Las habilidades son sumamente maleables. Así como el entrenamiento puede mejorar las habilidades, la ausencia del mismo puede disminuirlas. En otras palabras, las personas olvidan y de ahí el viejo proverbio: “órgano que no se usa se atrofia”.

La rapidez con que las habilidades se deprecian cuando los niveles de entrenamiento son bajos tiene importantes implicaciones para toda una gama de decisiones. Por ejemplo, puede influir en cómo se estructuran los programas de estudio de las escuelas con el fin de dejar abiertas oportunidades para repasar conceptos clave con frecuencia y, así, asegurar mejores aprendizajes. También, puede influir en la transición de los alumnos entre los estudios formales y el trabajo, o en decisiones del propio mercado laboral, dado que es necesario evitar que pasen largos períodos en los que los individuos no trabajen debido al desempleo involuntario o a necesidades familiares.

Si bien desde una perspectiva teórica, es evidente que las habilidades pueden depreciarse, para las políticas públicas es fundamental entender el alcance de la depreciación de las habilidades, sus posibles implicaciones y algunas estrategias generales para abordar este problema. Para afinar la efectividad de estas políticas, debemos preguntarnos: ¿Cuánto tardan las personas en olvidar la información fáctica?

La evidencia muestra que los individuos olvidan rápidamente, sobre todo, durante el período inicial después del aprendizaje. Las “curvas del olvido” documentan la relación entre el porcentaje de información correcta recordada y el tiempo transcurrido desde que la información se aprendió. Un reciente estudio sistemático de la evidencia muestra que después de siete días de aprender un conjunto de palabras, los individuos eran capaces de recordar el 90%; después de 35 días, el 50%; después de 70 días, el 30% y, al cabo de un año, recordaban solo el 15%.

En resumen, el proceso de olvidar es veloz durante las primeras semanas después de aprender una determinada información y luego se estabiliza.

Está claro que la información nueva se olvida rápidamente. Sin embargo, el desarrollo de habilidades requiere mucho más que la memoria. Para arrojar más luz sobre este tema, diversos estudios documentaron cómo el incremento en el nivel de habilidades producto de un entrenamiento adicional se va depreciando luego de que este apoyo adicional se retira.

Para analizar este fenómeno revisamos el caso del Proyecto Preescolar Perry, uno de los estudios más influyentes sobre cómo mejorar las habilidades interviniendo durante la primera infancia.

Este proyecto de investigación se llevó a cabo en los años sesenta en una pequeña ciudad de Michigan, Estados Unidos. Los 123 niños de entre 3 y 4 años que participaron del estudio fueron asignados de forma aleatoria a un jardín infantil de media jornada o a un grupo de control. Los primeros también recibieron una visita semanal en el hogar cuyo fin era promover mejores prácticas de crianza por parte de los padres. Gracias al programa, hacia los 4 años de edad los niños mejoraron notablemente sus habilidades cognitivas.

Sin embargo, estas mejoras tuvieron corta vida. A los 6 años, dos años después de la finalización del programa, los efectos del programa en las habilidades cognitivas habían disminuido a un 41% de las mejoras iniciales, y a los 9 años de edad, solo quedaba una mejora del 7%.

Es decir, el estudio demostró que los incrementos en habilidades cognitivas logrados se depreciaban rápidamente con el tiempo. Sin embargo, la historia no termina ahí. Los efectos del programa se manifestaron más tarde en la vida. Las medidas de las habilidades académicas en la escuela primaria entre los niños beneficiados fueron significativamente mayores que entre sus pares, un porcentaje más alto se graduó de la escuela secundaria, y hubo otros resultados importantes que demostraron ser mejores en la adolescencia y la edad adulta. Por lo tanto, a pesar de la depreciación de los efectos en las habilidades cognitivas, el programa generó beneficios en un conjunto de habilidades y resultados relevantes en la adultez.

Esta depreciación es un fenómeno generalizado que debe considerarse cuando se elaboran políticas públicas para desarrollar las habilidades. Fuertes inversiones en habilidades parecen generar notables mejoras a corto plazo que no obstante se deprecian, al menos parcialmente, con el tiempo. Sin embargo, estos efectos no se disipan por completo, y tienden a generar mejoras en indicadores importantes, como los ingresos y el empleo, en la edad adulta. Por lo tanto, la clave parece ser el apoyo sostenido para promover las habilidades a lo largo del ciclo de vida.

Fuente:

Texto basado en el segundo capítulo de la publicación insignia del BID a ser publicada prontamente, Aprender mejor: Políticas públicas para el desarrollo de habilidades.