Por Lola García-Ajofrín
“Hasta entonces se había actuado desde las normativas, y todos los colegios debían poner en marcha una estrategia antibullying e implementarla: sin embargo, no había herramientas que realmente se basaran en pruebas y los niveles de acoso no bajaron. Es más, parece que aumentaron”, explica Salmivalli, que dice que, ahora, tenían la oportunidad de poner en común toda la experiencia que habían desarrollado “y traducirla a recursos prácticos que pudieran usar profesores”. Así nació, KiVa, abreviatura en fines de kiusaamista vastaan (contra el acoso), una herramienta que trabaja las emociones de la clase con lecciones mensuales y juegos de ordenador.
La particularidad del programa finlandés es que, mientras la mayoría de iniciativas contra el bullying se centraban en el matón o la víctima, había un elemento clave con el que apenas se trabajaba: el público. Las humillaciones del acosador solo tenían sentido si había una audiencia que las aplaudía. “Los investigadores están de acuerdo en que una de las principales razones del acoso escolar es la gran necesidad de estatus, visibilidad y dominio de algunos estudiantes”, explica Salmivalli. Y dice que con el abuso —ya sea físico, psicológico o social— sobre los estudiantes con menos poder, otros demuestran su estatus y el grupo, a menudo, lo refuerza. Este programa “se basa en la idea de que el cambio positivo en el comportamiento de la clase puede reducir la recompensa que obtienen los acosadores del bullying y por tanto, su motivación para acosar”, aclara.
Enseñar que el acoso no es guay
KiVa se basa en dos tipos de acciones: generales y específicas. Las generales están dirigidas a toda la clase como herramienta de prevención. Consisten en lecciones mensuales en tres cursos (primero, cuarto y séptimo), en las que “los estudiantes aprenden sobre las emociones, el respeto en las relaciones, la presión de grupo y lo más importante, sobre lo que ellos podrían hacer para acabar con el bullying”, continúa Salmivalli. El objetivo, dice, es incrementar la conciencia de su papel como testigos y cómo esos espectadores (mirones) podrían responder para acabar con un potencial caso de acoso, en lugar de mantenerlo o incluso alimentarlo. “Hacemos varias actividades mediante las que los estudiantes aprenden a apoyar a los compañeros vulnerables y contribuyen a la inclusión de cada uno y al bienestar del grupo”, aclara Salmivalli. Además, hay un juego en Internet con el que trabajan esas emociones.
En España un 14% de los adolescentes denunciaron que habían sufrido acoso, según PISA
Las acciones específicas de KiVA se ponen en marcha cuando se detecta un caso de acoso escolar. Para ello, se designa un Equipo KiVa con profesores y otros miembros del personal de la escuela, para que hablen con víctima y acosadores y sigan la evolución de las agresiones. Además, el tutor elegido se reúne con varios compañeros —entre dos y cuatro— considerados populares en clase, para animarlos a apoyar a la víctima.
Otra de las claves de su éxito, considera la investigadora finlandesa, es que en lugar de ser un proyecto de un año que comienza y termina, el objetivo es que sea parte de un trabajo sistemático y sostenible de prevención e intervención. Tras probarlo en 234 colegios con 30.000 estudiantes, aseguran que se acabó con el acoso en un 79,4% de casos y se redujo en un 18,5% de las ocasiones.
La escuela, sinónimo de tormento
En 2015, el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA) de la OCDE, preguntó, por primera vez, a los alumnos de 15 años sobre cuestiones relacionadas con el bienestar como la motivación, la pertenencia o la ansiedad. Las respuestas de los jóvenes relacionadas con el bullying son alarmantes y revelan, en palabras de la propia OCDE, que “para algunos estudiantes, la escuela es un lugar de tormento”.
En cada clase, de cada colegio, de cada país de la OCDE, hay un niño al que pegan o empujan sus compañeros, según el Volumen III de PISA 2015, que concluye que a un 4% de los estudiantes de 15 años de la OCDE (aproximadamente uno por aula) le pegan en clase y de un 11% se burlan. Hong Kong lidera la lista, con un 26,1% de estudiantes de los que se mofan y un 9,5%, que empujan o pegan (un 32,3% en total). Le sigue Letonia (30,6%), República Dominicana (30,1%), Túnez (28,2%) y Rusia (27,5%).
Las humillaciones del acosador solo tienen sentido si hay una audiencia que las aplauda
El acoso escolar no entiende ni de regiones ni de resultados. Entre los sistemas educativos con mejor nota en la última evaluación PISA, en todos los casos, los niños manifestaron situaciones de bullying: Singapur (27,5%), Japón (21,9%), Estonia (20,2%), Taiwán (10,7%), Finlandia (16,9%), Macao (27,3%) o Canadá (20,3%). En España un 14% de los adolescentes denunciaron que habían sufrido acoso: un 8% con burlas y un 2,9% con violencia física. Países Bajos (9,3%), Taiwán (10,7%), Corea (11,9%) e Islandia (11,9%) fueron los lugares en los que menos proporción de estudiantes manifestaron sufrir acoso.
La Unesco también ha puesto cifras al acoso y estima que cada año, hay 246 millones de niños y adolescentes que lo sufren. En España, según una encuesta realizada por Save the Children, la mitad de los niños admite haber sufrido alguna forma de humillación o violencia.
Hablar en casa frente al acoso
Junto el trabajo de colegios y maestros, la OCDE recuerda que hablar con los niños en casa es fundamental para prevenir el bullying. El informe de PISA concluye que los programas contra el acoso escolar deben incluir la formación de los maestros sobre cómo manejar este problema y estrategias para interactuar con los padres. De hecho, hubo menos casos de acoso entre los estudiantes que manifestaron en PISA que sus padres los apoyaban cuando había dificultades en la escuela que los que mostraron poca comunicación en casa, y solo el 44% de los progenitores de estudiantes acosados habían intercambiado ideas con el maestro sobre el desarrollo del niño durante el año académico anterior.
Fuente: El País