Por fin el mundo se está tomando en serio la contaminación por plásticos.
Esta semana, los delegados de los Estados miembro de la ONU se están reuniendo en París para debatir lo que algunos esperan que se convierta en el equivalente del Acuerdo de París en materia de contaminación por plásticos.
El Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente presentó una propuesta para mantener los plásticos en circulación el mayor tiempo posible mediante la reutilización y el reciclaje. Algunos activistas y científicos están a favor de poner límites y reducir la producción y el uso de plásticos.
Comparto el deseo de un cambio real a largo plazo y es necesario considerar todas las propuestas. Pero si hemos de ponerle un alto a la circulación de plásticos en nuestros océanos en el futuro próximo, entonces debemos concentrar nuestras acciones en los ríos que contaminan y que transportan la mayor parte hasta allí.
En 2011, cuando tenía 16 años, fui a bucear durante unas vacaciones familiares en Grecia, entusiasmado por experimentar la belleza perenne de nuestro océano y su vida salvaje.
Vi más bolsas de plástico que peces. Fue una decepción desoladora. Me pregunté: “¿Por qué no podemos limpiar esto?”.
¿Soy ingenuo? Es posible. Pero decidí tratar de hacerlo. Para 2013, había fundado The Ocean Cleanup, una organización sin fines de lucro que obtiene recursos de donaciones y diversos socios filantrópicos con la misión de que no haya más plástico en los océanos.
Tenía sentido centrarse en el que tal vez sea el símbolo más evidente de nuestro problema de plásticos en el océano, la Gran Mancha de Basura del Pacífico, una extensión del océano Pacífico Norte de más del doble del tamaño de Texas donde se acumulan botellas, boyas y otros residuos plásticos debido a las corrientes convergentes.
Trabajar en las arduas condiciones oceánicas es un reto, y nos hemos enfrentado a algunos contratiempos. Lo que nos hizo seguir adelante fueron las escenas que nuestras tripulaciones encontraron en el mar: peces diseccionados cuyos intestinos estaban rebosantes de fragmentos afilados de plástico, tortugas marinas atrapadas en redes de pesca abandonadas.
Con el tiempo, en 2021, logramos poner en marcha nuestro sistema. Dos barcos arrastran una barrera en forma de U —nuestra versión más reciente tiene casi un kilómetro y medio de largo— por el agua a baja velocidad que canaliza el plástico hacia una zona de recolección. Los residuos se sacan, se llevan a la orilla y se reciclan. Tenemos mucho cuidado de asegurarnos de que nuestros esfuerzos de limpieza no dañen el ecosistema marino. Las imágenes de pilas de plásticos sacadas del océano han llevado a acusaciones —nunca probadas— de que todo era un montaje. Pero las toneladas de plástico que recolectamos son demasiado reales.
Todavía estamos en la fase preliminar, pero según nuestros cálculos, hemos retirado más del 0,2 por ciento del plástico de la mancha hasta ahora y nuestros sistemas cada vez son mejores. Tenemos un largo camino por recorrer, pero estamos avanzando.
Limpiar las manchas de basura del océano es fundamental. Pero si además no impedimos que siga llegando plástico a los océanos, se convertirá en una tarea interminable.
Desde que comenzamos a utilizar plásticos en la primera mitad del siglo XX, la demanda ha crecido de manera exponencial. Los cálculos varían, pero cada año se producen alrededor de 400 millones de toneladas de plástico, lo que más o menos equivale al peso de más de 1000 Empire States (se cree que cada año entran en los ecosistemas acuáticos entre nueve y 14 millones de toneladas métricas).
Será difícil lograr una reducción significativa del uso de plásticos. El científico medioambiental Vaclav Smil ha calificado el plástico como uno de los cuatro “pilares de la civilización moderna”. Se ha convertido en una necesidad de la vida contemporánea, su combinación única de ligereza, durabilidad y bajo costo brinda una utilidad innegable y un nivel de comodidad del que nos hemos hecho dependientes.
