Por DAVID RUIZ MARULL
El terremoto que sufrió Bolivia en 1994 ha permitido a los investigadores recabar datos sobre esta capa situada entre el manto superior e inferior
A unos 320 kilómetros de La Paz, la capital de Bolivia, se situó el epicentro. El terremoto de 8,2 grados de magnitud, el segundo más grande jamás registrado, sacudió la tierra desde Argentina hasta Canadá y provocó daños materiales en ciudades como Sao Paulo, Toronto u Ontario. Pero el seísmo también tuvo una consecuencia positiva: abrió la posibilidad de descubrir un ‘mundo perdido’ con montañas y valles a 660 kilómetro bajo la superficie.
Los investigadores no se han visto obligados a realizar ningún Viaje al centro de la Tierra para realizar este sorprendente hallazgo. Les ha valido con utilizar las olas más poderosas del planeta, generadas por terremotos masivos. “Quieres un gran seísmo para que todo el planeta se estremezca”, explica la geofísica Jessica Irving, de la Universidad de Princeton.
Se entiende que el planeta tiene tres capas: la corteza, el manto y el núcleo (interno y externo)
En términos generales, se entiende que el planeta tiene tres capas: la corteza, el manto y el núcleo (interno y externo). Los científicos, sin embargo, consideran que esta distinción excluye a varias capas que ya han sido identificadas en el interior de la Tierra, incluidas las zonas de transición dentro del manto.
Irving y su compañero Wenbo Wu, en colaboración con Sidao Ni del Instituto de Geodesia y Geofísica de China, encontraron montañas y otra topografía sobre la base de la zona de transición, una capa de 660 kilómetros bajo la superficie que separa el manto superior e inferior y que, como no tiene aún un nombre formal, la llaman simplemente “el límite de 660 kilómetros”.
Con los análisis en la mano, publicados en la revista Science , los expertos se sorprendieron por lo rugoso que es ese límite: más áspero que la capa superficial en la que vivimos. “Hay una topografía presente en ese límite más fuerte que las Montañas Rocosas o los Apalaches”, añade Wu. El modelo no permite realizar determinaciones precisas de altura, pero existe la posibilidad de que estas montañas sean más grandes que cualquier otra en la superficie de la Tierra.
El abrupto terreno tampoco se distribuye por igual. Al igual que en la corteza terrestre hay lisos fondos oceánicos y montañas masivas, el límite de 660 km tiene áreas abruptas y planicies lisas. Los investigadores también examinaron una capa a 410 kilómetros hacia abajo, en la parte superior de la “zona de transición” del manto medio, y no encontraron una rugosidad similar.
El límite de 660 km tiene áreas abruptas y planicies lisas
Los grandes terremotos son mucho más poderosos que los pequeños, ya que la energía aumenta 30 veces más con cada escalón en la escala de Richter. Los terremotos profundos, además, ”en lugar de desperdiciar su energía en la corteza, pueden hacer que todo el manto siga funcionando“, apunta Irving en un comunicado.
De ahí que la mejor información se obtenga de temblores con una magnitud mínima de siete grados, ya que las ondas de choque que envía en todas direcciones pueden viajar a través del núcleo hacia el otro lado del planeta, y viceversa. ”Seísmos tan grandes no aparecen muy a menudo”, afirma la geóloga.
La mejor información se obtiene de temblores con una magnitud mínima de siete grados
“Tenemos suerte ahora que tenemos muchos más sismómetros que hace 20 años”, añade Jessica Irving. Las potentes ordenadores actuales, como el grupo de supercomputadoras Tiger de Princeton, juegan también un papel capital a la hora de recoger datos. Y esta tecnología depende de una propiedad fundamental de las olas: su capacidad para doblarse y rebotar.
Al igual que las ondas de luz pueden reflejarse en un espejo o refractarse cuando pasan a través de un prisma, las ondas sísmicas viajan directamente a través de rocas homogéneas, pero rebotan o se doblan cuando se encuentran con algún límite o rugosidad. ”Sabemos que casi todos los objetos tienen asperezas en la superficie y, por lo tanto, dispersan la luz”, completa Wu.
La suerte es que ahora hay muchos más sismómetros que hace 20 años
“Es por eso que podemos ver estos objetos: las ondas dispersas llevan la información sobre la rugosidad de la superficie. En este estudio, investigamos las ondas sísmicas dispersas que viajan dentro de la Tierra para limitar la rugosidad del límite de 660 kilómetros de la Tierra“, añade este investigador.
”Las capas profundas de la Tierra son tan complicadas como lo que observamos en la superficie”, apuntan. La presencia de este terreno escabroso e intrincado en el límite de 660 km tiene implicaciones significativas para comprender cómo se formó y sigue funcionando el planeta, ya que esa capa divide el manto, que constituye aproximadamente el 84% del volumen de la Tierra.
Las capas profundas de la Tierra son tan complicadas como lo que observamos en la superficie.
Los científicos han debatido durante mucho tiempo el destino de las losas del lecho marino que son empujadas hacia el manto en las zonas de subducción, las colisiones que ocurren en todo el Océano Pacífico y en otras partes del mundo. Wu e Irving sugieren que los restos de estas losas ahora pueden estar justo por encima o justo por debajo del límite de 660 km.
”Lo que es emocionante de estos resultados es que nos brindan nueva información para comprender el destino de las antiguas placas tectónicas que han descendido al manto, y donde aún podría residir el material del manto antiguo”, concluyen.
Los resultados permiten comprender el destino de las antiguas placas tectónicas que han descendido al manto.
Fuente: ABC.es