7 de cada 10 embarazos en Argentina no son planificados. Un 11% de los recién nacidos en el mundo son de madres adolescentes. Cada 41 minutos, una adolescente panameña queda embarazada. Medio millón de niñas son madres en México anualmente. 2 de cada 10 embarazos en América Latina son de adolescentes. En República Dominicana la situación aún es peor: 22 de cada 100 mujeres embarazadas son adolescentes.
Alrededor del mundo enfrentamos la catástrofe del embarazo a destiempo, niñas que crían niños y niñas, sin disponer de los recursos emocionales, económicos y sociales para hacerlo.
Estas adolescentes se ven obligadas a transformarse en cuidadoras, abandonan la escuela, interrumpen otros sueños, excepto los de la maternidad o matrimonio, pero lo hacen a destiempo. Por eso, el 52% de las madres adolescentes se dedican a quehaceres domésticos o labores de cuidado, lo que quiere decir que, salvo contadas excepciones, no logran acceder a mejores puestos de trabajo ni generan ingresos suficientes para mantenerse decentemente.
Cuando las sociedades ignoran la centralidad de la salud sexual y reproductiva se condena a las niñas a una sentencia de abandono de largo plazo. Lo dicen los especialistas: somos la región del mundo más peligrosa para las mujeres y, desafortunadamente, muchas de nuestras políticas educativas ignoran las necesidades de salud reproductiva y el impacto en el futuro de nuestra adolescencia.
Hemos sido cobardes en abordar este tema con determinación. En algún momento cuestioné frontalmente la situación de la educación sexual en las escuelas del país; en aquel entonces se alegó que la jerarquía de la iglesia católica estaba radicalmente en contra de cualquier enseñanza de educación sexual en los centros educativos. Nada menos cierto.
Conversando con la jerarquía del prelado católico, se me aseguró que no existía tal impedimento y que lo único a lo que aspiraba la iglesia era a que la educación sexual fuera más educación y menos sexo, poder revisar los materiales, opinar sobre ellos y que sus observaciones fueran integradas. No ignoran la realidad del fenómeno y, por el contrario, están en la disposición de enfrentarlo.
No cabe duda de que el primer mensaje que deben recibir nuestros jóvenes es la abstinencia, es decir, la postergación del primer encuentro sexual. Sin embargo, debemos ser conscientes de que tenemos que enseñarles algo más. Si nuestros jóvenes sienten la necesidad de buscar respuestas a sus problemas en Google, significa que estamos fracasando en nuestro rol como educadores, padres y tutores.
El embarazo en la adolescencia precipita la interrupción de la trayectoria escolar, saca a las mujeres del mercado de trabajo y reproduce la transmisión intergeneracional de la pobreza en los hogares de menores ingresos.
La paternidad en la adolescencia, por su parte, se vincula con inserciones precarias en el mercado laboral y a veces hasta con trastornos emocionales que se traspasan a los hijos. Las responsabilidades de la maternidad y la paternidad en la adolescencia impiden que nuestros jóvenes lleguen a su vida adulta plena en términos educativos, emocionales y laborales.
Amartya Sen una vez se preguntó: ¿cómo se mide el desarrollo de un país? ¿Por sus riquezas? ¿Por la cantidad de carros de lujos? ¿Por la cantidad de bancos o cuentas bancarias que hay? El desarrollo de un país debe medirse por la calidad de vida de su gente, y esa calidad requiere de una buena salud y una buena educación.
El embarazo adolescente es una amenaza a ambos y es nuestro deber ponerle fin.