James Rhodes mató a su hija mayor y «mejor amiga». Fue un brutal homicidio que «destrozó» su familia y por lo cual, casi cuatro años después, aún llora todos los días.
A pesar de todo esto, Darlene Farah fue capaz de hacer campañas públicas, recurrir a la prensa y hasta subir al estrado para salvar al asesino de su hija de la pena de muerte.
La semana pasada lo logró. Igual la mujer de 50 años no logra salir de lo que describe como «una pesadilla».
El 20 de julio de 2013, Shelby Farah estaba trabajando como encargada en una pequeña tienda de teléfonos celulares en la ciudad de Jacksonville, en el estado de Florida, Estados Unidos.
Entonces, Rhodes entró. Apuntó a Farah con un arma y le exigió el dinero. Ella se lo dio y mantuvo las manos arriba. Pero Rhodes le disparó igual, cuatro veces.
Farah murió en el acto.
«La mató como si fuera una ejecución», cuenta Darlene Farah a BBC Mundo. Su hija (de 20 años) colaboró durante el robo, pero Rhodes (de 21) igual «explotó de ira» y la mató, dice la mujer.
El violento video de la cámara de vigilancia le hizo pensar que se trataba de algo personal. En definitiva, la tienda donde su hija trabajaba se encontraba a apenas unas cuadras de la secundaria donde la joven había estudiado.
Los detectives del caso pensaron lo mismo, pero aún después de detener a Rhodes, no encontraron ningún vínculo entre él y su víctima.
Fue entonces que Darlene Farah se obsesionó con el asesino de su hija. «Me metí tanto en el tema que no tuve tiempo de hacer el duelo por la muerte de Shelby. Tenía que entender el por qué», dice.
Vendió su pequeño local de comida y contrató a un detective privado para investigar a Rhodes.
Lo que descubrió hizo que no sólo dejara de fantasear con matarlo en pleno juicio, sino que militara públicamente para evitar que lo sentenciaran a pena de muerte.
Una vida de violencia
James Rhodes nació en un hogar marcado por la adicción, el crimen y la desidia.
Cuando tenía 8 meses, su madre -adicta a las drogas- lo abandonó y quedó a cargo de su padre, un alcohólico y también drogadicto que solía entrar y salir de prisión.
Entre medio, se quedaba con su abuela muy mayor y enferma, o algún vecino. El niño, dijeron durante el juicio, solía gritar de dolor por el hambre.
Finalmente, cuando tenía 5 años, su padre perdió la tenencia y Rhodes pasó a vivir en un hogar estatal para niños.
De acuerdo con el diario The New York Times, el estado intentó que padre e hijo mantuvieran contacto. A veces el chico se vestía y esperaba el día entero, pero el padre nunca aparecía.
Una vez lo fue a visitar con su novia y una bebé. «Rhodes estaba tan perturbado que se acurrucó en posición fetal, chupándose el dedo para calmarse», informó el diario.
«Creció en un hogar para niños, viendo que otros se iban y él no. Nadie lo quería, nadie lo adoptaba», dice Farah.
A los 9 años, Rhodes fue abusado por un niño del hogar mayor que él y luego, por una cuidadora.
También sufría bullying y maltrato físico. Farah descubrió que el chico «solía esconderse debajo de la la cama para escapar de las agresiones».
Cuando Rhodes mató a Shelby Farah, ya tenía varios antecedentes criminales. De hecho, llevaba apenas tres meses libre.
«El estado lo hizo así como es», dice Darlene Farah. «Él también es una víctima, pero no le tengo lástima».
A pesar de que el joven tiene un coeficiente intelectual de 67 puntos, tres por debajo de lo que suele considerarse como la línea de «discapacidad intelectual», tenía edad suficiente para «distinguir entre el bien y el mal», afirma.
Aún así, decidió perdonarlo.
Lo perdoné hace mucho tiempo. No me gustaba cómo me sentía por estar enojada con él».
¿Pena de muerte?
Basándose en los antecedentes de Rhodes, la fiscal estatal Angela Corey y el fiscal del caso, Bernie de la Rionda, pidieron para el joven la sentencia máxima permitida por el estado de Florida: la pena de muerte.
Ambos abogados tienen reputación de «mortíferos» y «crueles», según The Fair Punishment Project («Proyecto para el castigo justo»), una iniciativa encabezada por la Escuela de Derecho de Harvard.
Un informe de 2016 de The Fair Punishment Project detalla que, con 22 sentencias de pena capital, De la Rionda «puso a más personas en el corredor de la muerte que cualquier otro fiscal de Florida».
Corey, por su parte, tiene «uno de los promedios más altos en sentencias a muerte del país, con 24 en los 8 años desde que fue elegida» para el puesto de fiscal estatal del condado de Duval (Florida), reportó The New York Times.
«Bajo su liderazgo, el condado de Duval se convirtió en el máximo productor de sentencias a muerte de todo el país», informó The Fair Punishment Project.
En un principio, Farah no se expresó públicamente respecto a la pena de muerte. Las entrevistas de cuando comenzaron las audiencias la muestran incluso muy enojada con Rhodes y su aparente «falta de remordimiento» al confesar el crimen.
