Lowenstein es periodista financiero y autor de When Genius Failed: The Rise and Fall of Long-Term Capital Management.
Después de dedicar mi carrera a escribir sobre colapsos bancarios, terminé involucrado en uno cuando mi banco, el Silicon Valley Bank, fue embargado por la Corporación Federal de Seguro de Depósitos (FDIC, por su sigla en inglés). Un sábado de este mes, cuando intenté pagar una factura en línea, me encontré con este mensaje nada alentador:
“Esta página no estará disponible durante el fin de semana, pero se reanudará la próxima semana conforme a los lineamientos de la FDIC”. En realidad, no me preocupé; los cuentahabientes pequeños como yo desde hace tiempo habíamos internalizado la regla de que no tenía sentido preocuparse por el bienestar de tu banco, ya que la FDIC asumía los riesgos de un colapso.
El seguro federal de depósitos se implementó hace 90 años durante el peor periodo de la Gran Depresión. Desde entonces, los depositantes pequeños dentro del límite de cobertura de la FDIC han dormido con tranquilidad. Ahora, en vista del colapso de bancos en las últimas semanas y la extensión de la cobertura de la FDIC, ¿por qué tendría que preocuparle el riesgo a cualquier cuentahabiente? Tras compensar por completo a los depositantes de dos bancos, ¿cómo podría el gobierno rehusarse a rescatar a otros?
Establecida como parte de la histórica Ley Glass-Steagall de 1933, la Corporación Federal de Seguro de Depósitos en un inicio otorgaba seguros de depósitos de hasta 2500 dólares, respaldados por primas de bancos miembros. La ley fue redactada por dos demócratas, Carter Glass, senador por Virginia, y Henry Steagall, representante por Alabama. Este último quería proteger de los pánicos contagiosos a los bancos rurales, que tenían muchos cuentahabientes pequeños.
En esa época, los “progresistas” de la banca estaban concentrados en el corazón del país. En los años veinte, los bajos precios del sector agrícola derivaron en olas de quiebras de bancos. Varios estados adoptaron seguros, pero los sistemas estatales fallaron. También se promovieron varios proyectos de ley para seguros federales.
En 1933, aproximadamente 4000 bancos colapsaron. Roosevelt tomó posesión de la presidencia en marzo y declaró un periodo nacional de días festivos para evitar más colapsos. En junio, tras un debate áspero, Roosevelt promulgó la Ley Glass-Steagall.
Sin duda alguna, la FDIC previno varios pánicos. Desde su creación hasta la intervención de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, el índice de bancos que se hundieron fue de 50 al año, nada mal si se toma en cuenta la depresión económica que se vivió en la mayor parte de ese periodo. Además, la mayoría de los bancos que fracasaban eran pequeños.
Para cuando acabó la guerra, los seguros de depósitos parecían haber sido creados para una época que ya no existía. Los banqueros que estudiaron en la década de 1930 tendían hacia la prudencia y la industria era aversa al riesgo. El índice de colapsos era exceptionalmente bajo. Todo eso cambió en las décadas de 1970 y 1980. Una combinación de desregulación financiera, instintos animales reavivados en Wall Street e inflación al alza condujo a una inestabilidad económica y tasas de interés volátiles. ¡Y listo! Regresaron los colapsos de bancos.
En los últimos días, muchos han recordado los eventos de 2008 y 2009 (165 bancos colapsaron tan solo en ese par de años). Pero en gran medida, la causa de esa crisis no fue el hecho de que los depositantes retiraran sus fondos. Bear Stearns, Lehman y otras instituciones bancarias colapsaron o pidieron rescates porque los fondos de los inversionistas profesionales desaparecieron de la noche a la mañana. Este financiamiento se esfumó por dos motivos: los bancos como Lehman tenían demasiado apalancamiento financiero y estaban demasiado expuestos a un activo muy débil y que muchos poseen, los bonos hipotecarios.
Ese no fue el caso de SVB.
Esta crisis fue un clásico pánico bancario y hace eco de un evento histórico distinto. En la década de 1980, las entidades crediticias conocidas como ahorros y préstamos (S&L, por sus iniciales en inglés) habían invertido sus fondos en hipotecas a largo plazo y pagaban un tipo de interés fijo. Cuando la Reserva Federal, presionada por la alta inflación, empezó a aumentar las tasas de interés, las S&L tuvieron que pagar tasas más elevadas para atraer depósitos.
El desfase entre el costo de su dinero y las tasas (más bajas) de sus hipotecas hundieron a la industria. Muchas optaron por invertir en activos más riesgosos para sacar provecho de sus rendimientos, pero cuando esas inversiones se desaceleraron, sus problemas se agravaron. Más o menos un tercio, o unas 1000 S&L colapsaron. La FDIC no estuvo implicada en esto (por suerte), ya que las S&L estaban aseguradas por otra institución federal. Esta agencia, conocida como la FSLIC (Corporación Federal de Seguros de Ahorros y Préstamos), se hizo insolvente, y se estima que el rescate subsecuente les costó a los contribuyentes más de 100.000 millones de dólares.
