Por Miguel Collado*
UN DIA COMO HOY, 11 de enero, pero de 1839, hace 181 años, uno de los máximos exponentes de la historia cultural de la América hispánica, Eugenio María de Hostos y Bonilla, nace en el barrio de Río Cañas, perteneciente al Municipio de Mayagüez, situado al oeste de Puerto Rico. Allí tuvimos el privilegio de dictar una conferencia, en mayo de 2007, sobre las circunstancias de su muerte, acaecida en la ciudad de Santo Domingo el 11 de agosto de 1903.
Y allí, en esa memorable ocasión, fuimos premiados por la vida al conocer a ese ejemplar líder independentista puertorriqueño, ya fallecido, Juan Mari Brás. Fue en el Museo y Centro de Usos Múltiples «Eugenio María de Hostos», donde presentamos nuestro libro Bibliohemerografía hostosiana de autores dominicanos 1876-2003 (2003) como parte del homenaje al prócer puertorriqueño al celebrarse el primer aniversario de la construcción de dicho museo. Don Juan Mari Brás nos honró con su presencia en ese acto.
La gratitud inmensa que el pueblo dominicano le guarda, por su grandiosa obra en pro de la transformación del sistema de enseñanza en la República Dominicana, es la razón por la que Hostos, el sembrador, es considerado un verdadero hijo de la patria de Juan Pablo Duarte y su nombre ocupe lugar privilegiado en la historia dominicana.
Es por eso que, al transcurrir el tiempo y un acto de justicia, el pueblo dominicano reconoce que es Eugenio María de Hostos el indiscutible Padre de la educación moderna en la República Dominicana por su compenetración e identificación con lo dominicano, por su invaluable legado a nuestro país en los campos de la educación y de la cultura en sentido general.
Por todo lo anterior es que consideramos justa la decisión del Estado dominicano al dejar establecido el 11 de enero «Día Nacional de la Educación en República Dominicana» por haber sido ese el día en que nació el más ilustre de los hijos de Puerto Rico. Esa disposición gubernamental está contenida en la Ley No. 541-14, promulgada por el presidente de la República, licenciado Danilo Medina Sánchez, el 25 de noviembre del año 2014, y en su primer considerando reconoce que «Eugenio María de Hostos […] marcó el inicio de una nueva etapa en la historia de la educación dominicana».
A continuación, las palabras que escribiéramos a propósito del 109 aniversario de del fallecimiento del más ilustre de los puertorriqueños, en el 2012, para ser leídas ante su tumba en el Panteón de la Patria, en el marco de una ofrenda floral en su honor realizada por la Liga Hostosiana-Capítulo Rep. Dom., de la cual éramos Vicepresidente-fundador en ese momento:
Tributo a Hostos ante su tumba
«¡Oh, Gran Maestro Eugenio María de Hostos! Hoy, en el 109 aniversario de tu partida física, los hostosianos que no te olvidamos porque sabemos lo que fue tu lucha por la redención de estos pueblos antillanos venimos a rendirte tributo, a ofrendarte, con estas flores, la más profunda y sincera expresión de gratitud por tu luminosa obra transformadora de la enseñanza en la patria de la que fue tu más fiel colaboradora, la eximia poetisa Salomé Ureña de Henríquez, cuyos restos también reposan en este solemne Panteón de la Patria.
Sí, ejemplar Ciudadano de América, fue un día como hoy, 11 de agosto, pero de 1903, a las 11:15 de la noche, durante una perturbación atmosférica, cuando tuvo lugar tu deceso. Rugía la naturaleza con sus rayos y truenos en la Ciudad Primada que te acogió como a un verdadero hijo. Esa naturaleza expresaba su dolor por la muerte de quien tanto la amó. Y es tu hijo Adolfo José de Hostos Ayala (1887-1982), quien, 63 años después de tu triste y definitiva partida, nos describe tus últimos y dramáticos momentos:
Estaba yo solo, junto a su lecho de enfermo en la Estancia Las Marías, en momentos en que no se esperaba un desenlace fatal. De pronto me pareció que su cabeza se ponía enorme, los cabellos blancos caídos sobre las sienes semejaban una aureola de santo que iluminaba su rostro inmóvil. Un súbito brisote acompañado de un trueno lejano, batió las ventanas de su alcoba. Presentí el fin. Acerqué una mejilla a sus labios y me dio su último beso en tierno bosquejo. Apenas balbuceó: “¡Mi mujer, mis hijos¡”, y cerró los ojos para siempre.
Quedé por tan largo tiempo impresionado ―confiesa, con nostalgia, tu hijo agradecido― que, justamente el día del primer aniversario de su muerte, quedéme triste y conturbado como si hubiera cometido un pecado al oír en el vecindario el eco de una alegre cantinela. Nunca se ha apartado de mi mente la idea de que tenía necesariamente que haber auténtica grandeza en el alma de un hombre que se inmola a sí mismo por el bien de la Humanidad, concluye, reflexivo, el cuarto de tus seis amados vástagos.
Las lágrimas vertidas en aquel entonces por ese pueblo compungido que lloraba tu muerte hoy regresan y brotan de nuestros corazones, porque el olvido no ha vencido la luz que emerge de tu recuerdo. Francisco Henríquez y Carvajal, uno de tus más fervientes colaboradores en tu afanosa empresa transformadora del sistema educativo dominicano, fue tu médico de confianza, tu médico de cabecera. En su ofrenda a ti, titulada «Mi tributo», él dice:
Es preciso conocer á Hostos; profundizarlo, para conocerlo; conocerlo, para encantarse en él; encantarse en él, para amarlo; amarlo, para darlo á conocer, para enseñarlo como es él en verdad; conocerlo profundamente, conocer en todo su alcance el gran poder de su mente razonadora y el noble sentimiento que lo animó, que le dio siempre una fisonomía de inacabable bondad, para, tal como es, mostrarlo al pueblo…
Una mujer, una ejemplar educadora, Luisa Ozema Pellerano Castro (1870-1927), una de las primeras graduadas de Maestra Normal bajo el influjo de tus innovadoras ideas, en ese histórico Instituto de Señoritas fundado por la ejemplar educadora Salomé Ureña de Henríquez, pronunció, ante tu tumba, las siguientes palabras elegíacas:
¡Ha muerto el amado Maestro!, era el alarido de dolor inconforme que se exhalaba de todas las almas. Y mi alma, surgiendo de las sombras de ese dolor, se decía á cada instante: ¡Mentira! Es un sueño. El no ha muerto; él no puede morir, porque vive en el espíritu de las generaciones educadas en su apostolado de verdad y amor.
Tenía razón la aventajada discípula de Salomé cuando eso afirmaba en 1903. Y aun la sigue teniendo, porque tú, Gran Maestro, no has muerto; no puedes morir, porque sigues viviendo en el espíritu de los hostosianos que insistimos en mantener viva tu memoria. Por eso estamos aquí, con estas flores paridas por esa naturaleza que amaste y que te amó. ¡Tu luz no se apagará jamás, Eugenio María de Hostos, Ciudadano de la Inmortalidad!»
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*Presidente-fundador del Centro Dominicano de Estudios Hostosianos (CEDEH).