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La habitación luce como el resultado de una fiesta que se salió de control: seis mujeres desparramadas en sábanas, con las piernas entrelazadas. Detrás de ellas, hay muros pintados con grafiti y corazones rojos. Si miras de cerca las inscripciones en el muro, entre las declaraciones con garabatos de amor y de nostalgia, conocerás la realidad.
“No espero que nadie me crea, porque yo no creo en nadie”, se lee en un mensaje.
Ya sea que provenga del nihilismo, la falta de esperanza o una sombría resignación, ese sentimiento encaja con el lugar: una cárcel venezolana abarrotada donde las mujeres —la mayoría en espera de un juicio y que se presume son inocentes— aguardan durante meses, incluso años. Aunque la expectativa es que estas mujeres —algunas de ellas embarazadas— sean retenidas durante solo 45 días, las crisis social y política incesantes de Venezuela han causado que esa idea sea solo un recuerdo.
Ana María Arévalo Gosen ha estado documentando a estas mujeres que acaban en prisiones saturadas durante largos periodos como parte de su proyecto Días eternos, una frase que resume una situación en la que la esperanza es elusiva. Arévalo Gosen, una fotógrafa venezolana que ahora vive en Europa, dijo que ella descubrió un mundo apretado de poca luz, sin atención médica, agua o privacidad.
“El sistema de justicia, como todo lo demás en Venezuela, no funciona”, dijo Arévalo Gosen, de 30 años y quien produjo el proyecto con una beca Women Photograph + Nikon y una beca de viaje del Centro Pulitzer para Reportaje de Crisis. “Pasan todo el día en pequeñas celdas, sentadas o paradas, pero sin hacer nada. Las embarazadas tienen muchas infecciones, no se pueden mover. No es saludable”.
Arévalo Gosen se concienció sobre las condiciones de estas mujeres hace algunos años durante una conversación con un periodista. A través de conocidos, Arévalo Gosen conectó con un policía que ella afirma le brindó el acceso. Desde ese entonces, ha viajado a varias regiones de Venezuela para seguir con su proyecto y observar cárceles administradas por la policía, así como otras agencias de investigación y de seguridad pública.
Los delitos que pusieron a estas mujeres bajo custodia varían desde el robo y la posesión de drogas hasta la extorsión y el homicidio. Algunas de ellas han estado detenidas hasta tres o cinco años antes de enfrentar un juicio. En otros casos, debido a que las prisiones están tan llenas, algunas han sido regresadas a estos centros de detención para cumplir sus sentencias.
“La policía no está acostumbrada a esto”, dijo ella. “Estos lugares se han convertido en depósitos de criminales y no hay tiempo de procesarlos a todos con rapidez”.
No es sorprendente, dijo, que lograr superar esta experiencia requiere de familiares en el exterior —para traer alimentos y otras necesidades— y aliados en el interior. Algunos policías cobran dinero a las personas cuando vienen a traer comida dos veces al día, dijo ella. Esas visitas también permiten a los familiares traer a un menor de edad del interno.
Al mismo tiempo, el tener en el mismo lugar a personas que esperan su juicio y a criminales convictos preocupa a los activistas locales, dijo Arévalo Gosen.
“Estas personas saldrán siendo peores, no mejores”, dijo. “No se sentirán rehabilitadas o perdonadas por la sociedad”.
Grupos locales e internacionales de derechos humanos han denunciado las condiciones a las que estas mujeres han estado sujetas e indicaron que las prisiones del país tienen un largo historial de condiciones deplorables. Sin embargo, Arévalo Gosen dijo que a menudo hay poca simpatía de parte del pueblo en una sociedad en la que el crimen y la violencia han aumentado sin control.
“¿A quién le importan las personas en la cárcel?”, dijo. “Las personas dicen que son lo peor de la sociedad, las que manchan a nuestra sociedad, quienes quieren asesinarnos y robarnos. Pero si esta situación no mejora y el sistema judicial no se arregla, todas estas personas saldrán peor”.