En Nueva York, las autoridades le han declarado la guerra a los mayores contaminantes de la ciudad: los grandes edificios.
Los altos bloques de viviendas y oficinas son el característico paisaje neoyorkino. Pero también, su mayor fuente de gases de efecto invernadero.
Las actividades diarias que ocurren dentro de ellos, como el uso del gas natural, la electricidad, el aire acondicionado y la calefacción, arrojan a la atmósfera de la ciudad el 67% de estos gases, según el Inventario de Emisiones de Gases de Efecto Invernadero publicado por la municipalidad en 2017 (con datos de 2015).
Esta urbe de más de 8 millones de habitantes cuenta con un millón de edificios. Pero solo 50.000 de estos son responsables del 30% de estos gases causantes del cambio climático, según las autoridades locales.
¿Cuáles? Los que tienen un área de al menos 25.000 pies cuadrados (unos 2.322 metros cuadrados). Por eso, la municipalidad aprobó recientemente una normativa sin precedentes que obligará a hacer que estos inmuebles sean más ecológicos.
Activistas y grupos medioambientales de Nueva York llevan años acusando a un tipo de construcción específico de ser la principal fuente de contaminación: los rascacielos.
La Torre Trump
El año pasado, varias entidades ambientalistas entre las que estaban New York Communities for Change (Comunidades de Nueva York por el Cambio) y People’s Climate Movement (Movimiento Popular por el Clima) publicaron un estudio en el que señalaban los inmuebles más contaminantes de la ciudad.
La mayoría eran edificaciones de lujo, entre las que estaba One57, un bloque de 75 plantas que alberga un hotel y 135 apartamentos que cuestan US$17 millones. También, la famosa Torre Trump, de 58 plantas, que acoge la residencia del actual presidente de Estados Unidos.
«Estos son ejemplos de grandes edificios de más de 50.000 pies cuadrados que, suponiendo solo el 2% de los edificios de toda la ciudad, juntos generan alrededor de la mitad de la contaminación climática» de Nueva York, dice el informe.
Metas ambiciosas
Para combatir este problema, la municipalidad aprobó a finales de abril una nueva normativa para exigir que estas edificaciones reduzcan su emisión de gases de efecto invernadero en un 40% para 2030 y continúen haciéndolo después, de modo que en 2050 emitan un 80% menos de gases contaminantes.
Estas son las metas de reducción de emisiones más ambiciosas que se haya impuesto una ciudad. Alcanzarlas no saldrá barato.
Mark Chambers, de la Oficina Municipal de Sostenibilidad, estima que los propietarios de estos inmuebles tendrán que invertir un total que superará los US$4.000 millones, según le dijo al diario New York Times.
Aunque añadió que tras los cambios, se abaratarían los gastos operativos de los edificios, lo que permitiría recuperar lo gastado.
El caso de Nueva York es llamativo. Mientras que, para urbes como Londres combatir el cambio climático comienza con la búsqueda de medidas dirigidas a reducir el tráfico, en la ciudad estadounidense empieza por convencer a los más ricos que consuman menos electricidad, agua y gas en su vida diaria o que inviertan en una forma más eficiente de hacerlo.
Entre estas están instalar aislamiento térmico, lo que puede implicar cambiar todas las ventanas de un edificio, pero también usar fuentes de energía más ecológicas y sistemas de ventilación y calefacción más eficientes.
Fuente: BBC Mundo