A medida que la población mundial crezca y más personas salgan de la pobreza y adopten estilos de vida más orientados al consumo, la demanda de productos envasados en plástico aumentará de manera inevitable. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) predice que el uso de plástico casi se triplicará en 2060 al ritmo actual y que la mayor parte del crecimiento se producirá fuera de Europa y Estados Unidos. La iniciativa emprendida por las organizaciones Economist Impact y la Fundación Nippon llamada Back to Blue Initiative modeló escenarios políticos para reducir la producción de plásticos para 2050, ninguno de ellos dio como resultado una tasa de producción inferior a la actual.
Siendo realistas, tenemos que prepararnos para un futuro en el que la humanidad utilice más plástico, no menos.
Una respuesta es mejorar la gestión de residuos. Los residentes de Europa, Estados Unidos, Japón y Corea del Sur se encuentran entre los usuarios más prolíficos de plástico, con un consumo de alrededor de un tercio del total mundial y, sin embargo, esos países son directamente responsables de solo cerca del uno por ciento de lo que se vierte en el océano, en parte debido al relativo buen funcionamiento de sus sistemas de recolección y eliminación de residuos.
No obstante, la gestión de residuos es deficiente en muchos países de ingresos medianos y bajos y esa es la principal razón por la que Asia, África Occidental y América Latina son, según nuestras conclusiones, los lugares donde se produce la mayor contaminación por plásticos del mundo.
La meta es un mundo en el que todas las ciudades dispongan de excelentes sistemas de recolección y eliminación de basura. Pero la gestión de residuos es costosa. Modernizar los sistemas de todo el mundo hasta que alcancen el nivel de las naciones ricas podría llevar décadas. Mientras tanto, miles de toneladas de plástico siguen llegando al océano todos los días, casi todas ellas transportadas por los ríos.
Nuestra investigación analizó más de 100.000 ríos y arroyos del mundo y descubrió que casi el 80 por ciento de todo el plástico que se filtra en el océano procede de solo 1000 de esos ríos, esto es: del uno por ciento. En cierto modo, es una buena noticia porque nos permite localizar las principales fuentes de contaminación e interceptarlas. Si tenemos en cuenta que estas fugas apenas representan una pequeña fracción de la cantidad total de plásticos que se producen en todo el mundo, tenemos una oportunidad real de disminuir con rapidez el flujo de basura, lo cual nos ayudará a ganar tiempo hasta que podamos mejorar la gestión global de residuos.
Ya estamos trabajando en ello. The Ocean Cleanup está interceptando basura en 10 ríos contaminantes de países como Indonesia, Malasia, Vietnam, República Dominicana y Estados Unidos. Diversas organizaciones más realizan una labor similar.
Nuestro sitio de trabajo más reciente es el río Motagua, en Guatemala, una de las principales fuentes de contaminación por plásticos. Comenzamos a recolectar residuos a finales de abril y en las tres primeras semanas extrajimos 816 toneladas de basura, 272 de ellas de plástico, lo que equivale aproximadamente a toda la contaminación por plásticos que se filtra al océano desde Francia en un año entero.
Por supuesto, sería benéfico limitar el uso de plásticos. Muchos también quisieran exigir a los productores de plástico que asumieran su responsabilidad; se puede y se debe animar a la industria del plástico a que aporte fondos para la mitigación. Se podría aumentar el precio de los plásticos para aumentar la demanda de residuos plásticos y ayudar a pagar por la recolección, intercepción y otros esfuerzos de limpieza.
Pero si queremos un océano sin plásticos, debemos empezar por centrarnos en las zonas donde nuestra influencia es mayor. La intercepción en los ríos es la forma más rápida y rentable de evitar que el plástico llegue al océano y la forma más práctica de abordar este problema con la urgencia que amerita.
Existen soluciones eficaces y los gobiernos del mundo tienen la obligación moral de ampliarlas con rapidez para que la humanidad pueda por fin limpiar su desastre.
Fuente: nytimes.com