy R. Funch, un ecólogo de la Universidad Estatal de Feira de Santana en Brasil, quien ya había hecho arreglos para llevar a cabo un fechado radiactivo a fin de determinar la edad de los montículos.
“Le dije: ‘Míralos, debe haber miles de estos montículos’. Y me respondió: ‘No, hay millones’”.
Funch también calculó menos.
En un artículo publicado el 19 de noviembre en la revista Current Biology, Martin, Funch y sus colegas informaron sobre los hallazgos de varios años de investigaciones.
¿Cuántos montículos? Alrededor de doscientos millones, estimaron los científicos.
“Están por todas partes”, comentó Funch.
Los montículos en forma de cono son la obra de la Syntermes dirus, una de las especies de termita más grandes del mundo con su casi centímetro y medio de largo. Los montículos, separados en promedio por unos 18 metros, están desperdigados sobre un área tan grande como el Reino Unido.
“Los humanos nunca hemos construido una ciudad tan grande, en ningún lugar”, afirmó Martin.
A los científicos también les sorprendió cuando recibieron los resultados del fechado radiactivo de once montículos. El más joven tenía cerca de 690 años. El más antiguo era de al menos 3820 años, o de una edad cercana a las grandes pirámides de Guiza en Egipto. “Saber eso me impresionó”, comentó Funch.
Martin mencionó que usaron la edad mínima sugerida por los datos, pero es posible que el montículo más antiguo tenga más del doble de esa edad.
Los científicos también estimaron que, para construir doscientos millones de montículos, las termitas excavaron 10 kilómetros cúbicos de tierra, un volumen equivalente al de unas cuatro mil grandes pirámides de Guiza. “Este es el mejor ejemplo conocido de un ecosistema diseñado por una sola especie de insecto”, escribieron los científicos.
Otra sorpresa fue que los montículos resultaron ser solo montículos.
Otras termitas construyen montículos con complicadas redes de túneles que proveen ventilación a sus nidos subterráneos.
Sin embargo, después de cortar algunos de los montículos, Funch y Martin encontraron un solo tubo central que llevaba hasta la parte más alta, y nunca dieron con ningún nido.
Estos montículos no eran estructuras de ventilación, sino simples montones de tierra apilada. Conforme las termitas excavaban las redes de túneles debajo del paisaje, necesitaban un lugar donde poner la tierra que habían excavado. Por lo tanto, llevaban la tierra por el túnel central hasta la parte más alta de un montículo y la lanzaban para afuera.
Eso también podría explicar el espacio regular entre los montículos. Al principio, Funch y Martin pensaron que era el resultado de colonias que competían entre sí. No obstante, cuando pusieron a una termita de un montículo al lado de otra de un montículo vecino, no hubo conflicto, lo cual indicó que eran de la misma familia.
Concluyeron que el patrón era simplemente un espaciado eficiente de pilas de basura.
Los montículos jóvenes y activos llegan a medir entre 1,2 y 1,5 metros en un par de años, según Funch. La mayoría de los montículos más antiguos parecieran estar inactivos. Los científicos no saben si esto quiere decir que las termitas los abandonaron o si nada más no tienen la necesidad de seguir excavando en el área después de construir los túneles que necesitan.
Aunque la gente que vive en la región sabía de los montículos de termitas, solo pocos forasteros tenían conocimiento de ellos. Bosques de arbustos conocidos como caatinga ocultaban la extensión de las construcciones de las termitas.
“Por eso pasaron desapercibidos durante tanto tiempo”, aseguró Funch. “No se les ve entre la vegetación endémica. Además, no pasan muchos científicos por aquí”.
La mayor parte del año, con temperaturas que llegan a los 37 grados Celsius o más, los árboles son de color blanco chamuscado. El paisaje se torna verde tras una breve temporada de lluvias, después se caen las hojas y el paisaje se vuelve a desolar.
“Estas termitas viven de las hojas muertas y se pueden alimentar una vez al año”, explicó Martin.
Debido a que se habían desbrozado algunas partes del bosque, los montículos se volvieron visibles y, hace más o menos una década, las imágenes satelitales de Google Earth tuvieron la nitidez suficiente como para que Funch pudiera divisar montículos individuales. Se dirigió a algunos de los sitios para verificar que los montículos estuvieran ahí.
Martin comentó que quería entender mejor la interconexión entre los insectos y la vegetación. Cuando se tala una parte del bosque, los montículos permanecen, pero las termitas se van porque ya no hay hojas que puedan comer.
Los científicos también quieren observar a las termitas durante el periodo más activo de alimentación posterior al crecimiento del bosque y estudiar qué hacen los insectos el resto del año.
Fuente: NY Times