Los nativos de la isla Cartí Sugdup, en el archipiélago de Guna Yala -conocido mundialmente como San Blas- al noreste de la provincia de Panamá, se alistan entre temores y esperanza para trasladarse a tierra a firme y convertirse en el primer poblado indígena en América Latina realojado por el cambio climático, según la organización no gubernamental Displacement Solutions. El Estado panameño retomó en 2017 el proyecto de su reubicación, que comenzó en 2010.
Unos 1,450 gunas dejarán sus tradicionales chozas de paredes de caña blanca y techo de pencas, ubicadas en una de las islas más grandes del archipiélago, para estrenar, en 2019, unas 300 viviendas de 41 metros cuadrados y dos recámaras, con espacios para reuniones culturales de la tribu, cuyo costo total alcanza los $10 millones, según el proyecto gubernamental. Con ello se iniciaría el éxodo de una de las 36 islas habitadas, de un total de 365 de esta comarca indígena cuya población suma 33 mil 109 habitantes, distribuidos en tierras costeras e islotes.
Esta mudanza significa para muchos de los kunas, como se les llamaba hasta 2011, volver a sus raíces. Históricamente provienen de tierra firme, de las regiones colombianas de Urabá, Antioquia y Caldas. Ahora se les llama “gunas” porque en su alfabeto no existe la letra “K”, petición surgida de los congresos generales gunas del Programa de Educación Bilingüe Cultural.
El acelerado incremento del nivel de mar- que ya ha desaparecido algunas islas de arena blanca y aguas transparentes de este paradisiaco archipiélago- unido al hacinamiento en el que viven -pues por creencias traían al mundo a los hijos “que Dios les mandara”- , los obligó a tomar esta decisión que aún genera debate en otras 40 comunidades isleñas.
Testigo de ello es el vecino de la isla y profesor de matemáticas Diomedes Fábrega, quien recuerda que existía una isla llamada “Noromulo” que desapareció hace 10 años. Relata que el aumento de la temperatura le dificulta su labor docente, y que las inundaciones en Cartí Sugdup, por el incremento del nivel del mar, antes ocurría entre diciembre y febrero, pero hace cinco años se registran desde agosto.
La cultura guna, su espiritualidad y tradiciones, están en juego con el traslado, advierte Dalys Morris, profesora guna que conforma el comité de traslado, por lo que autogestionan los preparativos. Dice que no han sido orientados por el Estado sino que el apoyo ha venido de organismos internacionales, opinión que comparte el también isleño Vicente González, quien sostuvo que no tienen ningún contacto con las autoridades panameñas para abordar el tema de cambio climático, ni siquiera por parte del Ministerio de Ambiente, a pesar de la existencia de la Unidad de Cambio Climático, creada en 2006.
El movimiento de los gunas no se trata solo de un asunto físico o geoespacial. Implica también todo un cambio cultural. “Pensamos dictar diferentes seminarios sobre la vida en tierra firme, donde se abordará, por ejemplo, la disposición de la basura para evitar enfermedades”, expuso Morris. Agregó que a pesar de que no están convencidos del todo con la propuesta de vivir en esas pequeñas casas y les preocupa cómo las pagarán, son conscientes de que no tienen otra alternativa.
El Mar Caribe, donde se encuentra Guna Yala, crece de tres a seis milímetros anuales, lo que supone un crecimiento de hasta 60 centímetros en 100 años, y en los peores escenarios entre dos y cinco metros, explicó el científico Steven Paton, director del programa de monitoreo físico del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales en Panamá. Esto obliga a los indígenas a abandonar las islas, porque ya se están anegando.
En los primeros días del pasado diciembre los fuertes vientos coincidieron con la marea alta y durante dos días el mar cubrió todas las islas de Guna Yala. El agua se introdujo en sus viviendas, indicó el activista indígena Blas López. “La gente tenía mucho miedo; no habían visto esto antes. Sienten que la subida del mar va aumentado” y las barreras que construyen con corales y troncos, no han sido suficientes porque el agua les cubrió los tobillos, detalló López.
Pese a las explicaciones y proyecciones científicas, los gunas se dividen entre los abuelos que se niegan a abandonar el mar y los jóvenes -la mayoría- que palpan la amenaza inminente.
Arcadio Castillo, biólogo e ictiólogo piscicultor guna, describe las diferencias de la vida marina en Guna Yala: “en mi infancia los peces y langostas abundaban; ahora hay que viajar un kilómetro afuera [de las islas] y hay menos peces”. Esto ocurre por la sobrepesca del pez loro, el cual se come las algas y controla el crecimiento de estas para que no perjudiquen a los corales.
Castillo, de mediana estatura -como el resto de los gunas-, confirma que las inundaciones en las islas no son nada nuevo, aunque entre 1970 y 1980, en la temporada de vientos alisios o lluvia, el agua que inundaba su casa no le subía de los tobillos. Hoy día, el evento es más severo y supera esa parte de su cuerpo. Considera que esta situación se ha agravado porque los gunas están eliminando los arrecifes.
