Somos su pueblo y ovejas de su Rebaño.
En nuestro caminar nos acompaña y guia María, la Divina Pastora, Madre de Nuestro Señor Jesucristo, Madre nuestra.
Ella porta en su mano un cayado con el cual protegió a su Hijo, al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y protege hoy, y día, a cada uno de nosotros de los ataques del lobo maligno que está al acecho entre los árboles del bosque oscuro.
A ella pedimos su auxilio:
– por los que sufren por los desastres que provoca la naturaleza,
– por los enfermos a causa de las epidemias y
– por los angustiados a causa de la pérdida de sus trabajos para que ella les dé la fuerza:
+ para reconstruir sus viviendas,
+ batallar por su salud física y mental,
+ así como esforzarse en buscar y mantener sus trabajos con dedicación y afán.
Pidamos a ella diciendo: «Virgen Santísima, Divina Pastora, en aras de la Justicia Divina, por el bien y salvación de este pueblo te ofrezco mi vida. Madre mía, Divina Pastora, por los dolores que experimentó tu divino corazón, cuando recibiste en tus brazos a tu Santísimo Hijo en la bajada de la Cruz, te suplico Madre Mía, que salves a este pueblo».