Desde hace cincuenta años, el uso de las nalgadas como correctivo ha ido en descenso, pero ¿qué hay de los gritos? Casi todo el mundo les grita a sus hijos en algunas ocasiones, incluso los padres que saben que no funciona. Actualmente, gritar podría ser la tontería más generalizada en cuanto a crianza.
En los hogares donde los gritos son recurrentes, los niños tienden a desarrollar una baja autoestima e índices más altos de depresión. Un estudio de 2014 publicado en The Journal of Child Development comprobó que gritar produce en los niños secuelas similares al castigo físico: altos niveles de ansiedad, estrés, depresión y un aumento de los problemas de conducta.
A lo largo de tu vida como padre, ¿cuántas veces has pensado, después de gritarles a tus hijos: “Fue una buena decisión…”?
Gritar no hace que te vean como alguien con autoridad, sino como alguien fuera de control. Te hace ver débil. Siendo sinceros, estás gritando porque eres débil. Gritar, incluso más que dar nalgadas, es la reacción de una persona que ya no sabe qué más hacer.
Pero a la mayoría de los padres —y me incluyo— nos cuesta trabajo imaginar cómo llegar al final del día sin gritar. La reciente investigación acerca de los gritos plantea a los padres dos dificultades relacionadas: ¿qué hago en lugar de gritar? y ¿cómo dejo de hacerlo?
No nos referimos a gritarle a tu hijo cuando corre hacia el tránsito vehicular, sino a hacerlo para corregirlo. Gritar con el fin de reformar una conducta no es eficaz y lo único que logra es infundir el hábito de los gritos en los niños. Les gritamos a diario por las mismas razones, y luego les gritamos aún más fuerte porque el primer grito no funcionó. Recoge tu ropa. Baja a cenar. No te montes en el perro. Deja de golpear a tu hermano.
El solo hecho de saber que gritar está mal no sirve, opinó Alan Kazdin, profesor de Psicología y Psiquiatría Infantil en Yale. Gritar no es una estrategia, es un desfogue.
“Si tu objetivo como padre es la catarsis, sacar el enojo del cuerpo y demostrar lo enfadado que estás, entonces gritar está perfecto”, dijo Kazdin. “Si la meta es modificar una conducta del niño o desarrollar un hábito positivo, esa no es la manera de lograrlo”. Hay otras estrategias que no involucran gritar como loco.
Muchas personas creen que el enfoque positivo es una especie de pereza, como si los padres positivos no disciplinaran a sus hijos. Pero no gritar requiere de una planeación concienzuda y de mucha disciplina de parte de los padres, a diferencia de lanzar gritos.
Kazdin promueve un programa llamado el ABC (por el acrónimo en inglés de antecedentes, conductas y consecuencias). El antecedente es el punto de partida, decirle al niño, con antelación y de forma específica, lo que quieres que haga. Las conductas, buenas o malas, las definen y moldean los padres. Y las consecuencias involucran una expresión de aprobación cuando se realiza la conducta, una especie de ovación desmesurada estilo Broadway, gritando a los cuatro vientos y acompañada de un gesto físico de aprobación.
Así que, en lugar de gritarle a tu hijo todas las noches porque dejó los zapatos tirados en el piso, pídele por la mañana que, al llegar a casa, los guarde. Asegúrate de hacer lo mismo cuando tú llegues a casa. Si tu hijo obedeció o colocó los zapatos cerca del lugar donde deben estar, dile que hizo un gran trabajo y luego dale un abrazo.
El método del elogio del ABC requiere de mucha especificidad. Debes ser efusivo, de modo que tendrás que sonreír como tonto e incluso hacer aspavientos con las manos. Lo siguiente que debes hacer, es decir, con una voz muy alegre y un tono alto, cuál es la conducta específica que estás elogiando. Por último, tienes que tocar al niño y darle algún tipo de elogio no verbal. La actitud boba es una característica, no un fallo. Hace que el niño note el elogio que acompaña el buen comportamiento. Y ese es el punto.
“Buscamos crear hábitos”, dijo Kazdin. “Esta práctica modifica el cerebro y, en el proceso, las conductas que buscabas eliminar (toda clase de berrinches y discusiones) simplemente desaparecen”. Es más, señaló, “como efecto secundario, al realizar estas acciones, la depresión y el estrés de los padres se reducen y las relaciones familiares mejoran”.
Si nuestros hijos se comportan mejor, no sentiremos la necesidad de gritar; y, si no gritamos, nuestros hijos se comportarán mejor.
Lo maravilloso de tener un sistema es que, en lugar de reaccionar ante las malas conductas de tus hijos, en lugar de esperar a que se equivoquen y luego te molestes, ya tienes un plan preparado. Pero esta planeación requiere disciplina por parte de los padres, y eso es complicado. “Sabemos que los humanos tienen algo llamado tendencia a la negatividad”, comentó Kazdin. “El tecnicismo que se utiliza en psicología para esa tendencia es ‘normal’. Es algo que está en el cerebro y que nos hace mucho más sensibles a las cosas negativas que nos rodean”.
Estamos diseñados para gritar. Es un instinto de supervivencia que ha afectado a aquellos a quienes se suponía que debía proteger. Es difícil dejar de gritar porque nos da la impresión de que estamos educando a nuestros hijos.
En la década de los sesenta, el 94 por ciento de los padres recurría al castigo físico. Una encuesta de 2010 reveló que la cantidad se había reducido al 22 por ciento. Es probable que haya muchas razones, entre ellas la influencia de varios expertos en el desarrollo de la niñez. Pero es seguro que una de esas razones está relacionada con que el motivo por el que das nalgadas a tus hijos desaparece cuando tienes una forma más eficaz para modificar su conducta que no incluye violencia. ¿Para qué castigar con golpes, si no funciona? Lo mismo ocurre con los gritos. ¿Por qué gritas? No es por el bien de los niños.
Por último, las técnicas disciplinarias tienen que ser efectivas, tienen que contribuir a superar el día al tiempo que tratas de que tus hijos hagan lo que tú quieres y no lo que ellos quieren. El elogio funciona; el castigo no.