El colapso de Silicon Valley Bank se parece un poco a la crisis de las S&L en miniatura. Al igual que sus contrapartes de la década de 1980, el SVB creció con rapidez, tenía muchos activos estacionados en bonos fijos a largo plazo y cayó en picada cuando la inflación hizo que la Reserva Federal elevara las tasas de interés, lo cual aumentó el costo de la retención de depósitos.
Así como las S&L, las operaciones del Silicon Valley Bank estaban muy concentradas. Prestaba servicios a empresas emergentes para las cuales tener una cuenta de SVB era un símbolo de estatus. Un experto del sector tecnológico que había cambiado de trabajo hace poco (¿no están cambiando de trabajo todo el tiempo?) me dijo que, en su experiencia, alrededor de dos terceras partes de las empresas emergentes tenían cuentas en SVB (el banco afirmó que casi la mitad de las empresas de tecnología y ciencia biológica respaldadas por capital de riesgo eran clientas suyas).
Estas crisis provocaron que la red de seguridad federal se ensanchara. Hasta la década de 1970, el límite de la FDIC para la cobertura de depósitos crecía muy lentamente. Pero en 1980, cuando los bancos se vieron presionados por la inflación desatada, el Congreso elevó el tope a 100.000 dólares, pese a las objeciones de la propia FDIC. En la crisis de 2008, el límite se incrementó a 250.000 dólares. Y tras la caída de IndyMac en 2008, la FDIC protegió en silencio a los cuentahabientes no asegurados, siempre que le fue posible.
En el rescate del SVB y del Signature Bank dos días después en Nueva York, la FDIC ignoró abiertamente el límite y rescató a todos los cuentahabientes, sin importar su tamaño. Este es un giro trascendental.
Los cuentahabientes rescatados con depósitos de siete dígitos, en su mayoría, eran empresas de capital de riesgo iniciadas en la ideología de la inversión. La primera lección del capitalismo es que implica riesgos. No puedes en tu sano juicio invertir sin antes evaluar las probabilidades de pérdida. Si las firmas de capital de riesgo se valieron del pensamiento de grupo en vez de la debida diligencia financiera, es su problema. En el caso de Signature, expuesto a la industria de las criptomonedas, el rescate posiblemente benefició a los apostadores que jugaban con activos especulativos.
Los funcionarios federales han aprovechado un tecnicismo para aseverar que esto no es un rescate: todos los pagos requeridos de rescate provendrán de una evaluación especial de bancos (privados), no del público. Los bancos prudentes, que cubrieron su exposición a las tasas de interés y pagaron un precio competitivo por hacerlo, enfrentarán gastos adicionales. Lo más probable es que los bancos transfieran los costos del rescate a los clientes en forma de comisiones más altas.
En sentido estricto, la garantía del presidente Joe Biden de que los contribuyentes no corren ningún riesgo fue verdadera. Sin embargo, si consideramos que los clientes bancarios son un grupo bastante grande, el “público” sí se verá afectado.
Es evidente que los reguladores no monitorearon el desequilibrio nocivo de activos y pasivos que manejaba SVB. Su trabajo será más difícil en el futuro, ya que, en esencia, la toma de riesgos con los depósitos ahora se ha vuelto parte de la vida social. ¿Qué tal si un banco opta por atraer más fondos al elevar las tasas de interés de sus depósitos? ¿Pueden permitir esto los reguladores? Un momento… esto lo hacen todos los bancos.
Una vez que eliminas el riesgo de una parte de las operaciones de un banco, es difícil dejar que los principios del mercado rijan el resto. Como mínimo, podemos esperar normas más estrictas en torno al capital bancario (como ya se ve en los bancos más grandes), mayor regulación y costos más elevados. Como predijo el boletín DealBook de este periódico: más préstamos se moverán de instituciones pertenecientes a la FDIC a la llamada banca en la sombra, como los fondos de inversión de alto riesgo, fuera de la vista de los reguladores.
En colapsos bancarios anteriores, los cuentahabientes no asegurados no perdieron nada, lo usual era de un 10 a un 15 por ciento. Y en esta ocasión, no había ningún activo sistemáticamente malo como las hipotecas en 2008. Como el riesgo se contuvo y la Reserva Federal otorga liquidez a los bancos que enfrentan pánicos (y proporcionó liquidez de emergencia la semana pasada), quizá habría sido más sano para el sistema a la larga permitir que los depositantes no asegurados de los bancos que colapsaron asumieran un recorte de liquidez.
Además, el rescate no hace nada para solucionar la condición que fomentó la inestabilidad financiera: la inflación. Tal vez incluso la exacerbe. Esto, sin duda, no es lo que Henry Steagall tenía en mente.
Fuente: nytimes.com