Pero después de conocer la historia del homicida e informarse sobre la pena de muerte, Farah cambió de opinión.
De tragedia a telenovela
En el momento de la tragedia, los otros dos hijos de Farah, Nycole y Caleb, tenían 15 y 17 años respectivamente. La muerte de su hermana mayor ya era lo suficientemente traumática como para forzarlos a vivir durante décadas los sucesivos juicios y apelaciones, pensó.
Tampoco le daría un sentido de justicia ni de cierre, como muchas personas le solían decir.
«Matarlo no va a traer a mi hija de nuevo», explica. Sólo perpetúa el círculo de violencia, generando nuevas víctimas, agrega.
Además, para ella, «la pena de muerte también es un homicidio». De hecho, según pudo averiguar, en el certificado de defunción de Rhodes la causa de muerte no diría «ejecución», sino que tendría la misma inscripción que la de su hija: «homicidio».
Pero el argumento más fuerte, dice, es que la pena de muerte «no es lo que Shelby hubiera querido». La joven, conocida en la comunidad por su trabajo de voluntaria con los niños y adultos mayores más necesitados, «era una persona hermosa y compasiva».
Farah se convenció de que la cadena perpetua era el mejor castigo. Pero la fiscalía no estuvo de acuerdo y siguió con su plan.
Entonces, el caso tomó notoriedad nacional.
Más de 32.000 personas firmaron la petición de Farah en la plataforma social Change.org que incitaba a Corey a: «Abandonar su deseo de buscar la pena de muerte para el asesino de mi hijo y permitir así que mi familia y yo podamos hacer el duelo y sanar en paz».
También publicó un editorial en la revista Time, dio entrevistas a varios medios locales y nacionales, accedió protagonizar un documental y hasta declaró en la corte a favor de Rhodes.
La fiscal Corey, por su parte, dijo que Farah estaba «más interesada en la publicidad que en hacer un real luto por la muerte de su hija», al tiempo que De la Rionda le mostró el video del momento del homicidio a Caleb Farah.
Esa noche el hermano de la víctima, que ya tenía 19 años, se fue de la casa de su madre y estuvo 3 meses sin dirigirle la palabra. Luego, dio declaraciones a los medios apoyando la pena de muerte para Rhodes y criticando la postura de su madre.
«Destrozó mi familia»
La semana pasada, después de casi 4 años de juicio, múltiples postergaciones y la elección de Melissa Nelson como nueva fiscal general, se conoció el veredicto final.
Rhodes se declaró culpable de homicidio en primer grado y otros cargos, y recibió dos sentencias de cadena perpetua más una de 20 años de prisión. En otras palabras, pasará su vida entera encarcelado, sin posibilidad de recibir libertad condicional ni de apelar.
En esa audiencia final, realizada el 2 de marzo, Farah dio un discurso tan conmovedor que Rhodes comenzó a llorar desconsoladamente y la jueza tuvo que ordenar un receso para que el joven se calmara.
Caleb y Nycole le pidieron que no terminara el discurso, que era demasiado duro para Rhodes. «Yo lloro todos los días. Paso días sin comer. Paso días sin dormir», les respondió.
Es tal el dolor, cuenta Darlene Farah a BBC Mundo, que ya ni pueden hacer actividades familiares juntos: «Los crié sola. Los cuatro estábamos siempre juntos. Es duro porque hay una pieza que falta. Ya nada es lo mismo».
«Cuando mató a Shelby, no perdí una hija; perdí a los tres», dice. A lo que agrega: «Destrozó mi familia».
Pero Farah puede pronunciar frases así de devastadoras y a continuación decir que no quiere que el joven vaya a la cárcel enojado.
«Quiero que haga algo bueno de algo malo. Va a ver a mucha gente entrar a la cárcel y salir. Pues quiero que hable con esos presos para que no terminen como él, que los ayude a cambiar».
Incluso ese día del veredicto, a pesar de no tener compasión por el llanto de Rhodes, consiguió que le confirmaran uno de sus pedidos más insistentes: poder conversar una hora cara a cara con el asesino de su hija.
La madre que no fue
El miércoles, Darlene, Caleb y Nycole Farah se reunieron con James Rhodes para hablar de Shelby, mostrarle fotos de su familia y «ayudarlo a encontrar un propósito en su vida».
«Lo perdoné hace mucho tiempo. No me gustaba cómo me sentía por estar enojada con él», cuenta la mujer.
Rhodes, quien hoy en día tiene 25 años, les pidió disculpas y les agradeció, esta vez en persona.
El 14 de julio pasado, cuando Darlene Farah cumplió los 50 años, recibió una carta de Rhodes. En ella, le deseaba un día muy especial, al tiempo que le agradecía por darle esperanza y preocuparse por él.
Cuenta que la carta le enojó mucho y un rato después dice que es probable que vaya a visitarlo a la cárcel. «Debe tener miedo», agrega.
En la carta, Rhodes dibujó una casa con árboles y una familia tomada de la mano. Y le confesó que todos los días se preguntaba cómo hubiera sido su vida de haber tenido una madre como ella.
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