En busca de expandir sus islas, los gunas retiran los corales llamados “cuerno de alce” y “dedo” ubicados cerca de la costa o en aguas poco profundas, que pueden tener hasta metro y medio de ramificaciones, y junto con el pasto marino preparan cercas y ahí botan basura y corales muertos para luego añadirle cascajo y arena. Tratan de ganar terreno al mar. Pero algunos de estos rellenos rudimentarios son destruidos por los oleajes, describió Castillo.
El blanqueamiento y muerte de los corales, que sirven como una barrera de protección natural, se debe en un 98% a las altas temperaturas del agua, según estudios efectuados entre 1983 y 2003 en diversas partes del mundo. “Desde entonces el agua es más caliente”, detalló Thomas Goreau, presidente de la Alianza Global de Arrecifes de Coral.
Pero, para gunas como José Davis, de 77 años de edad y vocero de la autoridad tradicional, el concepto de cambio climático no significa nada: “no tiene tanta fuerza para el kuna”. Sin embargo, acoge la idea del traslado alegando que significa volver a sus “orígenes como pueblo montañero que hace 120 años pobló el archipiélago”.
Para Davis ocupar las 22 hectáreas en la futura comunidad en Llanos de Cartí, una zona boscosa y que fue desbrozada para el reasentamiento, significa “aumentar la producción agrícola y tener más espacio para mejorar la calidad de vida. Nos queremos trasladar por el hacinamiento”.
Llanos de Cartí, la zona continental a donde se van trasladar y que es parte de las tierras colectivas de esta comarca, es testigo mudo de los millones de dólares malgastados utilizando a esta etnia como excusa. Ahí está una escuela y un centro de salud a medio terminar, supuestamente para la nueva vida de los gunas en tierra firme. La construcción del centro de salud abandonada en 2014 por Omega Engineering es investigada por posibles actos de corrupción durante la presidencia de Ricardo Martinelli (2009-2014), mientras que la escuela con dormitorios, pese a que tiene un avance de 90%, enfrenta problemas administrativos.
Para López el traslado implica más que la entrega de las viviendas. “No es solo construir las casas, hace falta el factor de docencia sobre cambio climático”. “Falta sensibilización sobre el aumento del nivel del mar”, además de una coordinación con las autoridades de un plan nacional en caso de desastres naturales, dijo.
En este punto coincide una decena de gunas y organizaciones ambientales. Edmundo López, presidente del Instituto de Investigación y Desarrollo de Guna Yala, afirma que hace 10 años el Ministerio de Ambiente (MA) “no se ha manifestado” en su comunidad pese a contar con una sede de la institución en la comarca y legislación al respecto.
Hace cinco meses La Prensa solicitó una entrevista y envió peticiones de información a la Unidad de Cambio Climático del MA para abordar el tema, pero no hubo respuesta.
A pesar de que Panamá es un país con extensas costas -de 1,287 kilómetros en el Caribe y 1,700 kilómetros en el Pacífico- se desconoce cuál ha sido la pérdida anual de estas por el incremento del nivel del mar, coinciden científicos. El MA evalúa la vulnerabilidad costera y analizan ocho zonas vulnerables del país, aunque desconocía este indicador.
El Centro de Incidencia Ambiental, una organización de derecho ambiental, consideró que la Unidad de Cambio Climático es solo un ente “protocolar” para cumplir con requisitos internacionales, pues carece de acciones concretas e indicadores al respecto, afirmó su biólogo, Isaías Ramos. Por su parte, Ricardo Wong, director de la Fundación Promar, indicó que se requiere liderazgo por parte del ministerio y una mayor educación a la población para acoplarse a esta nueva realidad climática.
Si bien el archipiélago de Guna Yala es la zona más susceptible por cambio climático en Panamá, no es el único sitio. Las provincias caribeñas de Bocas del Toro y Colón también han sido afectadas. La primera vio sus bosques en la bahía de la Laguna de Chiriquí destruidos hace cinco años por inundaciones de agua de mar, y en la segunda, desde hace siete años, cientos de viviendas se anegan, hay infraestructuras colapsadas, y se ha destruido el manglar para la expansión portuaria y comercial de la Zona Libre de Colón (ZLC).
El distrito de Colón, en dicha provincia, corre el riesgo de quedar bajo el nivel del mar, ya que hoy día solo posee el 10% de sus manglares. El investigador del Smithsonian, Stanley Heckadon, advierte que en 100 años varios complejos residenciales desaparecerán. Recordó que entre 1920 y 1980 el mar creció 10 centímetros en el corregimiento de Cristóbal -donde se ubica uno los puertos más importantes del país y la ZLC.
Fuente: Autora Mary Triny Zea Centro de Periodismo Investigativo